Diego Fusaro, un tipo muy molesto

El marxismo contra la izquierda “woke”

¿Por qué resulta molesto Fusaro? Pues hay que reconocerlo, el filósofo italiano Diego Fusaro (Turín, 1983) es molesto a diestra y siniestra, nunca mejor dicho.

A diestra, pues éste hombre, pensador joven y tenaz, dotado de una vasta formación clásica y filosófica, un hegeliano-marxista de pura cepa, viene a España con sus libros y con sus visitas y nos recuerda que el liberalismo ha sido la peor catástrofe sobrevenida sobre Europa y el mundo entero.

Fusaro resulta molesto a diestra, en efecto, porque el sistema capitalista, como sigue denunciando un marxista consecuente, es en sí mismo un crimen y una ofensa a los pueblos de la Humanidad, y el respeto a la propiedad privada o a otros derechos civiles tenidos por básicos (y que el liberalismo pretende monopolizar erigiéndose como único dueño del discurso) no tiene nada que ver con dar la aprobación al turbocapitalismo, esto es, comulgar con el proceso cibernético, globalista y de alta financiarización, que hoy domina la economía del mundo. Fusaro es incómodo, demasiado marxista a diestra, para las derechas, excesivamente crítico con las trampas ideológicas de una derecha atlantista, neoliberal, globalista.

A siniestra también resulta molesto.

Es molesto a siniestra, porque una izquierda acomodaticia, sistémica dentro del capitalismo, perfectamente integrada en él y funcional con él, no soporta que alguien le saque los colores. Fusaro nos recuerda que el liberalismo ha infectado de lleno a todo Occidente, y la infección consiste en fatalizar la existencia, aceptar el dominio del Capital como único, inmarcesible, inapelable.

A la izquierda hay firmes defensores de ese Nuevo Orden que pretende ser liberal o neoliberal pero que en realidad tiende descaradamente hacia el totalitarismo incluso en aquellos países occidentales que deberían haber acumulado inmunidad histórica contra él, dado su pasado. A siniestra nos encontramos con los colaboracionistas. Con esa izquierda dispersa en "causas particulares" que ha perdido de vista por completo el aserto de Hegel, y que todo marxista debería hacer suyo, aserto tremendo según el cual "la verdad es el todo".

Si una izquierda acomodaticia, neoliberal en su fondo y en su forma, cuando no servil y mamporrera al servicio del Capital, no hace suyo el punto de vista de la totalidad, lógicamente no podrá ver en Fusaro lo que éste autor nos trae: una impugnación in toto del Sistema del Señor (el Capital).

Avergonzada, la izquierda posmoderna lanza por su parte una impugnación de la propia actitud y la propia razón de ser de Fusaro.

Fusaro es incómodo, cuando no visto como un ser despreciable a diestra y a siniestra, molesto para las dos patas sobre las que se levanta el bípedo

Leviatán del turbocapitalismo mundial, la pata liberal y la progresista.

(1) Veámoslo primero en el contexto econonómico-social e ideológico de la izquierda española.
(2) En segundo lugar, veamos el "caso Fusaro" en el contexto peculiar de eso que se ha llamado "anti-fascismo", esto es, el comodín totalitario del que se sirven elementos pro-capitalistas que usurpan los símbolos identitarios y las tradiciones de la izquierda para mantener en orden a sus filas y que no se vuelvan contra el Capital, que es quien paga y exige obediencia al fin y al cabo. Por tanto, mi ensayo incluye estas dos partes.

Vaya la advertencia por delante: no soy ningún experto en Fusaro. Muchas obligaciones y líneas de trabajo distintas me han mantenido apartado, al menos por el momento, de múltiples e importantes obras del autor italiano. No obstante, he sentido la necesidad de traducir o impulsar la edición de distintas obras suyas en español. Diversas recopilaciones de artículos han tomado forma de volúmenes que han aparecido en editoriales como EAS, ICP Ediciones y Letras Inquietas, por no hablar de diversas publicaciones de artículos sueltos suyos traducidos, así como entrevistas para diversos medios digitales y en papel.

Mis modestas iniciativas, que se suman a las de otras personas de El Viejo Topo y otros medios a los que ahora mi memoria no alcanza, no me invisten de una autoridad especial a la hora de escribir sobre Fusaro. No soy un especialista en él, simplemente me veo como uno de sus camaradas en la lucha contra el neoliberalismo salvaje, compañero en el esfuerzo de rescatar figuras señeras de la Filosofía (Hegel, Marx, Gramsci, Preve), a las que yo añado otras muy poco "correctas" políticamente hablando (p.e. Spengler). Son figuras que espero nos sirvan para crear un bloque popular contrahegemónico. Como el italiano, he dejado de tener respeto por la mojigatería izquierdista que prohíbe tratar ciertos temas tabú (la invasión silenciosa de Europa, las aberraciones de la ideología de género, el otanismo discreto y secreto de la izquierda europea mayoritaria…).

