El llano pariaguanero de Alejandro Rondón

El taxista que lleva a bordo a un muchacho moreno, de baja estatura, facciones serenas y ojos achinados— hace ya unos quince años atrás—, con esa expresión inequívoca del mestizaje latinoamericano, sólo se fija en la autopista La Guaira-Caracas, absorto; tarareando la canción "Ironía", que una emisora capitalina pone en el aire a esa hora temprana del amanecer.

Al pasajero sentado en el asiento trasero le sorprende cómo aquel cantante improvisado modula cada tono del tema musical, nada fácil de imitar para quien no posee cualidades histriónicas de alto nivel, en grano de tenor; como sí por un momento él se sintiera un Alejandro Rondón, como los tantos Alejandros Rondones que en Venezuela, y otras fronteras patrias, cantan día a día esta popular melodía.

Alejandro me comenta, mientras libamos una copa de relajante escocés —en plena encerrona doméstica de la pandemia del Covid-19—, que por un momento pensó decirle a ese taxista transportado imaginariamente en el llano musical, que ese pasajero a bordo era él; y que ese tema que cantaba como propio había salido de su pluma una tarde cualquiera, allá en su tierra nativa de Pariaguán, en el centro-sur del estado Anzoátegui, en el brazo suroeste de la famosa Mesa de Guanipa; donde la vida le bendijo como una parte sensible de una prole de venezolanos de a pie, signados por el amor, el amor a la tierra, el trabajo, la humildad y el sacrificio.

En cada viaje que hace Alejandro a Caracas lo persigue la guitarra y el acordeón que su padre, don Isaac Rondón, entonaba por las tardes en una ranchería que tenía al fondo de la casa, al regresar del conuco y otras faenas muy duras; mientras su infancia le decía tempranamente que su destino sería cantar, hacer canciones, conmover almas con mensajes líricos, y dibujar llanos y sentimientos, según su pie fuera pasando de una etapa a otra de la vida, del tiempo y del sentir.

Todo esto con el apoyo, la colaboración, la sensible compañía y el aliento recíproco de la motivación de sus hermanos músicos, cantantes y compositores, Ignacio Rondón, Pablo César Rondón e Isacc Rondón. Sin desestimar ni quitar valía del espíritu, la palabra y el afecto, a sus otros hermanos y hermanas, José Domingo, Ramón Celestino, Lucy Josefina, Ana Antonia y María Salomé (fallecida muy joven); quienes por a o por b forman parte de ese núcleo de apoyo íntimo sin el cual no puede crecer un artista profesional; máxime cuando los atajos de la vulnerabilidad de la pobreza y las limitaciones materiales de la primera juventud y el desarrollo físico condicionan los senderos de nuestros sueños de vida.

Una cosa es soñar con llegar a ser un buen artista en plena adolescencia, y otra muy distinta es lograrlo. En ese, su mundo infantil y juvenil, está la esencia de su talento y la base de su trabajo creativo, en la que tenido rol orientador y protagónico su hermano Ignacio Rondón, famoso exponente del canto venezolano.

Por otra parte, su abuelo, Pablo González —padre de su señora madre, nuestra querida y admirada doña Flor María López, bendecida progenitora, inspiradora de una camada de muchachos cantantes, hoy conocidos como La Rondonera—, animaba tarde a tarde a vecinos y transeúntes se la salida de Pariaguán hacia las tierras guariqueñas de Agua Amarilla y Santa María de Ipire, con su cuatrico sonoro, entonando melodías de la época, improvisadas o requeridas, para sembrar una semilla cuyos frutos no vio ni entrevió, pero que al día de hoy ha dejado su huella en toda Venezuela y más allá; en Colombia, República Dominicana, Ecuador, Perú, Chile, Argentina, Costa Rica, Estados Unidos, Portugal y España, donde Alejandro Rondón ha soltado su copla lírica.

De aquel jovencito inquieto, que vendía la lotería de animalitos montado en una humilde bicicleta, rodeado de amiguitos que son ahora sus compañeros de vida, como los hermanos Bastidas, los hermanos Losano y tantos más, quedó una toma de conciencia histórica que se le adviene en inquietud por el devenir de la contemporaneidad socio-política, económica y cultural del Venezuela, aunque sin sucumbir a ningún fanatismo ideológico o de partido alguno.

