La educación venezolana en tiempos de pandemia (1/2)

El Gobierno nacional y su Ministerio de Educación han asumido que el año escolar 2019-2020 debe culminarse en las fechas estipuladas de mediados de julio, a través de la modalidad a distancia. ¿Es correcta esta medida?

La pandemia es un evento de fuerza mayor, su propia gravedad requiere que el Estado venezolano asuma con decisión una política correcta que no signifique desmedro de la calidad educativa, ya comprometida por los evidentes problemas que arrastraba la educación en nuestro país.

No estamos en contra de la modalidad de "educación a distancia", pero, tomando en cuenta que en Venezuela no existen las condiciones para aplicarla ni a todo el universo estudiantil ni con un mínimo de condiciones óptimas, lo que debió –y debería– hacer el Ministerio es reprogramar el año escolar hasta que se supere la pandemia, incluso contando para ello con los meses de agosto y septiembre.

En la fase actual se debería desarrollar un periodo de estudios guiados y de repaso de contenidos a distancia, manteniendo el contacto entre docentes y alumnos, adaptando los procesos educativos a la situación de contingencia, pudiendo incluir actividades evaluativas donde sea posible; para retomar la culminación del año escolar cuando volviese cierta normalidad.

Se debe entender que la educación a distancia jamás puede equipararse en efectividad y calidad con la educación presencial, sobre todo en los niveles de preescolar, básica y media. La educación a distancia ayuda, apoya y refuerza, pero no puede sustituir el proceso educativo presencial de enseñanza-aprendizaje.

Además, la educación a distancia requiere obligatoriamente de una plataforma técnica, de la cual carece la inmensa mayoría de la población del país. Ya en un artículo anterior describimos cómo dos tercios de las familias venezolanas no poseen conexión a internet en sus hogares, a esto se suma quienes no poseen computadoras, teléfonos inteligentes y fijos o móviles no inteligentes, zonas del país sin cobertura de canales de TV, problemas de suministro eléctrico, etc., más la propia realidad económica que sufrimos hace una década.

En medio del mare magnum de eventos, el Gobierno anunció el Plan "Cada familia una escuela", con contenidos y criterios de evaluación elaborados por el Ministerio y que fueron suministrados a los docentes; a la vez que, con título homónimo, inició la transmisión de videos "educativos" en VTV y otras televisoras.

Unas clases tediosas, unos profesores con problemas de dicción, que se equivocan y dudan en las explicaciones. Seguramente sean personas competentes, pero sin ninguna experiencia en TV y, lanzados así sin preparación, los resultados no son buenos.

Las temáticas expuestas poco tienen que ver con los contenidos que estipula el currículo para el tercer periodo del año escolar; por ejemplo, en Geografía, Historia y Ciudadanía (GHC), para 2º año, debería enseñarse la Revolución Francesa, la Revolución Industrial, independencias hispanoamericanas, I y II Guerra Mundial; pero se habla de cosas que poco tienen que ver con estos contenidos.

Quién dijo que educar a distancia y por televisión es reconstruir un aula de clases de los años 50 del siglo XX; esto sólo crea una experiencia soporífera de la cual los estudiantes huirán despavoridos, se desperdician los inmensos recursos que puede facilitar la televisión, reconstruyendo el salón de clases del "Chavo del 8".

Soportar esta metodología docente es repetir en los estudiantes la experiencia que vivió Alex DeLarge, el protagonista de la película de Stanley Kubrick, "La Naranja Mecánica", cuando fue atado a una silla con los ojos abiertos con ganchos para obligarlo a ver por horas un film de reeducación.

La idea no es abandonar a los alumnos y tampoco es negar o ridiculizar la educación a distancia, pero para que ésta sea funcional se requieren condiciones mínimas que no existen para la mayoría de los venezolanos.

Se debe dotar a los estudiantes y a las familias del acceso a internet, se pueden crear zonas wifi libre y gratuito para los estudiantes, aumentar el ancho de banda, liberar el wifi con fines educativos; el Gobierno ha repartido millones de computadoras portátiles "Canaimitas", pero éstas no están automáticamente conectadas a internet.

Es necesario dotar a los docentes de teléfonos inteligentes con conexión a internet, para facilitar su labor, sobre todo cuando la inmensa mayoría del magisterio sólo se preparó para la modalidad presencial.

En las actuales circunstancias, los docentes trabajan más que en la modalidad presencial, pues a todas horas deben atender a sus alumnos y corregir, pues se individualiza más la atención, y todo esto con los modestos recursos técnicos que puedan tener o no los maestros y profesores.

Si durante esta pandemia el Estado no crea las condiciones reales, materiales y técnicas para la educación a distancia, todo lo que se diga serán lugares comunes y lo que se haga serán saludos a la bandera.

El Plan "Cada familia una escuela" puede sonar bonito, pero oculta una carga ideológica peligrosa. En la sociedad capitalista y en cualquier otra sociedad pasada, la familia no es una entidad abstraída de su realidad, es decir, las familias son de una clase social u otra, o son familias de la clase obrera o son familias de la burguesía u otras capas sociales, y según la clase social a la que pertenezcan estas familias deberán afrontar el proceso de enseñanza-aprendizaje con las armas y herramientas, con el acceso al conocimiento y los recursos que su condición social le permitan.

¿Una familia campesina de Guasdualito, cuyos padres no pudieron terminar la primaria, podrá dar una mejor educación que una familia adinerada del Este de Caracas, cuyos padres son profesionales universitarios? Seguramente la familia campesina tenga los mejores y más nobles deseos, pero carece de aspectos elementales, y por ello la sociedad y el Estado deben intervenir.

De otra manera, lo que se consolida es una mayor brecha social en la educación, con "familias-escuela" de pobres y "familias-escuela" de ricos. "Cada familia una escuela", en el capitalismo, es una consigna burguesa.

La sociedad y el Estado venezolano deben utilizar las riquezas creadas por la clase obrera y el pueblo trabajador, en función de dotar a los hijos de estos sectores de los mejores recursos para afrontar los retos educativos en esta contingencia, y así mismo cuando se vuelva a la normalidad.

Así como se le exime a la burguesía criolla y extranjera de impuestos para que saqueen al Arco Minero o hagan negocios en la industria petrolera, se le pueden establecer impuestos a esas mismas burguesías para costear la educación venezolana en esta contingencia, y también luego de la pandemia.

En el socialismo –y aquí no hay socialismo–, la sociedad deber usar parte de la plusvalía generada por la clase obrera para elevar la cultura y el nivel educativo de la propia clase obrera. No es que cada familia sea una escuela, tampoco es que la familia se desentienda de la escuela, es que la sociedad en pleno dote a la escuela de todas las herramientas y recursos para que los hijos del pueblo puedan acceder a la educación, a la ciencia y al conocimiento.

El 21 de abril el presidente Nicolás Maduro anunció la entrega del canal Vive TV al Ministerio de Educación, para pasar programación educativa dentro del Plan "Cada familia una escuela"; esperemos que se avance y se rectifique, no que se repitan los mismos errores.



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Wladimir Abreu

Historiador. Profesor universitario

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