Desde un punto de vista mucho más filosófico me parece refrescante su abandono del "materialismo". En las coordenadas del siglo XIX alemán, marcado por Hegel y por el idealismo, y también en el contexto del positivismo triunfante en el resto de Europa, nada tiene de extraño el materialismo adherido a los planteamientos de Marx. En el ámbito español, doy por conocidas mis polémicas (no deseadas por mi parte) con el pretenciosamente llamado "materialismo filosófico" de Gustavo Bueno y sus discípulos. Baste recordar aquí que mi tesis es que una ontología pre-critica y un realismo metafísico, del estilo de los reivindicados por Bueno, no son imprescindibles en el marxismo. La crítica afilada al capitalismo hecha por Marx, su comunitarismo, de lo más exquisito y clásico, están más cerca de Aristóteles y del idealismo germano que de cualquier "materialismo" que se quiera considerar. En suma, coincido con Preve y Fusaro en que al marxismo no le hace falta ningún "materialismo filosófico". La vigencia de un Marx necesario como arma anti-capitalista al servicio de los pueblos y en manos de las clases explotadas no es la de un pensador "materialista", sino más bien la de un insigne sucesor del idealismo alemán.

Evidentemente, las líneas que siguen son fruto de una reflexión muy personal, en el doble ámbito de mi propia biografía intelectual y de mis experiencias (filosóficas y cívicas) con la "izquierda española", de una parte, y, de forma más estricta, de mis conexiones intelectuales y editoriales con el "caso Fusaro".

1. En el contexto económico-social de la izquierda española.

Mi propia experiencia vital, como he dicho, y ese juez implacable que es el tiempo, me llevan a afirmar que antes que un "caso Fusaro" hay que hablar de un "caso izquierda española". Esa izquierda es la piedra de escándalo, y no el filósofo italiano hacia el que apuntan tantas iras e insultos. Hay que entender el caso históricamente, como es lógico.

Todo el relato que se ha montado sobre la oposición al régimen de Franco y el pretendido protagonismo de la izquierda española a la hora de presionar al sistema en dirección a reformas democráticas, se ha ido desmoronando con el propio devenir, con el despliegue de los hechos, que es el verdadero juez implacable.

Lo cierto es que el "búnker" franquista tardío no era sólido y los políticos centristas y conservadores, que antes habían mostrado ser franquistas de pro hasta sus médulas, veían ya muy viejo al dictador y eran muy deseosos de cambios y reformas liberales. Los franquistas en su mayoría optaban por el oportunismo. El Vigía de Occidente, el imperio yanqui, les apoyó, pues éste había decretado la no continuidad formal con el régimen dictatorial y forzó una apertura "homologada" de España, una equiparación con las otras democracias formales de Occidente. A la altura de 1970, los regímenes autoritarios del sur de Europa, si bien eran declaradamente occidentales (esto significaba que eran aliados de los E.E.U.U.) y anticomunistas, podrían acabar dando problemas al Imperio. ¿Cómo? Un estallido popular ante medidas represivas exageradas por parte de las dictaduras mediterráneas podría desencadenar una espiral no deseada para el yanqui, un rosario de conflictos por causa de medidas aún más represivas llevadas a cabo por estos regímenes militares o autoritarios, generando un escenario que podría dar lugar a sorpresas, abriendo contextos potencialmente subversivos que inclinaran a España, Portugal o Grecia en la dirección de convertirse en democracias populares, gobiernos populistas poco amistosos con el yanqui, inestabilidades geopolíticas, auge de los comunistas, etc.

Sin embargo, junto a la debilidad del "búnker", minoritario ante el auge de franquistas oportunistas, no era menor la debilidad de la izquierda española organizada y la falta de conectividad de ésta con las masas. Muchos años de clandestinidad, una desigual penetración de la fuerza opositora más organizada, que era el PCE (desigualdad que dependía del grado de industrialización de las distintas regiones y comarcas de España), la propia eficacia del aparato represivo, todos estos factores, en suma, no permitían augurar ningún levantamiento de las masas contra el franquismo en la época de vejez del Caudillo sin que la represión se diera en grados muy virulentos, y máxime cuando las masas habían llegado a niveles de consumo cada vez más homologables con Europa. El terrorismo y la amenaza golpista fueron instrumentalizados desde el exterior, pero la sociedad española era muy inerte. Se idealizaron mucho, en la transición, las "movidas" universitarias y las tensiones callejeras vascas, pero las fuerzas represivas del Régimen sólo tenían verdadero miedo cuando entraban en las cuencas mineras asturianas. Que fueran los sectores más oportunistas del propio franquismo, en connivencia con una socialdemocracia casi inexistente, no menos oportunista, formada ante todo por exiliados, intelectuales sin arraigo en la calle ni en la fábrica, así como agentes extranjeros que querían nuevas oportunidades de negocio, me parecen elementos clave para entender la soledad de un Partido Comunista de España el cual tuvo que ajustarse a la realidad y redimensionarse en el mismo momento de ser legalizado.

El Partido Comunista ya era de por sí un partido liderado de forma socialdemócrata, con tesis "eurocomunistas" que, no obstante, jamás servirían para tranquilizar a la derecha y extrema derecha. Cuando se dispuso a concurrir en elecciones formalmente libres, y a poner en práctica su lucha por la hegemonía, se encontró con el nicho ecológico ocupado por otras especies. Y esas especies, bien regadas por dinero extranjero, tanto legal como oscuro, fueron las especies del PSOE y las de diversos grupos independentistas o nacionalistas que negaron el pan y la sal a los (casi) únicos que habían mantenido una línea opositora (clandestina) a Franco, los comunistas.