Su compromiso moral es con el país, y hacia ese país sensible orienta su arte. Por eso, una de sus canciones que más hemos comentado durante nuestros tantos encuentros, es el que dedica precisamente al precursor de nuestra independencia, don Francisco de Miranda, titulado "Miranda precursor"; en el que deja oír su voz desde aquella humana gesta de soñadores, por cuanto de la tierra de Bolívar revive una semiente de libertad y grandeza, cuyas realidades concretas están aún en ciernes:

"Hoy me levanté con el pie descalzo,

sintiendo la tierra que me vio nacer;

mi tierra de lucha, de tanto trabajo,

por donde la sangre la vieron correr…"

Estos versos, que anteceden al recio joropo que exalta al prócer, tienen un mensaje no menos lírico cuanto nacionalista, cuando Alejandro Rondón hace gala de su poderosa voz y su respetada pluma, al señalar; "Se han visto en el tiempo/ personas valientes, de gran corazón/ que dieron su vida/ sin ningún temor/ sólo porque un día/ reinara la unión"…y suelda al aire un grito sabanero que raja el horizonte como un rayo de sueño y esperanza, acompañado del impecable tañer del maestro de maestros Gustavo Sánchez, uno de sus mentores, guía y ductor, con quien trabajó como cantante de planta a partir de 1989; en la tasca Canaima de la avenida Municipal de Puerto La Cruz, y en otros clubes como Las tres topias y el hotel Razil.

Hoy, al repasar las seis producciones discográficas que Alejandro Rondón ha puesto al servicio del público, su público y seguidores, titulados LAS PUERTAS ESTÁN ABIERTAS, DE PURA RAZA, JOROPO ARTE LATINO, VITAL, CORAZÓN DE POETA Y BANDERA BLANCA (2022); acompañado de grandes maestros del arpa, como José Archila, Carlos Tapia, Oscar Ybirmas y José Hernández, pero fundamentalmente del maestro Gustavo Sánchez y su afamado conjunto Jaguey; se puede distinguir su valiosa cosecha, puesto que ha logrado consagrar un conjunto de temas que ya forman parte del patrimonio musical de Venezuela, a saber: "Ironía", "En aquel café", "Un beso y una canción", "Marañón plateado", "La canción que soñé", "Joropo arte latino", "Complicidad", "La batalla del amor", "Los 5 de mi derecha", "Miranda precursor", "Te entrego todo", "Eso no se puede", "Todo contigo", "Mujer de nadie", "La despedida", "Caritas tristes", "Quédate con ella" y "Bandera blanca", entre otras.

Como mi infancia transcurrió en Pariaguán, donde estudié toda la primaria entre 1974 y 1982, en la escuela Romualdo Delfín Gómez, ubicada en el sector Pariaguancito, a una cuadra del mercado municipal, de la plaza Bolívar y de la iglesia parroquial; conozco plenamente la idiosincrasia de su gente, sus costumbres, sus modos de soñar y crecer; pues mi madre nació aquí, aunque a mi me parió en El Tigre.

Como la mía, la señora madre de Alejandro, doña Flor María López, tiene esa virtud de la entrega incondicional a la crianza de una prole numerosa, atizando fogones durante su juventud para el alimento diario, zurciendo trapos, lavando en ríos, limpiando el patio minado de aves de corral y matas de aliño, de topochos y la caña de la azúcar de endulzar el café; mientras el mundo a lo lejos se debatía entre incertezas o incertidumbres, por amenazas de bombas nucleares, guerra fría, espionaje y las artimañas de la política internacional de entonces.

Pariaguan ha sido siempre una comunidad de paz y de amor. De gente solidaria y amable. De hombres y mujeres creativos, trabajadores y constantes. Incluso, cuando la guerrilla transitaba sus montes y cabeceras, acosados y perseguidos por el ejército que entreveía en el comunismo en boga los enemigos mortales de la humanidad, previa la feroz campaña institucional de sembrar terror y miedo contra los seguidores de Carlos Marx, los pariaguaneros entregaron con denuedo hospitalidad y provisiones de campaña a uno y otro bando, sin delaciones ni traiciones, sin artimañas ni negatividades; sabiéndolos soñadores opuestos de un destino incierto.

Carnes de ganado salada, quesos, leche, frijoles, vituallas, ropas y alimentos varios o combustible, fueron pertrechos de trashumantes de montes y ríos, zanjones y sabanas abiertas al sol, a la flor del merey, a la fruta del mango y del moriche; o bien al cobijo de las sombras del aceite y el pilón tupido. Igualmente, le daban a caballos y otras bestias de carga el alivio a la sed y al cansancio, tal vez de un modo similar a como se les brindó apoyo logístico a nuestros libertadores a su paso hacia Angostura, bien que vinieran de Zaraza y sus aledaños, o de Apure y el centro-país donde se cruzaban batallas y gestas contra el mando español que dominó a América del Sur, Centroamérica y parte de las Antillas, en la cruzada colonialista.

