Binóculo Nº 500

Los 96 años de El Gabo


Siempre anduve con gente mayor que yo. Supongo que, porque aprendía más de ellos que de los jóvenes como yo, en aquel momento. Cuando tenía como 10 años, un amigo de mi casa que rondaba a una de mis hermanas y era estudiante del Pedagógico de Caracas, me regaló un libro, una pequeña novelita de 136 páginas que me tragué: Platero y yo, cuyo autor Juan Ramón Jiménez, miembro de la llamada Generación del 27, que parió de los más grandes escritores que yo haya leído para el momento: Jorge Guillén, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Dámaso Alonso, Rafael Alberti, Miguel Hernández entre otros, y una dama que también tuve oportunidad de leer, María Zambrano, quien era filósofa y poetisa, precisamente una de sus obras Filosofía y Poesía si mal no recuerdo del primer tercio del siglo pasado.

Lo cierto es que me encantó leer esa relación de un niño y un burro y me quedó ese sabor como el de un niño que descubre algo que no sabía que existía y que le apasionaba. En la biblioteca de mi papá me encontré con una de las obras más importantes de la literatura de habla hispana y del mundo: Don Quijote de la Mancha. Había llegado a los 11 y me pareció un libro muy grande, pero al leer el primer párrafo, que aún recito de memoria, me quedé pegado, leyendo con fascinación aquella maravilla que sin duda me remontaba a mis propias aventuras. Esa relación con Dulcinea, esa batalla contra los molinos de viento, cargada de simbología. No me detuve hasta leerlo completo a un ritmo de 30 páginas por día, porque -yo, un bruto al fin- me detenía o me tenía que devolver para poder entender qué había pasado.

Me di cuenta entonces que había descubierto un mundo que me despertaba una fascinación. Y en las vacaciones del liceo, caminando por El Silencio con mi tío-padrino, me tropecé con un remate de libros que conocí por primera vez. No sabía que existían. Vi muchos libros y los quería comprar, aunque sin dinero. Como el vendedor debió verme cara de angustia por no decidir, escogió un librito y me dijo “si te gusta la lectura, te regalo este, te va a gustar mucho”. Al mismo tiempo me preguntó si había leído algún libro. Le expliqué que ya había leído Platero y yo y Don Quijote de la Mancha. Recuerdo que me dijo, “ah, pero ya eres un lector, porque si leíste a Don Quijote…”. El primer librito que me había regalado era “Isabel viendo llover en Macondo” del Gabo. Pero después de la conversación, me regaló otro que me marcó profundamente, y me dijo, después de que leas estos dos libros, vas a querer leer la literatura latinoamericana, que es muy amplia. El libro era “El Aleph”, un cuento de uno de los escritores más insignes que yo haya leído, y uno de los tres cuyas obras leí completa: Jorge Luis Borges.

Dos semanas después vi en Últimas Noticias que la entonces Disip había matado a unos guerrilleros que supuestamente se enfrentaron en Puerta de Caracas. Uno de esos rostros era él vendedor de libros de El Silencio.

Pero esos fueron mis puntos de partida. Entonces mi profesora de literatura, creo que, en segundo o tercer año, cuyo nombre aún recuerdo Ligia Velásquez, era una gran lectora y se convirtió en una especie de cómplice mía. Ella me prestaba lo que tenía y lo que iba saliendo hasta 1971 que dejamos de vernos: Relatos de un náufrago, Cien años de soledad, El Coronel no tiene quien le escriba, La Mala hora. En bachillerato me había leído La Trepadora, Pobre Negro, Canaima y Doña Bárbara, aunque Gallegos nunca me entusiasmó mucho; además de La Ilíada y La Odisea. Pero ya yo volaba solo, y un amigo loco y bohemio como yo, me prestó La Casa de Asterión de Borges. Ese mismo día visitamos a un poeta muy conocido entonces, Armando Trak, adeco, buena persona y muy culto. Cuando me vio el librito en la mano, me dijo que Borges estaba muy influenciado por Roberto Arlt, cuyo nombre se me quedó grabado, pero de inmediato se paró y sacó de su biblioteca Los Siete Locos que se trajo de Argentina, y que aún me parece uno de los escritos más fascinantes que yo haya leído. Ciertamente Borges reconoció que tenía mucha influencia de Arlt. Su obra es muy corta, pero fascinante. Además de que murió en la plenitud de su vida a los 42 años de un paro por efectos del cigarrillo.