Con la caída del Muro, y el famoso "desencanto" que la izquierda se llevó tras años de felipismo (años de feroz neoliberalismo que desmanteló la industria y, con ello, la combatividad obrera), el destino del PCE ya venía marcado. Las "masas", cuya acción precisaba de una vanguardia que las dirigiera, simplemente ya no existían. Se habían desmovilizado o aburguesado. Había sido indoctrinadas en la cultura consumista pasiva: sumidas, como diría Gramsci (y hoy repetiría Fusaro) en el fatalismo. Para empezar, ya no eran masas en el sentido clásico. Se pudo ver con las reconversiones, y yo mismo lo he experimentado en mi época de estudiante en la antaño industrial y obrera ciudad de Gijón. La cultura del trabajo se destrozó deliberadamente por medio de la política combinada de palos y pelotas de goma de los antidisturbios, prejubilaciones y prebendas a los líderes sindicales y a los afiliados colaboracionistas, cataplasmas y opiáceos abundantes en forma de cursillos de formación, pagas y recolocaciones en entidades improductivas y ornamentales que, esas que con el andar de los tiempos se llamarían ONGs.

Y ahora viene la mutación. El nicho natural para una izquierda española que, primero, fuera la legítima heredera de la oposición a Franco y, después, se alzara en el bloque opositor a la deriva neoliberal iniciada por el felipismo (y que refrendará el Partido Popular cuando y donde tocó el poder) ya estaba ocupado al margen de los comunistas. Estos se encontraron con el nicho ocupado y con la cabeza llena de mitología anti-franquista que no se ajustaba a la verdad histórica. La verdad histórica de que una represión franquista feroz en los años 40 y 50, y un desarrollismo económico impresionante en los 60, generando un pequeño New Deal, combinadamente, habían desactivado la oposición al régimen y habían cauterizado posiciones extremistas contra el Régimen.

El propio Partido Comunista renunció a liderar (a modo de vanguardia leninista) la lucha anticapitalista o a hegemonizar (a modo de núcleo de un bloque gramsciano) una cultura popular de resistencia al neoliberalismo. Se encontró con un partido "de poder", el Partido Socialista, aupado desde el extranjero, con todo género de apoyos, empezando por los financieros. La síntesis de caciquismo corrupto y oleadas privatizadoras sumamente agresivas, que fueron las notas significativas del socialismo español, no bastaría para completar el cuadro, un cuadro que se acerca notablemente a lo que hoy Fusaro denomina en su país (pero que también vale para el nuestro): el progresismo. El progresismo pudo vestirse de largo, y esconder el supuesto pelo de la dehesa comunista, con la fundación de IU y, en una segunda etapa, mucho más reciente e intensa, Podemos.

La gran derrota de una izquierda anticapitalista (comunista hasta la invención de Izquierda Unida) nunca fue exclusivamente electoral. Nunca fue una derrota explicable por la pérdida de apoyos externos (por ejemplo: la leyenda de la caída de la URSS que cortó el supuesto flujo de dinero rojo). La gran derrota real fue aceptar todos y cada uno de los códigos de una visión difusa y errónea del mundo que podríamos llamar progresismo. El progresismo no fue una mera claudicación ante el neoliberalismo: fue su colaboración necesaria.

El simple hecho de que se haya dado un "caso Fusaro", esto es, que haya aparecido en escena un filósofo italiano, muy joven, lleno de energía y armado con todos los recursos de la historiografía filosófica (recursos que son muchos, y que van más allá de los catecismos de las "Ediciones Progreso") para recordar en la izquierda española y europea en general, que el capitalismo sigue ahí, como feroz y absurda trampa en la que ha caído la humanidad. Para recordar que la izquierda, con su difuso "progresismo" se ha ido convirtiendo en aliada y defensora de tal atrocidad, y que esto no puede ser sino piedra de escándalo y signo de perplejidad.

Pero no es un investigador italiano de currículum intachable y pluma fecunda e incisiva (ese es Fusaro) quien genera "un caso". Es la propia izquierda española y occidental la que se halla en la picota, cuestionada por su deriva, por su "progresismo", cuyos antecedentes acabamos de explicar de manera muy sucinta.

Esa clase de izquierda que ha ocupado el nicho del anticapitalismo para volverse abiertamente procapitalista es una izquierda que ya no es izquierda, aunque se autodefine calculadamente como progresismo. Las invectivas fusarianas son muy variadas y coloristas: izquierda fucsia, izquierda arcoíris, etc. Estas invectivas son coincidentes con las que gastan los populismos que en Europa han ido ocupando el nicho obrero desalojado por socialistas y comunistas, esos "ultras" que no dudan en apelar a términos como "pijoprogres" (o sus equivalentes extranjeros), izquierda caviar, "bo-bos" (en Francia), etc., para referirse a la izquierda indefinida, extravagante y generalmente pro-capitalista que ha dejado atrás el marxismo.

A fuer de dejar de ser "comunista", la izquierda anticapitalista dejó de ser, por igual modo, "marxista". La hoz y el martillo fue trocada por la rama de olivo, la bandera del arcoíris, el color morado o violeta feminista, el verde de las nucleares-no, o el crisol más abigarrado del altermundismo. El "progresismo" fue asumido por cualquier fuerza política que proclamara (aunque no lo demostrara con ningún hecho objetivo) estar en contra del fascismo y la reacción, pero calladamente a favor de un progreso... progreso en el proceso de concentración y acumulación mundial del capital

La creación de una coalición como Izquierda Unida, bajo cuya capa se agazapó el Partido Comunista, pareció en su tiempo una maniobra acorde con todas las tendencias europeas de ocultación y disimulo del comunismo como seña de identidad. En todo Occidente se dio el paso hacia el comunismo vergonzante. Un comunismo que tenía vergüenza de mostrarse así, como organización llamada a concentrar y movilizar a las masas en la lucha contra el Capital. La lucha contra el capital pasó a ser el abigarrado enjambre de luchas de colectivos minoritarios con demandas específicas, muchas de ellas respetables como causas "por los derechos humanos" de minorías y de colectivos con identidad específica, pero sin relación directa con la lucha contra el capital. Al interponerse esas luchas de minorías y de identidades en el camino de la "lucha final", como reza el himno de La Internacional, lo que fue sucediendo es que esa lucha final se pospuso, se olvidó y hasta se denigró. En su lugar ya comenzaron a tomar más cuerpo las luchas específicas, las únicas que acapararon atención pública y, sobre todo, mediática.

