¿Hegemonía imperial o emancipación decolonial?

La patria, la religión, la moral y el culto al trabajo son los principales fundamentos sobre los cuales fue erigido el modelo civilizatorio actual, regido, a grandes rasgos, por la lógica capitalista y el pensamiento eurocentrista en detrimento de las culturas y los modos de vida solidarios y/o colectivistas de los pueblos originarios de África, América y Asia. Todos ellos sirven de excusa para imponer fronteras y divisiones que suelen contribuir al mantenimiento de un estado permanente de tensiones y de conflictos, dentro y fuera de cada país, favorable a la hegemonía imperial estadounidense y de los sectores dominantes internos (bajo el ropaje de intereses aparentemente «hermanados» con los intereses de los sectores populares subordinados). No obstante, en la actualidad todos ellos parecen padecer un proceso de resquebrajamiento -pese a los brotes que se observan en diferentes lugares que indicarían lo contrario- producto, en gran medida, a las condiciones creadas por el capitalismo neoliberal para su reproducción y crecimiento. De esta forma, las fronteras entre unos y otros se han ido diluyendo, dando paso a una reconfiguración del modelo civilizatorio imperante en la cual cuenta un tipo de cosmopoliticismo guiado por los valores identitarios gringo-europeos; lo que excluye todo referente distinto, siendo éste condenado a su extinción y olvido.

Esto ha sido posible, en gran parte, por el desarrollo de las tecnologías de la información y las comunicaciones, sin embargo, la emergencia de un orden mundial multipolar, con distintos centros de poder, ha desatado una lucha de diferentes niveles y formas en gran parte del planeta, combinándose diversas estrategias en los planos diplomáticos, económicos y militares; siendo víctimas de ello -mayormente- las naciones periféricas, al estilo del bloqueo impuesto por Estados Unidos a Cuba desde el siglo pasado y, más recientemente, a Venezuela, en una abierta violación del derecho internacional. En esta nueva realidad se evidencia el desgaste de la hegemonía ejercida por Estados Unidos y sus aliados de Europa y el posicionamiento de Rusia y China como las potencias de mayor influencia y desarrollo económico en el presente siglo, cuestión que las grandes corporaciones transnacionales y los estamentos políticos tradicionales perciben, no sin razón, como amenazas a sus intereses. Para los pueblos del mundo ésta podría ser la oportunidad de lograr una emancipación integral que no se limite únicamente a la defensa y el ejercicio de su soberanía sino que abarque otros aspectos importantes que complementen este propósito común, en un proceso de integración y de solidaridad que contribuya al mejoramiento de sus niveles materiales de vida. Ello debe impulsar, igualmente, de un modo inmediato y raigal, la transformación del Estado burgués liberal heredado, ya que el mismo no es el Estado adecuado para gestar y consolidar unos objetivos que rebasan los limitados marcos de una democracia representativa. Esto supone idear y plantar nuevas relaciones de poder que se diferencien ampliamente de aquellas donde el pueblo está subordinado a los intereses de una minoría (llámese como se llame); correspondiendo a lo escrito por el Maestro Simón Rodríguez en su época, sin dejar de ser vigente, de fundar repúblicas originales y de formar verdaderos republicanos en nuestra América.

En el plano económico es indudable la necesidad histórica de trascender el capitalismo, tanto en lo que toca a la explotación del ser humano como en su efecto destructor de la naturaleza. Los trabajadores y, junto con ellos, las comunidades organizadas asumirían el control y la planificación de todo el proceso socioproductivo, con el agregado de evitar, con carácter de urgencia, el incremento de la degradación del ambiente y, con ésta, de la crisis climática que pone en riesgo inminente la perdurabilidad de toda forma de vida sobre la Tierra. La prioridad es, obviamente, satisfacer las necesidades materiales y espirituales de toda la población, lo que implica llevar a cabo, simultáneamente, un proceso de concientización respecto al consumismo inducido y la lógica capitalista. El nuevo Estado que se constituya tendrá que orientar la actividad económica del país, dándole preeminencia a las iniciativas de los sectores populares organizados, locales y regionales, con lo que se evitaría la conformación de monopolios y oligopolios que sólo responden a sus propios intereses, en un afán ilimitado de obtener mayores ingresos. Resultaría, por tanto, un contrasentido la proclamación de un Estado con características completamente distintas a las actuales mientras se mantiene intacta la estructura económica; como generalmente ocurre, aduciéndose que no es aún el momento para transformarla de raíz y que la coyuntura mundial así lo exige.

Pese a que la patria, la religión, la moral y el culto al trabajo todavía serán elementos de importancia en la vida común de nuestros pueblos, en la amplia vastedad de nuestra América se han ido amalgamando estudios, enfoques, propuestas y luchas con el común denominador de pensamiento decolonial, con una concepción autónoma y diferente al pensamiento eurocentrista. El cuestionamiento general del modelo civilizatorio vigente que tiene lugar en nuestro continente podrá servir para orientar cualquier iniciativa que apunte, entre otras cosas, al logro de una efectiva participación y de protagonismo de nuestros pueblos respecto a su destino, a la preservación de sus raíces culturales y a la convivencia armoniosa con la naturaleza. Esto le daría la fortaleza exigida al proceso de emancipación decolonial que se emprenda, siendo capaz de revertir, definitivamente, la dependencia y la hegemonía imperial que han marcado la historia de nuestra América.



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Homar Garcés


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