Sobre el cambio climático

Si se aparta la propaganda y las grandes dosis de publicidad que se presentan en el plano global, lo del cambio climático es fundamentalmente negocio para unos y otros, mientras las masas se quedan contemplando con estupor y resignación sus consecuencias. Es innegable que el llamado cambio climático que afecta a todo el mundo es una realidad que está presente casi a diario y se aprecia tan pronto la naturaleza lo pone en evidencia. Los medios de difusión lo airean convenientemente cuando acontecen determinadas catástrofes, pero al poco tiempo cambian de titular, hasta que vuelven a desempolvarlo con ocasión de otra tragedia, evento comercial, institucional o simplemente político. Se trata, con tal relieve mediático, de un ejercicio que invita al personal a entonar una especie de mea culpa, para luego seguirse haciendo todo aquello que incide en la degradación de la naturaleza y rebaja la calidad de la vida humana. Son conscientes los verdaderamente entendidos en la materia, es decir, los que no viven de las contribuciones empresariales al efecto, de que poco se puede hacer, salvo propaganda y publicidad al efecto, asistida con algunos retoques racionales, que al menos tratan de aliviar un poco el sobrecalentamiento del planeta, la polución asfixiante derivada de los combustibles fósiles y rescatar una parte de lo verde para aliviar el efecto invernadero. En definitiva, casi nada, puesto que el cambio climático, un proceso cíclico natural en la que la intervención del hombre tiene un peso relativo, supera todas las previsiones y no sería posible abordarlo desde aquí abajo y con los conocimientos actuales, porque de entrada habría que concentrarse en el estudio del que es el centro de este pequeño universo, el que calienta el mundo en que vivimos, sujeto a leyes naturales que no se pueden cambiar ni por capricho ni por la fuerza ni por conveniencia de nadie. Sin embargo hay que publicitar medidas, aunque sean inoperantes, para que algunos ganen dinero y otros crean ingenuamente que el problema trata de resolverse.

Dejando apartada la cuestión científica de fondo o la simple especulación, cuya marcha acaba estando contaminada por los intereses comerciales de cada momento, en la práctica, resulta notorio que el cambio climático está desbordando al alza las temperaturas habituales y modificando los patrones ambientales, pero este proceso está siendo utilizado por los intereses dominantes para hacer el oportuno negocio empresarial, colocando de vanguardia grupos dirigidos, y algunos engañados, para que esta avanzadilla animada con nobles pretensiones, a la vista del público, sirva para ocultar el fondo mercantil de la actividad que defienden. Se está hablando del capitalismo dirigente, a quien solo le importa aumentar el capital, aprovechando cualquier circunstancia. Aunque es un hecho que el llamado cambio climático no es fácilmente reversible, puesto que obedece a ese proceso natural fuera de cualquier previsión o actuación humana, por lo que gran parte de las propuestas son totalmente ineficaces en ese sentido, cabría señalar que ha habido logros con algunas medidas, ya que las pequeñas actuaciones realizadas en esa dirección han contribuido en algunas zonas del planeta a mejorar la salud humana; este es el caso de la puesta en marcha del desarrollo sostenible, las tecnologías verdes y la llamada economía circular. Pero a renglón seguido, hay que quedarse con que en el fondo tales propuestas están dirigidas de alguna manera a aumentar dividendos empresariales. En contra de lo que pudiera opinarse, buscar soluciones al cambio climático es una estrategia más del capitalismo global para engañar y entretener a las masas, asumiendo el papel de aspirante a redentor de la humanidad, disfrazado de honrado innovador, que con su actividad comercial trata de salvarla. Pura y simple falacia, porque a lo que está atento es al interés del potencial negocio que los posibles remedios ofrecen, a la vista de las distintas ocurrencias científicas y políticas. Lo que no supone, por otro lado, que las masas no obtengan parte del beneficio con la mejora de sus condiciones de vida y, en especial, de la salud, si se tomaran medidas efectivas, como sería, en primer término, prohibir la industrialización avasalladora, reminiscencia de otra época, que continúa presente. Frente a la que solo se plantean soluciones tímidas y se ofrece la alternativa mercantil de pagar por contaminar.

Pese a que el asunto no ofrece visos de solución efectiva, no está de más levantar ligeramente el velo que cubre toda esta apariencia, alimentada a nivel propaganda política y la correspondiente publicidad comercial, que camina en estrecha alianza con la anterior, y declarar abiertamente que, hasta ahora, aunque resulte paradójico, el único culpable del cambio climático, en los términos en que se viene planteando, no sería tanto el ser humano como el propio capitalismo, porque lo han generado sus empresas, esas que ahora parecería como si quisieran enmendar su culpa, en un ejercicio de pura hipocresía comercial.

