Cuento o Razón

¿Se debe llevar algo el muerto en la urna?

El ejército del sol y el viento ya empezaron a disparar sus dardos destellantes contra la frescura del clima y del paisaje. Era raro que el frío anduviera vagando por ahí, haciéndole compañía a un chubasco nocturnal. Esta tierra de la Tacarigua de Margarita se ha caracterizado por la escasez de las lluvias y de ahí las grandes diásporas del pasado hacia tierra firme y más aún cuando estalló la fiebre del petróleo, que dejó a los conucos abandonados bajo el látigo inclemente de la maleza que apenas se descuida el campesino, llena el terreno de todo tipo de hierbas.

El periodista Juancho Marcano, había llegado al conuco, acompañado con su perro Pipo, que recorría el sembradío, mientras que el hombre limpiaba y le acomodaba hojas secas a las plantas en el pie para que conservaran el poquito de humedad que aún puede tener el suelo unos centímetros más abajo de la superficie.

Después de haber terminado, hombre y perro, en vista de lo fuerte de la canícula, buscaron refugio en la fresca sombra de la mata de mango que, como siempre, los esperaba con la mejor de su sonrisa y la frescura de su follaje para que descansaran y conversaran, tanto ellos como ella. Por eso, después que Juancho y Pipo saludaron y hablaron con el árbol, el perro se dirigió al periodista y, para no perder la costumbre, lo interrogó sobre algo que el hombre no esperaba: ¿Juancho, cuando los humanos se mueren, deben llevar algo que a ellos les gustaba en la urna?

El periodista observó a su perro y sin pensar mucho, repreguntó: ¿Por qué me preguntas eso? "Porque escuché a un vecino hablando que un hombre como era albañil, le llenaron la urna de bloques y después no hubo quien la cargara", respondió el perro.

Juancho soltó la risa, aunque después manifestó: "Aunque te digo, Pipo, a mi me contaron que a un pobre hombre, le gustaban mucho los dulces, las galletas y las chucherías, pero que nadie tenía la bondad de dárselas, cuando se murió, el ataúd se lo llenaron de todo tipo de exquisiteces dulces, y por eso un borracho gritó: "Ahora es cuando le van a dar esas galletas".

Hombre y perro soltaron la risa y después como ya era mediodía, tomaron el camino a la casa.



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Emigdio Malaver

Margariteño. Economista y Comunicación Social. Ha colaborado con diferentes publicaciones venezolanas.

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