Viene al caso señalar toda esta vivencia histórica para comprender la idea-país que orienta a los pariaguaneros más allá de su faenar campesino, del agro y de la cría, del petróleo y el arte; porque otros menesteres de oficios y motivaciones, que han perfilado su desarrollo desde la ruralidad hasta su presencia protagónica durante la reciente impronta de la exploración y explotación de la Faja Petrolífera del Orinoco, cuyos primeros reconocimientos signaron un devenir extraño cuanto diverso en su transformación urbana, por la invasión de camiones y maquinarias diversas, habitantes lejanos y demandas de servicios no previstas; originando cambios en su día a día que no lograron afectar el sentir folclórico del pueblo, su relación humana con la naturaleza, su visión futurística, pero si acentuó un vacío material que se percibe en la actualidad por la falta de empleo, de empresas productivas, de oportunidades para sus profesionales, empresarios y comerciantes, devenido todo esto de la aguda crisis nacional; del mal manejo de la industria petrolera y los recursos del erario público, el éxodo de su juventud hacia otros países y la falta de gobiernos comprometidos con su desarrollo integral.

Alejandro Rondón ha sido sensible a todo este proceso diverso contemporáneo. Su amor al terruño resulta admirable. Ha sido su negativa a emigrar de Venezuela o de establecerse en otras regiones del país lo que ha aportado valía espiritual a su trabajo, por cuanto su nombre, su poesía, sus creaciones y expresiones musicales son hoy reflejo de su lar natal; y así lo manifiestan otros compositores cuando hacen mención y homenaje en sus letras a Alejandro Rondón y sus hermanos Ignacio e Isaac Rondón, y al prematuramente fallecido, y grande amigo, Pablo César Rondón—portentoso baluarte de nuestra canta criolla, que a pesar de su vuelo temprano en 2004, tiene aún frente presencia musical en nuestros llanos colombo-venezolanos—.

El llano no sólo es la bandera de colores que pintan en los cielos los pájaros, desde turpiales y colibríes hasta potocas maraqueras y alcaravanes, guacharacas y arrendajos, paticos laguneros y garzas paletas, gabanes peoníos y gavilanes, tarotaros y turpiales, paraulatas y arroceritos, pericos carapaicos y loros guaros, gallitos laguneros y cardenalitos; tanto como la flora que bendicen con sus amarillos los carnavales, los yabos, araguaneyes y guamachos, y la blancura de la flor del guamo y el chaparro, la flor del jabillo y el manteco, el violeta de apamate y los brazos del samán y el cedro, la sangre curativa del drago, el misterio del caruto, la fortaleza del corazón del roble y el alcornoque, del cartán y el dividivi.

El llano es más que una quesera y un corral con botalón, que una manga de herrar ganado y vacunar reses, ordeñar con la frescura del alba y sabanear cuando cae el crepúsculo para recoger los animales. Es la comunión del viento con las estrellas, de la noche con la esperanza, del sol bravío con el sudor del cuerpo que no se raja por el trajín.

A esto se suma el valor ante el peligro y los desafíos de aguas y espantos, cuatreros y extorsionadores —que han adoptado modalidades de ultraje y robo, de saqueo y secuestros—, de cobro de vacunas y privaciones de toda índole.

El llanero es la suma de una raigambre y un sacrificio que no tiene otro norte que la vida, el trabajo y la esperanza. Su tesón le revela, le motiva y lo identifica. No es un atuendo de campaña ni una moda de trapos y botas, sombreros y correas tejanas. Tampoco abriga la moda de los selfies, poses de postín y banalidades mediáticas propias de las redes sociales.

Pertenece Alejandro rondón a una generación de relevo de grandes figuras, que de algún modo conforman el patrimonio clásico del folclore llanero; desde Juan de los Santos Contreras "El Carrao de Palmarito" a José Jiménez "El Pollo de Orichuna", de don Dámaso Figueredo a Jesús Moreno, de Francisco Montoya a Reynaldo Armas, de Eneas Perdomo a Julio Miranda, de Sexagésimo a José Alí Nieves.

Ha sido el poeta Carlos San Diego quien, llevado de la sensibilidad y la disciplina formativa de los aprendizajes autodidactas, ha establecido un registro completo de intérpretes y compositores de la música llanera en Venezuela durante más de treinta años, pergeñando notas, reseñas, entrevistas y referencias de inigualable virtuosismo, a través de su famosa columna "A punta de soga", que desde El Tigre, estado Anzoátegui, le ha valido diversos premios entre promotores e instituciones ligadas a eventos y promociones llaneras de los llanos venezolanos y colombianos; quien me apunta una semblanza generacional significativa para poder encauzar ahí la figura de Alejandro Rondón.

