Alquimia política

La servidumbre de la traición

Sin lugar a dudas, el peor aliado de algunas personas es el poder. El poder hace que surjan desde las entrañas mismas un ser humano que ante los ojos de propios y extraños, no existía; hace perder la brújula en razón de la orientación que debería llevar hacia su entorno y hacia las competencias mismas que le exige ese poder, porque quien tiene poder debe ejercerlo, darle movimiento, es decir, mandar.

En las organizaciones públicas y privadas, la ostentación del poder se circunscribe a la capacidad de las gentes de darle personalidad a las funciones de dirección de su cargo; si eres administrador, cumples sus normas y procesos, pero los interpretas según tus juicios y consideraciones. Si eres gerente de logística te vas construyendo acciones que muestren la intencionalidad de tu liderazgo y tu cultura de gestión. Las "…instituciones quedan y los hombres pasan", se suelo oír, pero los hombres, en ese paso rasante y superficial, dejan su marca, su estilo, su huella.

Como en toda esa heterogeneidad de las personalidades humanas, las personas que ocupan cargos vienen de una realidad incierta, es decir, tuvieron la suerte de estar en el momento indicado en el tiempo que se les necesitó, o en el instante en el cual se les miró o se les recordó. Pero no crean que es el producto de grandes cualidades o alto nivel de profesionalización, eso ayuda, es cierto, pero no es lo determinante. Sobre todo cuando esos cargos tienen la última decisión en grupos político-ideológicos, allí las decisiones inciertas tienden a surgir espontáneamente y lograr, de una manera directa, asombrar a los miembros de las organizaciones cuando el elegido es un ser que estaba al final de la cadena de valores de la organización.

En este aspecto, ese poder que pervierte viene de una sociedad que está pervertida y la cual tiene como servidumbre a la traición, porque en un espacio tan convulsionado y volátil, las solidaridades automáticas desaparecen con suma facilidad.

Otro problema que presenta esa cosmovisión del poder que pervierte y saca las miserias humanas en las personas que ostentan cargos burocráticos, va de la mano del "síndrome de la mujer maltratada", es decir, aquella mujer que vive con su pareja y le otorga la potestad no solamente de direccionar su vida, sino de descargar con ella sus frustraciones y "arrecheras", dando lugar a una dependencia de esta mujer a ser humillada y maltratada, para después sucumbir en la intimidad con un sexo salvaje que tiende a disfrutar más en la medida que se despersonaliza y minimiza su autoestima. Este escenario se presenta en el mundo de las organizaciones cuando un jefe es en extremo "patán" y agrede de manera continua los valores y la dignidad de sus empleados, llevándolos a la triste realidad de que cuando ese jefe maltratador se va y viene otro con un criterio de humanidad marcado y con un respeto a la condición humana de esos empleado, éstos tiendan a rechazarlos y hasta criticarlos, porque ellos necesitan del maltrato del anterior para poder darle motivos al miedo y al temor que se acostumbraron a tener en el ejercicio de sus funciones laborales.

En un aspecto puntual, el síndrome de la mujer maltratada es más común en las organizaciones de carácter matricial como las Universidades e Instituciones educativas, porque allí se da la combinación entre las personas portadoras de un poder que supuestamente viene sustentado por altos conocimientos aprendidos, y unos funcionarios que manejan un conocimiento rudimentario-operativo de una realidad compuesta por recursos físicos y financieros, pero de la cual desconocen cómo abordar las relaciones humanas y laborales, porque los personajes a quienes trata como jefe tienden a ser personas con quinto nivel de formación universitaria. Es una realidad difícil, compleja, altamente conflictiva, sino se alcanza a minimizar la conducta de adhesión a ser maltratados para poder sentir que pertenecen a una institución u organización determinada.

Es, ante esta realidad, que se hace necesario una reflexión en voz alta, buscando motivar en los trabajadores su espíritu libertario, sus valores individuales, su capacidad para interpretar la realidad y ser creativos. Los cargos pervierten a las personas cuya madurez emocional no ha llegado, así mismo, muestra un rostro de las personas excesivamente triste, influido por la paranoia y por el hecho de que se ven con la posibilidad de tomar decisiones que antes, sin el cargo, difícilmente tomarían, ya que tendrían temor por las consecuencias, hoy las toman bajo el escudo de siempre buscar un "chivo expiatorio" que les limpie sus malas praxis. El ostentador del poder que lo transforma y lo convierte en maltratador, viene como producto de una inmensa frustración social, todo armonizado por la frustración, la envidia, la soberbia, el criterio limitado de pensar que los cargos son para ellos y lo son para toda la vida.

A grandes rasgos, se hace necesario romper esa realidad del jefe maltratador que, debido a sus actuaciones, lo colocan en el manejo incorrecto de los procesos administrativos y contables en las organizaciones, siendo más un obstáculo que una solución eficiente y eficaz para profundizar las competencias de la organización donde labora. Se necesita un nuevo liderazgo; la presencia activa de gerentes que instrumentalicen la visión teórico-práctica de los procesos, y se interrelacionen de manera asertiva, dinámica, cordial, con cada uno de los sujetos que tendrá a su mando o control. Los gerentes maltratadores tienen corta vida en las organizaciones, porque su misma egolatría los coloca en contradicción con los fines y razón de ser de la organización, terminando en un lugar oscuro, seco, olvidado del propio umbral administrativista de las organizaciones, contrayéndose y asimilando un mundo que les da la espalda, así ellos prometan y juren que han cambiado, es inevitable el vacío y la desesperanza.



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Ramón Eduardo Azócar Añez

Doctor en Ciencias de la Educación/Politólogo/ Planificador. Docente Universitario, Conferencista y Asesor en Políticas Públicas y Planificación (Consejo Legislativo del Estado Portuguesa, Alcaldías de Guanare, Ospino y San Genaro de Boconoito).

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