Jugando con fuego real

Esa libertad que quedaba en escena como representación de las bonanzas logradas por el nuevo orden capitalista, es decir, la libertad de expresión, a menudo, ha pasado a ser un símbolo tan apagado en su proyección que suele quedar en nada. Cuando se les dice que están jugando con fuego, escurren el bulto como pueden y, sin el menor pudor, tratan de taparte la boca para que no te oiga nadie. Esta es la consecuencia de rendir culto obligado a una libertad de nombre que solo se manifiesta cuando se trata de cantar las virtudes del sistema. Ahora la censura discreta ya no es posible, hay que echar mano de la mordaza y, para llenar el vacío, es preciso acudir a los medios asalariados para relatar, como en un cuento, la única verdad literaria. El problema es que ya no se dedican a jugar con fuego virtual, puesto que ahora se trata de fuego real a la vista de todos. Una estrategia de dominación que viene a desbordar lo habitual y supera los métodos tradicionales de manipulación.

Se veía venir que los amos del mundo iban a pasarse totalmente de rosca, y así ha sucedido. En su proyecto, ya no se entretienen en jugar a hacer hogueras y utilizar fuegos de artificio, se muestran desbordantes, y como no tienen oposición, han pasado a jugar con fuego real. Algo demasiado peligroso porque, aunque sean expertos en el manejo, el riesgo de quemarse es mayor. La superelite del poder, usando de su portentosa inteligencia y del dominio absoluto del dinero, dispuesto para mover el mundo, no solamente juega con fuego real sino que lo hace abiertamente ante las masas utilizando sus peones políticos y económicos. Aprovechando una nimiedad, la amplifica y azuza hasta adquirir dimensiones globales, enciende la chispa y aviva el fuego. A cobijo de cualquier eventualidad, proyectando su alargada sombra en el mundo, contempla con indiferencia calculada la gran tragedia que Europa vive en la actualidad, a la espera de cosechar los mayores beneficios, cuando las aguas vuelvan a su cauce, y aprovechando los que van surgiendo sobre la marcha. Es probable que la pandemia no fuera suficiente para satisfacer las perspectivas de negocio y poder, aliviando al planeta del peso poblacional, y ahora se trate de de magnificar el proyecto inicial, seguramente porque el asunto de la cascada de virus le parecía poca cosa y se ha abierto a la guerra. La ocurrencia de dar este paso sin duda es demasiado atrevida, tanto porque se le ve las intenciones al gran capital que dirige el escenario como por sus impredecibles consecuencias, pese a que todo se tenga planeado al detalle. Aunque el negocio está asegurado, porque a toda destrucción suele seguirse la reconstrucción, sin embargo, cuando se sobrepasan los límites habituales a los que se han acostumbrado las masas, ese negocio puede no estar tan claro.

Con el uso de fuego real las viejas estrategias tienen demasiadas probabilidades de pasar a la historia. De esta manera, la globalización puede quedar comprometida, si al final se descubre que solo se trata de un montaje empresarial organizado con exclusivos fines mercantiles para que gran capital continúe alimentándose. En cuando al nuevo modelo de Estado-nación, ahora silenciado en su papel, quizás despierte cuando se vea que el imperio le deja en la estacada, porque bastante tiene con sus problemas locales para responder a los compromisos globales. Igualmente, lo de la especulación sin contemplaciones, por ejemplo, seguir ganando dinero para el capital con trampas continuas, expresadas en altibajos bursátiles provocados, para aprovecharse de los que no cuentan con información privilegiada, quedarán al descubierto. Y no hablemos de las tácticas inflacionistas, artificialmente provocadas, para empobrecer a las masas, porque acabarán por arrasar la bonanza del mercado. Con todo, es posible que la inteligencia haya ido más allá de lo que hasta ahora habían sido prácticas habituales del sistema y se haya tomado un camino sin retorno.

Hay otro problema, que puede surgir cuando se juega con fuego real, y es que lo de llevar a las masas al matadero, para defender sus estrategias doctrinales de dominación global, resulte que como se opera con vidas, aunque siempre manipuladas, acabe por ser un revulsivo social y se vuelva contra del incendiario. Por otro lado, las propias elites políticas, hoy fieles a los mandatos capitalistas, en base a una retribución fundamentalmente en cuota de poder, pueden cambiar de chaqueta e inclinarse del lado de las masas, porque supuestamente las han elegido. Si se produce el despertar social y el capitalismo pasa a a ser controlado por las masas, el expolio, el abuso y las estrategias de dominación de la superelite resultarán inservibles. Aprovechando la doctrina dominante, basada en el consumismo, la explotación, el atractivo de la globalización, las masas son cautivas del imperio capitalista, que en gran medida solo ofrece espectáculos virtuales para ellas y beneficios para sus elites. Por eso, la superelite ha promovido una gran labor propagandística, al objeto de que los medios vendan a las inocentes creyentes un espectáculo de buenos y malos, en el que los primeros resultan ser sus apadrinados y los otros los que se saltan el discurso dominante. Lo evidente es que, siguiendo ciegamente a sus elites, la cruel realidad viene a decir que las masas han sido entregadas al desastre, del que nadie les sacará, sin la menor consciencia de que por uno u otro motivo son embarcadas en una contienda entre elites, de la que solamente derivarán desgracias para ellas. En un combate con clara desigualdad de fuerzas, el débil pocas posibilidades tiene de sobrevivir, aunque alguna que otra leyenda diga lo contrario, pero en este caso, además, el más fuerte ha demostrado históricamente su talante, saliendo airoso de otras aventuras bélicas. Utilizar todos los artilugios mediáticos no va a resultar suficiente para entretener y engañar a las masas, porque la realidad viene a poner orden a diario.

Embarcados en la estrategia de fuego real ya no hay el menor pudor propagandístico de poner en evidencia que todo aquello de los derechos individuales, incluida la democracia de papel, son adornos del sistema, que caen por tierra al menor contratiempo. La inseguridad jurídica es palmaria, se está invitando a que el Derecho deje de ser Derecho para con los malos. La caída por el precipicio de la barbarie ya se ha iniciado, cuando desde el lado de los buenos, todavía en estado de paz, se incita a las masas a romper con la racionalidad, los principios jurídicos y los valores fundamentales. Es un grave error sostener que para los buenos todo vale, porque supone entrar en la dinámica de la guerra dispuesta a barrerlo todo, pero nunca el negocio como expectativa de futuro para las empresas capitalistas.

A la vista del cariz que ha tomado el asunto de jugar con fuego real, parecería acertado apagar las llamas de inmediato, abandonar este arriesgado ejercicio e ingeniar otras estrategias menos traumáticas para seguir ampliando el mercado y explotar a las masas consumidoras. Basta con acudir a las prácticas tradicionales, retomando la inflación moderada, la explotación discreta, la especulación habitual, el marketing consumista y todas esas prácticas doctrinales sibilinas, para no llamar demasiado la atención de la clientela, porque, tanto con la pandemia y ahora con la guerra, el sistema capitalista se ha salido de sus cauces naturales, tornándose demasiado agresivo. Incluso, pudiera ser, que quienes manejan los hilos, desde el otro lado del océano, que les separa del continente europeo, creyéndose a salvo por la distancia geográfica, se encuentren con que el previsible tsunami alcance los reductos donde se guarda a buen recaudo el dinero, y las aguas se lo lleven por delante, junto con su entramado mediático en el que se soporta su poder.



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

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