Luis El perro, el de Maracaibo

Fígaro ―Il barbiere di Siviglia― , personaje de ficción de la magistral comedia homónima (del escritor y dramaturgo Beaumarchais), fue ascendido a héroe popular en reconocimiento por la ayuda que prestó al aristocrático Conde de Almaviva para que ganara, quizás en un día de perfumados rocíos que delicadamente caían sobre su bonito palacio europeo, el amor de la blanca y acaudalada Rosina.

Debajo de un sol tan cachúo que hacía chillar las tejas, pero de verdad, verdad, Luis El perro ―El barbero de El Empedrao y vendedor de repuestos de bicicleta― anotaba en un bloque de hielo que tenía sobre el techo de su casa, según nos decía cada vez que nos abría una cuenta, las deudas de sus clientes, los hijos de: sus vecinos, buhoneros del centro, obreros del malecón y del aseo urbano, choferes del Milagro, Valle Frio y Bella Vista; y de todo carajito limpiabotas, vendedor de café o repartidor de periódicos que llegara a su tienda. No soportaba ver a un crío deslechao.

¡Ay, mi Chinita morena!, ahora que lo tenéis allí, dale a Luis mollejuas gracias de uno de aquellos coñitos. Y, si no es mucho pedir, por favor, multiplicá lo bueno y generoso del espíritu de El perro entre todos para que nunca nos sea indiferente la suerte de los niños de Venezuela ―que bastante trabajo tienen―, como tampoco los de Palestina ―vergüenza de los hombres y mujeres decentes― , ni los de ningún otro país del mundo.



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Servio Antulio Zambrano


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