El Capital pudo, por medio de una fragmentación de las luchas, acelerar su proceso de nivelación y homogeneidad universales. El lema militar de "divide y vencerás" se ajusta maravillosamente a lo dicho aquí. El obrero de cualquier lugar y ramo de la producción puede desarrollar conciencia solidaria y unidad de acción con el de otro ramo, sector, región, país, en previsión de que el Capital está bien unido, solidariamente unido como Internacional de los señores del dinero.

Desde la fundación del marxismo, no hay otra ni mejor pedagogía de la revolución que ésta: la unión de las trabajadores es vital, cuestión de vida o muerte de toda causa de resistencia a la unión factual y granítica que desde siempre existe, la unión del Capital. El Capital, aun cuando conoce competición y enfrentamiento en su seno, y aun cuando las rivalidades de los señores del dinero se instrumentalicen en forma de guerras entre estados, naciones, pueblos, etc., posee mecanismos mucho más sólidos y rápidos de unión de clase cuando éste se ve amenazado existencialmente, cuando hay en frente una masa trabajadora organizada. En cambio, si esta masa descontenta de trabajadores, potencialmente anticapitalista, se disgrega en causas identitarias, particularistas, específicas, y se niega la causa de las causas, que es el propio modo de dominación del capital, la izquierda posmarxista tendrá ya la guerra perdida. Será la derrota segura de una izquierda disgregada e integrada en el Sistema.

Una a una de esas causas parciales será susceptible de integración en el sistema, bajo las múltiples vías de soborno y asignación de cargos funcionariales y para-funcionariales (las ONGs): feministas integradas, ecologistas integrados, homosexuales y trans integrados, etc. De ser colectivos supuestamente victimizados por el Capital, han pasado a ser colectivos beneficiarios de las subvenciones del mismo, cuando no "héroes" del Capital: empresarias feministas, capitalismo verde, negocios "gays", etc.... En el mismo proceso dialéctico de victimización-heroísmo hemos de incluir el identitarismo no ya sólo sexual ni racial sino el nacionalista.

La extraña fascinación de la izquierda posmoderna por los supremacismos (vasco o catalán) solamente puede entenderse por esta misma línea dialéctica: primero se inventan un colectivo que de manera torcida y genérica se ha supuesto víctima del franquismo, del capitalismo o de ambas cosas a la vez, y una vez que ese colectivo toma posiciones ventajosas gracias a las subvenciones estatales y los apoyos locales y regionales de la burguesía deseosa de privilegios y agitadores mercenarios, se apoya después un bloque supuestamente interclasista para alcanzar los privilegios. Que la identidad sexual, racial, lingüística o nacional tenga que ser comprendida no como lucha de clases sino como lucha por los privilegios, es el ABC de un marxista, y sin embargo la izquierda posmoderna española, incluyendo de forma muy destacada la vasca y la catalana, se niega a ser marxista. No lo puede ser bajo riesgo de autodisolverse –y morir- en un ataque de coherencia racional repentina.
2. En el contexto del "anti-fascismo".

La izquierda posmoderna española, como la occidental en general, ha perdido su verdadera seña de identidad, que venía dada por la teoría marxista según la cual el capital explota el trabajo, y en su forma de explotar el trabajo se pone en juego la dignidad de los pueblos, la libertad del hombre, la supervivencia en el ecosistema Tierra, etc. etc.

Perdiendo su identidad ideológica, como hemos dicho en el punto 1, la izquierda posmoderna española no podía sino sentirse alérgica, refractaria y hostil al pensamiento de Fusaro. Yo lo puedo certificar pues llevo años traduciendo y divulgando textos del pensador italiano, así como de su maestro, el gran Costanzo Preve, y otros marxistas ilustres, aún en activos, como Denis Collin, todos ellos etiquetados de las más burdas maneras, cuando no ignorados: tercerposicionistas, ultraderechistas, caballos de Troya del fascismo, rojipardos, etc.

Como único resto ideológico que esta clase de izquierda degenerada, dada a defender al Capital ante la crítica marxista que, por sí misma, puede erosionarle, queda el "anti-fascismo".

No se entiende muy bien qué puede significar un término así, si somos estrictos en la acepción del término. Después de 1945 hay que seguir combatiendo al fascismo, por lo visto, de la misma manera que después de 1939 hay que seguir combatiendo por una II República que, al parecer, no se habría rendido nunca y fue perfecta e inmaculada en lo que hace a su ser histórico y a su ejemplaridad moral.

El truco nunca funcionó con algunos de nosotros. Yo, personalmente no compro esta mercancía averiada. Estos que dicen combatir al fascismo se niegan a combatir al capitalismo. Cargan contra molinos de viento, espantajos y fuegos fatuos. El "fascismo" peligroso es que el nos implanta el Foro de Davos, las GAFAM, el Pentágono, Soros, la guerra híbrida de las ONGs desplegadas por los señores del dinero y la Inteligencia norteamericana, las revoluciones de color, las bombas oportunas para cambiar los gobiernos y teledirigir los Estados… Pero no es exacto calificar a tales maquinaciones como fascismo, sino como "tendencia totalitaria inherente al propio proceso del Capital financiero".