Seguí leyendo al Gabo, y traigo todo esto a colación porque el 6 de este mes estaría cumpliendo 96 años. Me leí toda su obra y la tenía completa en mi biblioteca hasta que la doné toda a la Comuna El Panal 2021. Recuerdo que, cuando salió su última obra: Memorias de mis putas tristes, ya vivía en Valencia y ese viernes me levanté las 6 de la mañana, agarré un autobús en el Big Low, llegué al terminal de La Bandera, agarré el metro hasta Plaza Venezuela y me devolví a Capitolio. Salí, le compré la novela a los buhoneros, me senté en un café y comencé a leer. Cuando me di cuenta eran las 4 de la tarde y me había leído 50 páginas, agarré mi metro de nuevo y regresé a La Bandera, tomé mi autobús y regresé a Valencia. La terminé el sábado al mediodía. Pero después leí que editoriales piratas, había publicado primero la novela, el Gabo había declarado que le faltaba una parte, por lo que supuse que la edición que leí era la pirata. Así que me fui a Las Novedades y la compré de nuevo, y la volví a leer.

No recuerdo haber leído nada de García Márquez que no me haya gustado, como no recuerdo haber leído nada de Borges que no me haya gustado, Como de Roberto Arlt. Son los únicos autores cuya obra he leído completa.

El realismo mágico de García Márquez es una fascinación. Leí Crónica de una muerte anunciada de 12 de la noche a 6 de la mañana, y por alguna razón me hizo recordar a La Guerra del fin del mundo de Vargas Llosa, un escritor al que, en lo personal, detesto. Pero es una obra maravillosa cuyo escenario es Brasil. Creo que salvó 12 cuentos peregrinos, Cuando era feliz e indocumentado y De viaje por los países socialistas, casi toda la obra del Gabo es Colombia, su amada Colombia.

Sé que todos debemos morir y vamos a morir, pero siempre he creído que ni los escritores ni los músicos deben morir. Son como nuestra reconciliación con nosotros mismos. Cuando uno lee al poeta japonés, Kenzaburo Oe, o al nigeriano Albert Achebe, o al nicaragüense Rubén Dario, o al cubano Nicolás Guillen, o al estadounidense Allen Ginsberg, o Antonio Machado, José Martí, o al poeta sueco Öyvind Fahlström, que tanto me gustó, sabe que hay algo más allá de la vida. No puedo olvidar a Kafka, o a Yoursenar y su Opus Nigrum, o a Rilke y su Elegías de Duino. Y para estar loco y olvidarse de este mundo, necesariamente hay que leer El Conde Lautreamont.de un loco llamado Isidoro Ducase.

Creo que García Márquez, Borges y Arlt, son la punta de lanza para adentrarse en el fabuloso mundo de la literatura, la poesía y la exquisites de lo cotidiano, que en esencia es filosofía. A mí me ocurrió y es una fascinación que me llena de felicidad. Aunque, con la humanidad pendiendo de un hilo, creo que ya es tarde. Y en lo personal le estaré agradecido toda la vida al Gabo, a quien tuve la fortuna de conocer, el mayor encantador de sueños que yo haya conocido. Por él seguí El Rastro de tu sangre en la nieve…

Caminito de hormigas…

El gobierno dio un bono de 88 bolívares para los pensionados. Nadie le dijo a Nicolás, y como él no sale de Miraflores no lo sabe, que 2 arepas y un café, cuestan 78 bolívares, por lo que quedan 10 bolívares, que no cuesta ni siquiera un kilo de cambur… “Hermano, insisten en cometer estupideces. De dónde sacan que van a sustituir a 800 mil educadores, con un poco de muchachos mal entrenados que no tiene idea de nada. Alguien tiene que decirle que están pero muy pelando bolas. Y así quieren que vayamos a buscar el 1X10. Tamos jodios camarada”.

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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

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