La bola de cristal (III)

No querrán, pues, causar esos dirigentes alarma social diciendo la verdad sobre los chemtrails, sobre el fracaso del control del clima o sobre los extraterrestres en puertas, ni hacer otras declaraciones institucionales desde los centros neurálgicos de la sociedad globalizada sobre evidencias para muchos, para no provocar "alarma social"… pero generan más alarma las disparatadas manifestaciones como las de Borrell, la pax americana, otro sarcasmo, como la destrucción de presas, como el silencio sobre los aviones que dejan estelas a los que quitan importancia, como esa infantil confianza y esa inteligencia corporativa que no toma medidas drásticas para cambiar costumbres occidentales, aunque sean de corto pero nocivo recorrido. Todo lo que provoca más incertidumbre y más inestabilidad emocional en la población despierta, aunque la mayoría prefiere seguir atolondrada. Además, recuerdan mucho estos planes a aquella abominable maniobra de convertir una gripe severa de las muchas que ha habido en los tiempos anteriores en pandemia, por el arte mediático de generar histeria colectiva y endosar después millones de sueros que maliciosamente llamaron vacunas. Todo lo que sitúa a esas gentes, que prefiero no mencionar ni enumerar, en el gobernalle de un barco sin saber realmente lo que ha de hacerse, y mucho menos cuáles habrán de ser los resultados de medidas que nada tienen que ver con lo único que podría arrojar verdaderas esperanzas de supervivencia: el golpe de timón radical para una vuelta a la vida primaria dejando sólo lo digno de ser aprovechado, y si no el decrecimiento en firme.

Pero lo que parece es que estamos condenados, pese a esa AI, a un panorama que nada tiene que ver con ese futuro ilusionante prometido en las décadas precedentes gracias al "progreso" y los robots. Todo lo contrario, a la vista se nos presenta un panorama embadurnado en incertidumbre deprimente, salvo para los inconscientes aunque ellos también tienen derecho a vivir despreocupados.

En todo caso, siento el cercano fin de mi vida más o menos coincidente con el cercano fin de la Humanidad y de todo ser viviente. Otro privilegio a contabilizar en favor de mi generación; una generación que no ha pasado por una guerra, que ha conocido todos los adelantos empezando por la radio de galena, y a la que no recuerdo le haya pasado por algo malo, salvo vivir 43 años en España (y en gran parte los países occidentales acaudillados por el estado imperial), en una farsa democrática bajo la batuta de los corruptos medios de comunicación, de un poder judicial más franquista que tolerante a la europea, y de una Conferencia episcopal que se resiste a pasar desapercibida o a un segundo plano…



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 [email protected]      @jjaimerichart

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