No creemos en una teoría de la conspiración sino en una convergencia funcional del Capital internacional hacia el totalitarismo polimorfo que permite el estado de los actuales medios tecnológicos para la domesticación de las masas. En este sentido, periodistas y becarios aspirando a ser luminarias del progresismo, realizan la labor más bien triste de hacer de "policías del pensamiento", de inquisidores que velan por la pulcritud del discurso progresista.

Excuso decir que todo ello es claramente antimarxista. Los marxistas debemos hablar alto y claro, y sabemos que sólo la verdad es revolucionaria.

Debemos airear y publicitar todas las conexiones siniestras que hay entre la falta de libertad de pensamiento y de palabra, de una parte, y las maquinaciones del capital por obtener una hegemonía absoluta, total. En tal sentido, la policía mediática del pensamiento decide lanzar su anatema, su fatwa, su condena universal a los pensadores que desafían el discurso dominante. Lo hacen, no sabría decir si en condición de meritorios (a la espera de una plaza en una universidad o un contrato como tertuliano fijo en los medios) pero, al hacerlo, estos "anti-fascistas" están colaborando de manera consciente o inconsciente en el proceso de reducción del pluralismo, colaborando en la dominación totalizadora del Capital.

Tomemos un ejemplo. El del señor Forti. Este autor dice sobre Fusaro [https://ctxt.es/es/20190703/Firmas/27138/Steven-Forti-Diego-Fusaro-Saviano-Salvini-fascismo-izquierda-ideologias-politica.htm]:
"Si se echa un vistazo a su perfil de Twitter, se verá que estas posiciones [las de Fusaro] entroncan perfectamente con el "pensamiento" –permitidme poner unas comillas– de Fusaro."
Resulta de todo punto evidente que esto no es una "crítica", es un mecanismo de incitación a la sospecha. Justamente así, las verduleras en las plazas y mercados se difamaban en tiempos unas a otras: "He visto a Fulanita en compañía de Menganito…" No se analiza una visión del mundo o una teoría, sino que se buscan "malas compañías". Se detectan palabras prohibidas, compañías no respetables, locales de farolillo rojo: Dugin, los rusos, Salvini, CasaPound…

La ingente producción filosófica del aún joven Fusaro puede esperar. Basta, a lo que parece, con leer sus tuits, según Forti:
"Pero, más allá de sus tuits, ¿quién es Diego Fusaro? Se trata de un treintañero turinés que se da aires de filósofo marxista y que aparece constantemente en los platós de televisión, encorbatado y estirado. Habla de una forma alambicada y pedante y acuña constantemente neologismos que luego utiliza sin parar".
¿Qué quieren que les diga? Al señor Forti no le gusta el aspecto ni la forma de ser de Fusaro, como se desprende de este párrafo. Esta subjetividad fortiana debe ser de gran interés filosófico o politológico…para él mismo. Hemos avanzado mucho: nadie es perfecto y nadie puede agradar a todo el mundo.

Pero, además de los tuits, el columnista anti-Fusaro, el azote de los rojipardos repasa sumariamente la obra escrita. Las obras de Diego Fusaro son "….un refrito de algunas ideas, en muchos casos descontextualizadas."

Yo creo que no hay mayor descontextualización que salir a la caza de fascistas después de 1945, o a la caza de rojipardos, u otras conspiraciones judeomasónicas que habrá por doquier.
Pero me parece a mí que hay que hacer otro tipo esfuerzos con la pluma, dignos de ser orientados hacia mejor causa si es que coincidimos en que el modo de producción capitalista debe ser trascendido, y que la emancipación de los individuos y de los pueblos pasa por una lucha hacia el socialismo.

Esto es lo importante, y no la caza de rojipardos que visten bien, aparecen duchados y peinados y hablan con términos cultos, si bien sus amistades son peligrosas, rojipardas a su vez…

El "caso Fusaro" es, como vengo sosteniendo, el "caso izquierda posmoderna". El caso de una izquierda que se ha negado a pensar, que ha renunciado vergonzantemente a sus propias raíces intelectuales, que no detecta a los verdaderos enemigos, que se muestra incluso aliada de los agentes objetivos de la dominación y domesticación de la disidencia. Cuando aparece un intelectual realmente disidente, éste es, en palabras fortianas, un "cantamañanas":"Sin embargo, si Fusaro fuese solo un cantamañanas –[…] –no merecería un artículo. Siempre hubo cantamañanas y siempre los habrá. Lo que pasa es que cierta izquierda lo considera un pensador interesante y que, al mismo tiempo, Fusaro ha tenido una deriva cada vez más marcada hacia el soberanismo, el comunitarismo y la extrema derecha."

Sin embargo, cada mañana en la que yo enciendo el ordenador o el móvil para leer un luminoso artículo fusariano en la prensa italiana, tanto la fascista como en la que el señor Forti juzga como prensa cantarina y matinal, suelo encontrar otra cosa muy distinta: una encendida defensa del soberanismo, del comunitarismo y del pensamiento radical. Un trago de agua en el desierto, un agua que mana de las fuentes del saber propio del hegeliano-marxismo. Y este saber, que arranca de más atrás, del viejo Aristóteles, nos recuerda que sólo las revoluciones contra las tiranías y sólo las luchas verdaderamente políticas se pueden dar y comprender en el contexto de la polis. Si no, no son luchas políticas (de polis) sino estallidos amorfos, acaso interesantes sociológica o antropológicamente, pero no son luchas políticas, económico-políticas. Fusaro, como Preve o Collin, y como los propios padres del marxismo sabían, entiende que el Internacionalismo no es globalismo, sino que es solidaridad y unidad entre (inter) naciones, y que éstas naciones han de ser dadas como presupuestas.