Carlos San Diego registra las primeras grabaciones en estudio de música llanera a finales de los años 50, en plena dictadura de Marcos Pérez Jiménez, siendo un evento referencial el Encuentro Nacional Folclórico de Caracas, de 1955; organizado por el poeta Juan Liscano y Reinaldo Espinoza Hernández, con la presencia de Ignacio "El Indio" Figueredo. En los años 90, la empresa Sonográfica organizó los famosos Atardeceres Llaneros, que aún persisten como modalidad de encuentro plural entre artistas y público. También a comienzos de la segunda década del siglo XXI, el gobierno nacional mantuvo por un tiempo una serie de eventos itinerantes denominado Corazón Llanero, con galas en vivo y mucha asistencia de público. De manera menos abultada de público, hay ahora una modalidad denominada "íntimos", para presentar con mesas reservadas y entradas limitadas, veladas llaneras de reducida audiencia. Esto, en parte, para preservar el impacto severo a la salud de la pandemia del Covid-19.

Otra de esas voces primeras en las grabaciones originarias corresponde a una tal María Candela, igual que a Benito Quiroz, Carlos Almenar Otero, Natalio Flores, Enrique Contreras "El canario de Apure", Marcelo Quinto y Melecio García. Giros posteriores aportados al ritmo llanero, introdujo variantes estilizadas como los Juan Vicente Torrealba y los pasajes de Rafael Montaño y Mario Suárez.

El poeta San Diego ha registrado a comienzos de los sesenta una primera generación de artistas criollos del arpa, el cuatro y las maracas, en que aparecen Eleazar Agudo, Antonio Heredia, Simón Díaz, Ángel Custodio Loyola, Juan del Campo, Antonio Barcey, José Romero Bello, Pedro Emilio Sánchez, Catire Carpio, Ángel Ávila, Braulio Palma, Juanito Navarro, Juan Chiquito, Mauro D´Muches, José Jiménez "El pollo de Orichuna", Dámaso Delgado, Rafael Martínez "El cazador novato", Eneas Perdomo, Juan de los Santos Contreras "El carrao de Palmarito", Nelson Morales, Francisco Montoya, José Alí Nieves, Ramón Castillo, Carlos González, Cheo Hernández Prisco, Francisco Rivero, Luis Lozada "El cubiro", Pedro Rodríguez, Ángel Córdova, Eloy Morales, Jesús Moreno, Víctor Brizuela, Dámaso Figueredo, Manuel Bandres, Salvador Gamboa, Valerio Bolívar, Lionzo Vera, Frank de Apure, Dámaso Rodríguez, Antonio Sosa Mejía, José Silva, Antonio Castillo, Humberto Salas. Del lado colombiano, aparecieron Luis Ariel Rey, Alfonso Niño y Tirso Delgado.

Una etapa posterior, que se puede calificar de renovación del canto y la música centrada en el llano, ha de revelar nuevos nombres; siendo significativo el aporte que hace la televisión nacional a la proyección de artistas nacionales; más allá del alcance las ondas radiales (Radio Rumbos, Radio Continente, Radio Nacional de Venezuela, Radio Caracas Radio, Radio Oriente, Radio Nueva Esparta, La Voz de El Tigre) las presentaciones patronales de los pueblos del interior con sus tardes de coleo, su bailes y torneos de contrapunteo a pulmón tendido.

Descolla en esta generación la figura del guariqueño Reynaldo Armas, quien tempranamente logra un estilo de mucha aceptación, seguido de grandes intérpretes como Cristóbal Jiménez, Freddy Salcedo, Santiago Rojas, Raúl Fuentes, Freddy López, Tito Ramón, Santiago Valencia, Rogelio Ortiz, Sexagésimo Barco, Julio Miranda, Teo Galíndez, Armando Martínez, Raúl González, José Ramón Pérez, Arístides Díaz, Luis Silva, Carlos Sequera, Ismael Verasteguí, Argenis Salazar, Argenis Sánchez, Flavio Serrada, Víctor Véliz, Dionisio Garrido, José Manrique y Euclides Leal. Del lado colombiano hay que iniciar este ciclo con Juan Farfán, Cholo Valderrama, Aries Vigoth y Carlos Rico.