A poco que se eche la vista atrás, el estado del clima está claro que venía siendo afectado por la actividad fabril de ciertas empresas en sus distintas tareas productivas. Dado que se imponía la tolerancia absoluta y la ley del silencio, permitiéndose emisiones descomunales de dióxido de carbono, entre otros contaminantes. Tampoco, a nadie interesaba las emisiones de metano y de dióxido nitroso que acentuaban el problema. Entonces, contaminar despiadadamente, maltratar a la naturaleza y matar a las personas, como resulta que todo ello servía a los intereses del capital, era obligado ocultarlo, contando con la complicidad de unos medios, que ahora vienen a explayarse sobre el tema porque vende. Transcurre el tiempo, y tan pronto se atisba que la trayectoria de tales industrias llega a su fin, al dejar de ser rentables, se van buscando nuevos centros de producción de dinero. Llegados a este punto, explotar el mal estado de la naturaleza tratando de enderezar la situación parece una buena alternativa comercial. Ante las consecuencias del cambio climático, que afecta a la humanidad y a la biodiversidad de una manera visible, en forma de desertización, deshielos incontrolados, elevación del nivel del mar, inundaciones, incendios, temperaturas anormalmente altas y especies del mundo vegetal y animal que desaparecen, parece que ha llegado el momento de sacar a la luz la campaña del cambio climático, un negocio de dimensiones enormes al amparo de una idea racional e innovadora. Olfateando el nuevo mercado, es así como se convierte el capitalismo en el abanderado de la causa, subvencionando campañas publicitarias, casi quijotescas, para concienciar a las gentes, pero diseñadas para crear y fomentar nuevos negocios, de los que tomará el control, invocando su potencial para cambiar el panorama y llevar a la humanidad hacia una vida más sana. A la vista del gran mercado que ofrecen las que se ha llamado energías verdes, en cuanto consideradas no contaminantes —porque lo del cambio climático, una vez más, solamente se suele asociar a la contaminación ambiental, dejando aparcadas otras causas—, dirigidas aquellas a aprovechar las fuentes limpias y más rentables que ofrece la naturaleza, parece como si el capitalismo, a través de las empresas destinadas a aprovechar el nuevo filón, se hubiera vuelto sensato y estuviera decidido a hacerse más humano. Por eso, ha involucrado a la política para que emprenda la correspondiente cruzada propagandística local y a los medios para alimentarla, fijando el foco de atención, no en aquel viejo y sucio instrumental de generación de capital, sino en la irresponsabilidad del ser humano.

Como la tecnología ha tomado la vanguardia del progreso, olvidando ese pasado y presente industrial, repleto de contaminación ambiental, se trata de concienciar de lo evidente, para que el mundo presione a los gobiernos y las personas vacíen sus bolsillos, a través de nuevos y crecientes impuestos, al objeto de atender unos intereses en los que está en juego un ingente negocio, a través de sus empresas, para los grandes tenedores del dinero. A tal fin, el gran capital ha implementado esa campaña de mentalización generalizada. Con la política no hay problema alguno, existe demasiado entendimiento y sigue fielmente sus instrucciones. La burocracia ve en el tema, promovido desde la dirección capitalista, nuevas competencias, otra oportunidad para que crecer y aumentar su poder de control sobre la ciudadanía. Las empresas están calculando el amplio campo de actuación que el asunto ofrece, y las más grandes están dispuestas a aumentar los términos de sus respectivos monopolios, aprovechando la ventaja que ofrece ser pioneros de un gran negocio dirigido a paliar el cambio climático, sustituyendo por decreto la combustión fósil por material no contaminante. Las masas, en su condición de directamente afectadas, pero entretenidas con todo eso de las redes sociales de internet, están simplemente a lo que se les diga. Para ayudarlas a digerir el problema, se acude al espectáculo, porque es este el que seduce al personal, y el capitalismo baja, de cuando en cuando, a los cachorros de sus oficiantes, debidamente agrupados, al escenario global para llamar la atención de cualquier forma, incluso vandálica, ante la tolerancia de los poderes públicos y el estupor del ciudadano común. En definitiva, el mundo se ha entregado a la cuestión de resolver lo del cambio climático, pero desde la dirección del capitalismo. La ciudadanía en este punto se encuentra dividida y empieza a ver el tema como una cuestión política para atraer votos, así como la ocasión para desvalijarla y oprimirla todavía mas, a través de esa poderosa burocracia, por lo que, si bien preocupada, en general, se mantiene reticente en cuanto a la llevada a término de las medidas a tomar.

Más allá de las pamplinas habituales sobre este tema de moda, porque es esto lo que se ofrece a las gentes, se han venido haciendo pequeñas cosas para tratar de paliar el problema, sin embargo se aprecia en este asunto una clara tendencia a hablar y hablar para no decir nada en términos realistas. Simplemente se trata de mover a instituciones y gobiernos a dar pasos dentro del sistema, pero sin salirse del guión. Pese al repetitivo argumento de la irresponsabilidad humana como causante de la tragedia que vive el mundo con lo del calentamiento y las veleidades de un tiempo atmosférico que apuntan en mala dirección, el que en su medida ha contribuido a ello se muestra como ajeno a la causa de tal situación y continúa pasando la responsabilidad a la inconsciencia humana. La política, la ciencia y la tecnología tratan de lavar su conciencia de culpa, apuntando en la misma dirección, en cuanto a la solución parecen haberla encontrado en reunirse de cuando en cuando para cambiar impresiones, acordando hacer lo que luego, en lo decisivo, no se llega a hacer. Todos esos que descargan su parte de culpa en el ser humano, quizás debieran desprenderse del maquillaje y, al igual que otras inútiles ocurrencias propuestas, podían dejar caer otra más descabellada todavía, como sería poner una sombrilla gigantesca para tapar a ratos los abrasadores rayos del astro rey, porque ellos conocen sobradamente, aunque se lo callan, que el culpable más significado del cambio climático es precisamente el sol, frente al que no caben medidas paliativas y ante el que nada radical se puede hacer para solventar el problema.



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

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