Los pueblos no constan de individuos átomos intercambiables como hormigas, sin voz y sin rasgos propios, sino que son comunidades siempre en trance de tomar "conciencia de sí", resistentes y solidarias precisamente ante los intentos disgregadores del Capital, que toma la forma de falsa conciencia ideológica como neoliberalismo y la forma de aparato de dominación como "gobernanza mundial" o globalismo: nada de esto es "ultraderecha". Es comunitarismo y soberanismo de la mejor especie pues la comunidad, cuando se resiste a la laminación universal y totalitaria del Capital en su fase tardía, fase financierizada o "turbocapitalista", se acoge al soberanismo.

El Estado soberano es uno de los pocos reductos donde un pueblo puede poner defensas. La izquierda subvencionada (o engañada, según el caso) por el globalismo, podrá calificar esta reacción como "populismo" o "ultraderecha" si así lo desea. Chalecos Amarillos de Francia, Anti-vacunas de Canadá, Iliberales de los países de Visegrado… todos estos procesos pueden ser interpretados de varias maneras pero, en todo caso, demuestran que la Historia no está agotada, y que el Capital genera sus propios disidentes a cada vuelta de tuerca que da en su extorsión a los pueblos, a la Tierra y a las relaciones comunitarias.

Sigamos con muestras del ataque de Forti a Fusaro:
"El "pensamiento" de Fusaro es, en síntesis, una mezcla de antiliberalismo, anticapitalismo de fachada, antimundialismo, antifeminismo, antigender, ultranacionalismo, comunitarismo, neocatecumenismo, marxismo decontextualizado, teorías de la conspiración y eurasianismo".
No debo desfallecer: prodigarse en etiquetas con intención descalificadora no es hacer un análisis ideológico, politológico, filosófico. Es lo mismo que andar con dimes y diretes o difamación de verduleras, con todos los respetos hacia ellas, que no son mejores ni peores que los periodistas políticos.

Algunos "diagnósticos" de la mezcla que denuncia Forti son pintorescos. Defender la religión como bastión de arraigo comunitarista ante un individualismo impuesto por el Capital es, por lo visto, "neocatecumenal". Reunirse con Dugin una vez en la vida, o tenerle como corresponsal, ya significa ser "eurasianista" (y en plena guerra otanista contra Putin, incluso puede ser delito en este Occidente servil), y así, suma y sigue.
Y de entre todos los vicios y malas compañías, añade Forti: "antivacunas". Esto es como decir, dentro de la parroquia a la que se dirige: de lo peor de lo peor.

El término rojipardo, que aparece en otros numerosos dictámenes inquisitoriales contra Fusaro, al igual que su equivalente "nazbol" [de nazi-bolchevique] es digno de algún comentario hermenéutico. Se trata un invento pretendidamente taxonómico que incluye ya la noción de "extremo" o "extremista". Al calificar a una persona o a un movimiento como rojipardo, se incluye en el mismo paquete la idea de "extremista" admitiendo ya la indiferenciación natural entre los extremismos de izquierda y los de derecha. Pero quien juzga a los otros y los sitúa en el extremo es quien implícitamente se autoposiciona en un supuesto centro. Con ello, ¿se halla Steven Forti, o cualquier otro usuario del término rojipardo en plena centralidad del "rojismo" o del "progresismo", para así investirse de autoridad suficiente para calificar a su vez a personas contaminadas de pardismo o desplazadas hacia un extremo? Y seguimos preguntando: en esta topología lineal (o como mucho, plana) de izquierdas, derechas y centros, ¿admite el señor Forti que hay unos extremos más genuinos que otros? ¿Habrá un rojo-rojísimo (extrema izquierda, sin más) y un rojo-derechismo extremo, que desnaturaliza el centro rojo genuino por excelencia? ¿Y en qué consiste la centralidad del rojismo, vista la desnaturalización que ha sufrido el marxismo dentro de las izquierdas antifascistas actuales?

Las cuestiones planteadas pueden parecer bizarras, meramente formales, alejadas de una realidad político-social que es la que nos interesa de veras, pero no son baladís tomando en cuenta el uso de unas taxonomías fundadas en los colores que están sirviendo, más que para conocer las posiciones y los problemas, para otra cosa simple y funesta: descalificar a los oponentes sin analizar las realidades (econonómicosociales, geopolíticas) contradictorias de fondo. Reconozco que también Fusaro cae en ello, aunque a los colores y etiquetas suele acompañar la propuesta antropológica emancipadora propia. En el debate político-periodístico se tiene la desagradable impresión, para quien aspire a realizar un análisis profundo, de que estas taxonomías topológicas y estas descalificaciones (Fusaro es rojipardo, Fusaro es ultraderecha) solo sirven, más bien, para realizar rituales de exclusión.