Posterior a esta generación aparecen cantantes y músicos dispuestos a dejar huellas imborrables en la tradición llanera. De manera significativa y bastante popular se impone, con jerarquía creativa en el verso, sentimiento nativo en el pasaje y sabia sencillez en el estilo, el apureño Jorge Guerrero. Le acompañan connotados nombres como Julio Pantoja, el criollito Armando González, el zaraceño Ramoncito Pérez; Palminio Hernández, Julio Camacho, Julio Sánchez, Carlos Rondón, Carlos Guevara, Ignacio Rondón, Vitico Castillo, Alcides Pérez, Henry Fuenmayor, Alfredo Parra, Freddy Arévalo, Rubén Gamarra, Franklin Carpio, Julio Bruces, Andrés García "El caicareño", Silvio Meléndez, Facundo Perdomo, Ramón Ojeda, José Vicente Escobar, José Gregorio Oquendo, Luis Acasme, Gilbertico Rodríguez, José Antonio Aguilar "El carraíto de Barinas", José Medina, Alexander Tiapa "El papelón de El Chaparro", el ocurrente Domingo García y Cheo Silva. Del lado colombiano es innegable el éxito de Walter Silva.

El joropo y el pasaje venezolano de los años 50, 60, 70, 90 y comienzos del siglo veintiuno va forjando variantes, que algunos califican de enriquecedoras, mientras otros estiman lo contrario: Se acentuaría la pérdida de su estilo original, calificado de veguero , vernáculo, criollo en esencia; para dar paso a cierta modalidad calificada de "estilizada".

Por esta vía entran los llamados "llaneros urbanos", o al menos quienes incorporan en las letras y los ritmos expresiones y giros urbanos. El cantante José Daniel Quintero, "El tigrito de Matanegra", hace una parodia de esta estampa en su famosa canción "Un malandro y dos llaneros", tema humorístico en el que lo acompañan Wilmer Tovar y Raúl Labrador. En el video que acompaña al tema se recrean las confusiones, la ignorancia y la gracia jocosa entre quien avenido de la capital del país confunde todo cuanto mira y aplica motes de ciudad al color local, siendo defendido de su torpeza por el otro intérprete para darle un sentido pedagógico al careo, mientras Quintero protagoniza la defensa inclemente de sus costumbres llaneras recias ante el despropósito del visitante citadino.

Sin embargo, coincido con Carlos San Diego en que el llamado "ritmo estilizado" es de vieja data, incluso, desde Los Torrealberos, Mario Suárez. Héctor Cabrera, Juan del Campo, Antonio Heredia y Eleazar Agudo; seguidos después por Luis Silva, José Gregorio Oquendo, Tito Ramón e Ignacio Rondón y muchos más.

En una etapa más cercana, desde 2010 para acá, hemos percibido la tendencia de "versionar" temas extranjeros en ritmo de pasaje criollo, en música llanera, bien que sean boleros y rancheras, o tangos y baladas; y está por medirse aún el impacto que esto genere sobre nuestra tradición llanera original, criolla de sepa, tan defendida por poetas venezolanos como Luis Alberto Crespo y Gustavo Pereira; por cuanto cabe considerar el presupuesto de la transculturización.

En este sentido, se debe tomar en cuenta que hasta la vestimenta de los artistas criollos en escena va más hacia el sentido de las pasarelas de la moda y el glamour citadino, que hacia el liquiliqui o la usanza campesina de pantalones, camisas, sombreros y botas llaneras. El pantalón "chupi" o tubito, por ejemplo, se impone sobre cualquier otro pantalón de faena o enrollado a media pierna. Y no es que se pretenda la defensa a ultranza de un modo de vestir antiguo o tradicional, sino que la imagen de un llanero debe ser la imagen de un llanero, del mismo modo que la imagen de un salsero, de un reggeatonero es de ese estilo, porque detrás de la imagen subyace un valor cultural originario que es sustancial a la identidad de nuestros pueblos.

Se teme incluso, que un bodrio musical como el reggaetón pueda aparecer disfrazado de joropo o algo que se le parezca en el arpa, el cuatro, las maracas y el bajo, aunque esto suene destemplado. Como punto medio entre una suposición y una realidad, valga mencionar el desacertado paso de Ignacio "Nacho" Mendoza, ex integrante de Calle Ciega y del dúo regaetonero Chino y Nacho, cantando música llanera, mediante una tonada y un par de pasajes muy promocionados a nivel mediático durante 2022, pero que deja mucho que desear no sólo en la calidad vocal del intérprete, sino en la justificación misma que hace al "venderse" como "llanero auténtico" desde chiquito. Algunos no dejarán de reírse, allá en el llano profundo, por la ocurrencia del joven "Nacho" Mendoza.

