Política del imperio

Puede observarse, que el imperio extiende sus tentáculos económicos a nivel mundial, siguiendo el plan trazado, desde siglos atrás, por la supereleite dominante, pero el asunto, en ocasiones, se le queda corto o, al menos, no resulta tan eficiente en el terreno económico en el caso de que no venga complementado por el dominio político. Es en esto último en lo que últimamente viene trabajando activamente el gran capital. Mientras, mirando el espectáculo teledirigido a distancia, se queda el sufrido consumista, que define a ese personaje uniforme que le ha tocado representar a la mayoría de los sujetos acogidos en el moderno mar de masas.

El Estado-nación de los llamadas sociedades avanzadas, que pudiera representar un freno empresarial para las multinacionales, ahora integrado en la globalidad de bloques, privado del contenido real de soberanía, se ha quedado solamente con el concepto jurídico, dado que, en la práctica, es totalmente dependiente de sus gestores y estos han aceptado limitaciones que vienen a contradecir el concepto de soberanía estatal. Reconducida la cuestión a la soberanía interior, como el aparato estatal es una estructura cuya soberanía formal depende de quienes ejercen el mando, los ciudadanos reconocen la autoridad de sus mandantes pero ignoran que, si bien soberanos con sus súbditos, a su vez ellos son súbditos del imperio y empleados de la superelite. No hay que pasar por alto los condicionamientos que afectan a la soberanía estatal, y ahí está el significado de la violencia económica, utilizada con discreción para llamar al orden sistémico, también sirve de ejemplo del poder del capital,. Pero el sistema de bloques, de hecho, se construye desde la amenaza o la acción de la violencia de las armas, con lo que las distintas variantes de la guerra continúan rondando —los ejércitos hegemónicos siguen activos, dispuestos para desplegarse—, mostrándose en el escenario la voluntad de quienes mueven los hilos del negocio del dinero, utilizando para la ocasión la parafernalia mediática y la doctrina del mercado. Ello implica integración en el bloque, y hacerlo supone renunciar tanto a la soberanía, en lo que afecta a la toma de decisiones estatales, como a la independencia del Estado.

La estrategia de promover el culto a la democracia representativa ocupa el interés del capitalismo en su perspectiva política, porque sirve de reclamo publicitario de libertades y derechos, aunque sean burocratizados, y permite establecer la infraestructura básica para la estabilidad del mercado. A la política le viene bien por el argumento de que en ella concurre una legitimidad sólida basada en la voluntad del pueblo, que vota políticos y partidos y es desviada hacia la partitocracia. En realidad, la dictadura de la democracia representativa pasa a ser dictadura de partidos, pudiendo elegirse uno u otro para que dirija los destinos colectivos sin contar con el pueblo, que es el teórico soberano al que correspondería ejercer función de su propio gobierno. Al igual que sucede con el Estado, que se dice soberano, pero resulta que quien fija los términos de la soberanía son los que ejercen el poder estatal, el pueblo es la leyenda en la que se sostiene la democracia representativa. En todo caso, hay que conservar, una vez más, la apariencia, porque suena bien acogerse a la etiqueta de democracia para diferenciar a las llamadas sociedades avanzadas o colonias del sistema capitalista, de las que no son objeto de su interés, en razón a las cortas dimensiones de su mercado.

Se ha involucrado al sector publico en lo que se ha entendido como bienestar, a través de la acción social, para que atienda a los que carecen de medios económicos, dedique su atención a tratar de solventar las necesidades básicas generales y cubra los flecos no rentables para el mercado. La superelite anima esas políticas de bienestar montadas desde el Estado, porque repercuten favorablemente en las cuentas empresariales. Tales políticas vienen a suponer un compromiso público con el viejo principio capitalista, a la vez que sirven como medida para apaciguar a las masas, pero lo definitivo es que han pasado a ser un instrumento más de control social y fundamentalmente de negocio empresarial. A los que se sienten frustrados por el bienestar de mercado les queda el bienestar público, con lo que el sistema cubre el espectro social usando de ambas vías. Su carácter progresista en el plano efectivo no está garantizado, pero lo que en realidad avanza es el control de la ciudadanía para que no se mueva nadie sin el consentimiento de quienes ejercen el poder político. La realidad es que estas sociedades de progreso, donde arraiga el bienestar estatalizado, se han entregado a la burocracia, que ha visto incrementado su poder. Al igual que sucede con la democracia al uso, lo de un aparato burocrático, que atiende al teórico bienestar de las gentes, también vende, porque en la actualidad está bien visto por las gentes. La tesis del bienestar ha seguido su carrera y ya no solo se habla de servicios básicos, en las sociedades avanzadas del capitalismo alienante, tras promocionar el bienestar hedonista del mercado, la política alienta a los individuos para procurarles tiempo libre y mercantilizarlo, orientándolo a practicar el ocio en términos comerciales, porque es dinero para las empresas. Asimismo, en el marco progresista, cobran arraigo las políticas de la subvención, dispuestas a pagar al personal por el simple hecho de estar ahí, con lo que va adquiriendo relevancia entre las gentes trabajar lo imprescindible, hacerlo a ratos perdidos y a voluntad o orientando la semana laboral a un solo día, al objeto de ganarse el derecho a cobrar un salario. Todo ello para que, alimentados por el dinero público y educados en la irresponsabilidad, entreguen más fondos de procedencia estatal al mercado.

En la actualidad, destacan como prioritarios en sus planteamientos el Estado-nación, la pandemia y la guerra. Por lo que se refiere al primero, ya no le resulta útil para sus fines de dominación en el marco de la globalidad y le ha sometido sin contemplaciones a sus mandatos. A tal fin, guardando la apariencia, inicialmente no utiliza la fuerza física, pero practica la violencia económica contra los Estados como instrumento de presión y, si falla, sin el menor pudor, al viejo estilo de los señores de la guerra, el imperio bajo su mando no duda en acudir a la confrontación. Con respecto a la pandemia, resulta que ha sido fundamental para dominar a las masas, ya que no solamente representa una crisis más en el mundo capitalista, es el punto de arranque para sembrar el terror y llevarlas incondicionalmente a su terreno, paradójicamente asumiendo el falso papel de superelite salvadora. En cuanto a la guerra, es el toque final, por ahora, de esta serie de estrategias políticas, cuyo objetivo es garantizar el dominio total del mercado, aprovechando para fabricar unos sujetos todavía más pusilánimes, etiquetados económicamente como consumistas, políticamente manipulados desde los medios de difusión, y dispuestos a marchar al ritmo que les marcan los directores del espectáculo.



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

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