Es una constante en la historia cultural de España y del Occidente entero la realización de tales rituales: "Fulano no es de los míos, Mengano sí es de casa, Zutano es peligroso…"
¿Es propio de la filosofía o de la ciencia política llevar a cabo taxonomías (des)calificadoras y rituales de exclusión? En absoluto. ¿Es periodismo de calidad o posee valor informativo alguno? En absoluto. Artículos como el de Forti, y tantos otros del mismo jaez, no poseen valor alguno salvo como muestra de los numerosos rituales de exclusión que dominan la escena política, y en concreto la escena de la izquierda española. La izquierda española necesita escenificar constantemente. Necesita ir definiendo un "centro" donde situar su audiencia, ya que no su militancia.

¿Cuál ese centro o núcleo de un prototipo llamado "verdadera izquierda"? Excuso recordar que, una vez deslocalizada y destruida la industria nacional, laminada la clase obrera que nutría dicha industria, la izquierda española, o quienes afirman ser herederos y sucesores de la misma, ha ido perdiendo ese centro (un centro sociológico que va más allá de un caladero de votos). Que el voto y los seguidores se les vayan del centro que ellos creían tener reservado y como fijado de antemano, es algo que no deja de crear tensiones ideológicas en muchos ambientes, y el "caso Fusaro", junto con otros fenómenos, como el voto obrero volcado hacia los populismos de Francia, Italia o de Visegrado, les enferma y les pone nerviosos.
Juzgar a los filósofos (y politólogos) como "de izquierda, de derecha o de centro" es, cada día que pasa y cada década que transcurre, una gran estupidez. Estupidez mayúscula tomada al margen de ese juego escenificado de los rituales de exclusión: es de los míos, no es de los míos. Se dirá, acaso, que con esta afirmación yo mismo me alineo del mismo lado que aquellos pensadores generalmente tenidos por conservadores o muy conservadores (Ortega y Gasset, Alain de Benoist, Gustavo Bueno, por citar solo unos pocos) que la han destrozado. Sea. Los argumentos de estos tres filósofos que han señalado la pérdida de funcionalidad de la oposición izquierda-derecha, me parecen contundentes. Mucho más productivo es idear otras taxonomías no descalificadoras sino analíticas. No odiar sino comprender.

Comprender, antes que odiar. Esa es la tarea del filósofo y del científico social. Si alguien no asume esto, que se meta a tertuliano, a demagogo, pero que no pretenda deformar una realidad histórica con pretensiones académicas o pontificales, una realidad que sigue y sigue abriéndose camino. Los términos de la política van vaciando su significado por el propio devenir de los acontecimientos. La democracia puede envolver siniestras dictaduras, y la libertad y la igualdad como ideales pueden justificar guillotinas y campos de exterminio. La izquierda del mundo opulento, deslocalizado, posindustrial no está ubicada en esa falsa reunión de minorías egocéntricas que anhelan discriminación positiva, privilegios y subvenciones. Si esa es la izquierda que suple a un proletariado explotado, entonces la izquierda occidental y española ya no existe, o el término se ha vaciado de sentido. Ha perdido su "centralidad" semántica.

La propia taxonomía o topología de (des)calificaciones, al estilo de las de Forti, sirve a los propósitos de una voluntad de poder. Si una parte significativa de la izquierda española ha querido desplegar todo un arsenal de (des)calificaciones contra Fusaro desde el momento mismo en que éste pensador empezó a ser conocido en nuestro país, ello obedece, pura y simplemente, a un miedo a perder el "centro" supuestamente rojo y nada pardo en el que muy cómodamente se habían asentado a lo largo de décadas y décadas de Guerra Fría y de posfranquismo. Al ir desapareciendo (no del todo) los obreros fueron desapareciendo también los referentes y los protagonistas de un "cambio" que pusiera freno a los excesos del neoliberalismo, ya que no implantara gozosamente el socialismo. Los nuevos referentes que la Transición tardía fue ensayando (feminismo, homosexualismo, ecologismo, altermundismo, inmigracionismo) no podían ser empleados como sucedáneos del "núcleo duro" izquierdista clásico que venía dado por los obreros y, muy oblicuamente, por los campesinos, intelectuales, así como las capas medias damnificadas por la globalización.

Dicho en otros términos: la izquierda abandonó el marxismo en Occidente al resultar derrotada en los procesos de reconversión, privatización y, finalmente, deslocalización acaecidos en España durante los años 80 y 90. Esos procesos fueron una ofensiva del neoliberalismo, deseoso por aquel entonces, de aplicar el shock que las clases trabajadoras precisaban para ser domesticadas y desactivadas. En un sentido más profundo, fueron procesos inherentes a la propia lógica del capital en su fase tardía, que es una fase ciertamente suicida: la financierización de la economía mundial arrastra a los países antaño industriales (y la España postfranquista había llegado a serlo en un grado nada desdeñable) hacia una "desmaterizalización" de la producción. En un principio, la fase inicial de esa desmaterialización implicaba un tránsito del sector primario y secundario hacia el terciario. La izquierda de base fabril, que todavía era un actor a tomar en cuenta en las luchas políticas del último franquismo hasta el primer felipismo, pierde su base social, pues el nuevo proletariado basado en la economía del ladrillo y del turismo, amén de los nuevos empleos asalariados terciarios no se presta a una resistencia social, sindical y electoral organizadas. Los partidos políticos posmodernos, y no son excepción los de izquierdas, comenzaron a emplear de forma mucho más intensa las estrategias mercadotécnicas y no los compromisos morales, ya revolucionarios, ya reformistas. ¿Quién puede seguir mis consignas, quién alimenta mis resultados electorales, quién es la diana de mis eslóganes? Esta fue la clase de preguntas que se hizo la izquierda claudicante. Ya no hay proletarios, sino una masa sumida en la anomia y la fragmentación de los prejubilados, los jóvenes que no estudian ni trabajan, los emigrantes que aspiran al subsidio, los asalariados terciarizados, los falsos autónomos, etc….Es en ese momento, oscuro momento del segundo felipismo, del "aznarato" y de los periodos subsiguientes en el que se va creando la izquierda "fucsia", "arcoíris", etc. que tanto denuncia Fusaro.