Después de este amplio repertorio tenemos precisada la tradición de baluartes llaneros que sirven de referencia al nombre, a la voz, a la obra poético-musical de nuestro amigo Alejandro Rondón, quien nace en Pariaguán, el 2 de enero de 1970. A su promoción generacional, signada desde mediados de los años 90 para acá, hay que apuntar los nombres de Andrés Pulido, Fernando Tovar, Rafael Quintana "El matatigre", Luis Losada "El cubirito", Alí Cabello, Wilmer Tovar, Calucho Calzadilla, Edgar Hernández, Christian Castillo, Edgardo Ramírez, Rogelio Infante, Richard Guarán, Carlos Meléndez, Leonel Bravo, Blas Ruiz, Juan Herrera, José Ángel Rivas, José Alí Nieves Jr., Alexis Figuera, Luis Beltrán Rincones, José Gregorio Matos, José Figueredo, Carlos Pantoja, Ángel Bigott, Elvis Quintana, Vito de Frisco, entre otros.

Una camada de intérpretes novísimos debería comenzar por señalar los nombres de Yerson Baena, Carlos Rondón Jr., Wilfredo Solano, Alejandrito Rondón—hijo mayor de Alejandro Rondón—, Martín Sánchez, Franklin Pinto, Yorman Tenepe, Bernardo Ledezma, Jorge Pieza, Edwin Mirabal, Carlos Tovar, Juanito Quintero y Miguelito Díaz, entre otros.

La prevalencia temática de Alejandro Rondón, así como su matiz decididamente romántico, con exploración de todos los estadios amorosos que pueda suponer la pluma de este reconocido compositor (infidelidad o amor enguayabao, ilusión pasajera o amor de paso, amor ajeno o prohibido, amor imposible o platónico, amor traicionero o traicionado, etc.), con una muy sensible relación del sentimiento interior con el paisaje exterior, bien sea la sabana —su flora, su fauna—, o los cambios de clima que señalan cambios de alma, del mirar o del sentir; ocupan su interés creativo.

Tiene capital semblanza y referencia temática en la obra creativa de Alejandro Rondón el romance, la mujer y el paisaje de la Mesa de Guanipa. Sin caer en el lugar común, la banalidad sentimental ni en la geografía reconocible como extensión del ego. Su poesía va más a lo profundo, al valor humano, donde el mensaje traspone la vivencia y toca el alma.

Resulta increíble la facilidad con que las mujeres y los jóvenes asimilan los temas del cantautor para hacerlos propios, en sus rutinas diarias (laborales o estudiantiles) y en sus soledades, como fuente de paz, de relajamiento, de libertad interior. Esto habla de la efectividad y la eficiente recepción de su mensaje artístico. Hay una comunión entre el mensaje y el destinatario que bajo el prisma de la poesía estremece estadios de los sentimientos y el desarraigo para lograr la conjunción de sentires compartidos. Y esto no tiene nada que ver con el éxito económico o el fomentado marketing, la ventaja publicitaria y los ardides del mercadeo.

Un ejercicio de pespunteo referencial en algunos temas de éxito de Alejandro Rondón nos muestra esta fortaleza creativa directa y efectiva en cuanto al gusto masivo. Veamos:

"Creo que estás perdiendo el tiempo mi amor. Dime ¿qué estás esperando? ¿El hombre perfecto, el príncipe azul, o es algún mesías; alguien que te llene de pura fantasía, y al final del cuento todo sea mentira, pura hipocresía? Y no me gusta hablar de mí, porque eso queda feo ante una dama, ni voy a presumir de mis virtudes, yo sólo soy un loco que te ama…" (TODO CONTIGO)…

"Que yo te venere como antes lo hacía, eso no se puede. Que yo te suplique, te cante y te llore, tampoco se puede. Puedo saludarte cariñosamente y hasta orar por ti; que seas muy feliz, pero no conmigo, porque tampoco se puede. Usted delinquió, conmigo perdió un amor muy grande. Es incalculable tamaño cinismo, ¿Por qué eres así? Yo confiaba en ti, pero te burlaste, sólo me dejaste un llanto, una pena y un fuerte dolor"… (ESO NO SE PUEDE).

"Ironía de la vida, que mala jugada del destino, pues nos vimos en el momento y en el sitio equivocado; tu soltera, bonita y yo casado. Yo quisiera devolver el tiempo, para encontrarte de nuevo para mi. Y hacerte reír, verte cantar, nunca llorar; no van a hablar, porque seríamos felices…" (IRONIA)

"Yo no sé de dónde sacas las palabras que me duelen tanto, que rompen mis venas, ¿cuál es la condena?; yo no sé qué estoy pagando. Te estás burlando de mí. Si en el pasado no fui muy bueno, todo se debe a un constante vagar. Navegué sin timón, no me podía parar, porque mi corazón latía sin cesar. Hoy más tranquilo y con bandera blanca, paré mi barca y me dedico a ti. No permitas que eleve mis anclas, baja tus armas y comienza a vivir. Ten calma, sosiégate, porque te juro que no me quiero ir…" (BANDERA BLANCA)

Proviene Alejandro Rondón de un pueblo llanero realmente singular, especial, llamado Pariaguán. Acá se han forjado grandes arpistas, como los maestros Emilio Siso y Alí Aular, Eladio Romero el apureño y Román García el gocho; seguidos de una fuerte camada de arpistas locales, entre los que cabe señalar a Siober Hernández, Alexis Tamiche, Luis Bastidas "Topacio", Nicolás Villalobos, Luis Rivero, José Gregorio Rondón, Jesús Tiapa, David González, Willson Ceballos, Elkin García, Carlos López, Marcelo Birrier, Anzhony Birrier, Marcelis García, Kilber Sánchez, Euro Suárez, Samil Aular, José Gregorio "Goyo" Tamiche y Juan Lopez ("Juan Diablito"), entre otros.

El maestro Alí Aular ha sido el creador de la Escuela de Arpa "Francisco de Miranda", fundada el 28 de enero de 2001, con nueve promociones realizadas, y más de cien jóvenes intérpretes formados al más alto nivel interpretativo de las 32 cuerdas de este singular instrumento; consolidando así esa base musical que en Pariaguán marcha pareja a su desarrollo humano y material, al consolidar así esa rica presencia espiritual de su acervo tradicional musical llanero en el pentagrama nacional y latinoamericano.

Cuenta Pariaguán con una significativa camada de virtuosos cuatristas, fogueados con sobrado talento en tarimas y grabaciones de estudio, al lado de la mayoría de los cantantes llaneros contemporáneos, sea cual sea el estilo y la modalidad, lo que demuestra sus grandes dotes interpretativas. Muchos de ellos, incluso, son compositores y arreglistas. A este valioso grupo corresponden Rafael Martínez "Comequeso", Héctor Hernández, Juan Soria (recientemente fallecido en México), Lisandro Guzmán, Jean Carlos Díaz, Roberto Martínez, Javier Martínez, Alejandro Moreno, Daniel Caballero, Robinson González, Richard Ramos, Enni Torrealba, Víctor Itriago, Alberto Hernández, Carlos "Gastón" Tamiche y el jovencito adolescente, Santiago Rondón, miembro menor de la dinastía Rondón, de quien Alejandro Rondón es tío y mentor.

Como quiera que el pasaje, la tonada y el joropo llanero se ejecutan con tres instrumentos básicos (arpa, cuatro y maracas), debe tomarse en cuenta que la incorporación del bajo eléctrico aporta riqueza sonora y rítmica a los temas, contribuyendo al conjunto armónico y los arreglos musicales fundamentales para el disfrute y goce de las diversas composiciones folclóricas —pienso que para mejorar—; Pariaguán disfruta de ejecutantes del bajo, de mucha calidad y talento, entre quienes debo mencionar a Luis Bastidas "Topacio", a Antonio Hernández, Oscar Rondón, Julio Salas, José Salas, Santos Birrier, Daniel Velásquez, Anthony García, Andrés Duarte, Ricardo Rivero, Jaiber Nereiko, Jesús Rengifo, César Multimer y Jairo Salazar, entre otros.

Las maracas o capachos aportan al ritmo llanero el golpeteo de granos menudos dentro de cierta variedad de tapara que ayuda a enriquecer la sonoridad de las cuerdas. Este instrumento requiere mucho oído y armonía en las fuerzas de brazos y muñecas para subir y bajar el par de maracas, o girar y detener su melodía, según sea la necesidad del son musical, el arreglo del arpista, la demanda del cantante o la necesidad del conjunto. Incluso, una sola maraca puede bastar para acompañar al ritmo.

De ahí que todo el mundo tenga cualidades de maraquero, y en Venezuela se tiene como máxima referencia interpretativa al desaparecido maestro José Aquilino Díaz "Mandarina", ya fallecido, y compañero musical inseparable del cantautor Reynaldo Armas, siendo un verdadero pupilo suyo y talentoso ejecutante, el pariaguanero Víctor Bastidas, aunque se gane la vida no como maraquero, sino como empleado de Petróleos de Venezuela, PDVSA. Otros ejecutantes de los capachos de este pueblo son Carlos Guerra "Malaspenas", José Ramón Gómez, Richard Hernández, Richard Romero, los hermanos Medina (Aníbal, Julio y David "Tato"), José Simón Bastidas, Juan Bastidas, José Sotillo, Renzo Noriega, Henry Mejías, Christian Hernández y Oswaldo Ochoa, entre otros.

Queda, por último, señalar la representación de cantantes de vieja y nueva presencia, residentes o no en Pariaguán, en cuyas voces se transporta al pueblo, se da a conocer su idiosincrasia, se expresa su gentilicio y se hace referencia y memoria su nombradía; vayan apareciendo vientos y tempestades, tolvaneras o remolinos, cuando el llano indómito es cultura y sentir de hombres y mujeres cuya venezolanidad se manifiesta a toda prueba en cualquier lugar del mundo.

Caben en este renglón cantantes de diversos estilos, modulaciones y preferencias temáticas, desde vegueros criollos hasta estilizados modernos. Desde Pedro Chacare y Mario Sánchez hasta Efraín Villasana, José Tirado "El tigrito de Pariaguán", ya fallecido y Pablo César Rondón —juntos ya en los viajes del cielo—; o de los hermanos Losano (Luis, Antonio, Santos y Alexander) hasta su heredero menor del canto, Luisito Losano. También desde don Mauricio Natera hasta Pascual Pérez y Néstor Vilera "El caballo de gasoil"; o desde Rubén Gamarra hasta Jorge Azuaje, Andresito Rivas, Manuel Medina, Elis David Toro, Carlos Pérez y Simón Bastidas.

En etapa reciente incorporan sus voces un grupo de muchachos en plena formación entre quienes están Miguel "El negro" Medina, Rafael Mejías, José Pino "El sucesor del llano", Luis "Chedín" Ceballos, Juan Espinoza, Yonny Silvera, Nehomar Zurita, Jesús Bruses, Daniel Azuaje, Efraín Bruses, Richard Rendón y Andys Martínez, sin olvidarse de un grupo infantil que ya ha hecho presencia nacional a través del programa Corazón Llanero, de estímulo a los nacientes talentos, cuyo frutos veremos en el futuro cercano.

La pujanza espiritual de Pariaguán resulta significativa a los 278 años —recién cumplidos— de su fundación, y de su paso de villa rural de otrora a ciudad campesina de estampa llanera, mixtificada con el devenir petrolero que es consustancial ya al modus vivendi de la Mesa de Guanipa, como eje central de la Faja Petrolífera del Orinoco; más allá del ventalle y la resolanas de marzo, de los aguaceros de mayo y los conucos vecinos; portento de tradiciones y valores humanos innegables, que hacen de su referencia un signo de orgullo patrio y de afinidad existencial, muy significativa para nuestra venezolanidad.

Y nos lega Alejandro Rondón su talento creativo, su sensible expresión, para delinear sus horizontes desde lo más del corazón —como diría el poeta Ramón Palomares—, cargado de esperanzas y sueños; empujando su gentilicio y su tradición socio-cultural hacia el futuro, hacia el devenir del trabajo y la siembra de un futuro mejor, como el hijo que siempre canta al vientre materno lo genuino de su corazón, como lo hace en su famosa canción titulada LA CANCIÓN QUE SOÑÉ:

Nubes bonitas que parecen de algodón

van llegando por montón

a mojar mi tuera plana

y la sabana cubierta de chaparrales

surtida con mereyales

se va poniendo bonita

y me palpita el pecho de la emoción

cuando miro aquel verdor

de la Mesa de Guanipa

y se divisa a los lejos el arado

y alguien que ya va sembrando

mi tierra santa y criollita.

Más adelante,

cuando llego a Pariaguán,

me dan ganas de llorar

pero de pura alegría;

la vieja mía me acurruca con cariño

piensa que aún soy un niño

y que debe amamantarme…"

Es indudable, colega Alejandro, que la poesía y la vida le bendicen, y que lleva usted en sus forjas nuestras bendiciones y gratitudes por legarnos poesía y canto, alma y canción, más allá de los horizontes de nuestra sabana abierta.

Pariaguán, 6 de julio de 2022



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José Pérez

Profesor Universitario. Investigador, poeta y narrador. Licenciado en Letras. Doctor en Filología Hispánica. Columnista de opinión y articulista de prensa desde 1983. Autor de los libros Cosmovisión del somari, Pájaro de mar por tiera, Como ojo de pez, En canto de Guanipa, Páginas de abordo, Fombona rugido de tigre, entre otros. Galardonado en 14 certámenes literarios.

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