Fusaro, es cierto, maneja sus propias categorías (des)calificadoras. Es un intelectual que no elude la polémica, que no se arredra ante todo género de ataques, que bravamente se expone a la peor de las demonizaciones (fascista, ultraderechista, etc.), y que contraataca con armas muy parecidas a veces a las que se quieren emplear contra él. En torno a su figura se agita esa peculiar "guerra de los colores" (él sería un rojipardo y sus detractores de izquierdas, fucsia, arcoiris, o morados, etc.) cuya mera ventilación y difusión pública sirve a los propósitos fusarianos mucho más que a los de sus contrarios pues pone al desnudo la futilidad del mismo mecanismo de difamación. ¿Qué es todo ese catálogo de colores en la paleta de pintor del capitalismo, salvo una estrategia de engaño por parte del propio capitalismo?

Cuando Fusaro nos recuerda que no es posible entender que haya tanta izquierda alucinada y alejada de la realidad, como esos jóvenes que seguían las consignas de Greta y no dormían por el cambio climático mientras ellos iban en camino de convertirse en carne de cañón, ninis uberizados, esclavos de un mundo tiránico en el que la explotación se vuelve universal, atmosférica, deslocalizada, haciendo del planeta entero el ergástulo que en el siglo XIX se limitaba a las paredes de una fábrica o a las galerías de una mina.

De esta batalla, sólo Fusaro puede salir ganando porque lo que realmente está haciendo el italiano es impugnar la falsa rebeldía ante falsos problemas, o problemas reales pero muy específicos, asuntos distorsionados por los intereses del Capital. La izquierda posmoderna, al volverse específica en sus rebeldías, al perder de vista la explotación de la humanidad, de los pueblos, cuyas causas económico-políticas son escamoteadas, está peleando contra la propia realidad, y no contra Diego Fusaro ni contra todos los espectros supuestamente fascistas y rojipardos. Artículos como el de Forti en CXTX, llamando a Fusaro "caballo de Troya de la extrema derecha" solo sirven a los efectos de cultivar el género curioso, y muy poco afincado en la tradición emancipadora de la izquierda, del "periodismo policial". Son artículos que abundan en el recurso de las "amistades peligrosas". A mí me recuerdan a las viejas inquisidoras de tiempos ya rebasados que reconvenían a los jóvenes diciéndoles: "mira a ver con quién te juntas", "dime con quién andas y te diré quién eres".

Prefiero leer y difundir a Fusaro por lo que este pensador aporta a la renovación del marxismo, y del pensamiento crítico anti-capitalista en general, y no hacer caso de los chismes. Si Fusaro ha ido a la CasaPound, si se relaciona con Alain de Benoist o con el ruso Dugin, como lector maduro que me precio de ser, son cosas que me deberían importar bien poco. Pues en esos espectros de un fascismo supuestamente eterno, que nunca muere, ni siquiera tras su derrota en 1945, quizá haya más anti-capitalismo y mayor dosis de pensamiento crítico anti-globalista que en todo el catecismo de ONGs y de partidos supuestamente rojos, pero perfectamente integrados en el sistema, cuando no subvencionados por él y que exhiben la Declaración Universal de los Derechos Humanos como un Corán inatacable. Creo que este género de artículos "policía", y estas informaciones que se basan en la supuesta "contaminación" de los intelectuales por el virus de un fascismo ubicuo y eterno, me parecen deleznables. Quieren bloquear los debates que realmente hay que plantear, pretenden correr cortinas de humo sobre las responsabilidades graves que atañen a la izquierda política en nuestro siglo XXI.

Recorrida ya la primera parte del siglo, se observa que el Capitalismo tardío quiere hacer del mundo un gigantesco mercado y parque extractivo. En un mundo así, en camino de convertirse en infierno, las élites directamente beneficiarias de la especulación financiera quieren por todos los medios anular los reductos de resistencia que los pueblos puedan todavía defender, poniendo puertas, muros y barricadas a las intromisiones especuladoras. Así, cuando el reducto a defender es el Estado nacional, las élites transmiten a sus organizaciones sumisas la consigna del anti-nacionalismo y del anti-populismo. Esto no ha impedido que las élites globalistas hayan alentado nacionalismos, populismos y separatismos cuando les ha convenido pero, por el contrario, esas mismas élites derrochan ideología y doctrina nacionalista cuando se trata de poner en apuros a un Estado díscolo, que desobedezca a los dictados de una "gobernanza" mundial.

El otro reducto es la religión. Sabido en nuestros días el papel variable de la religión la historia de los pueblos. De ser el opio de los pueblos, puede pasar a ser el excitante de los mismos. La droga que adormece o la chispa de un movimiento revolucionario o imperialista. Pero hoy, en el Occidente oficialmente laico y multicultural, en que el que todas las creencias se toleran porque en el fondo, la única que es valorada es la religión del consumo, el hecho de que los pueblos se acojan a su religión nativa como bastión de su identidad y como refugio de sus valores ante la apisonadora del capital, se airea como el mayor de los crímenes. Que la religión tradicional representa muchas veces una defensa ante un neo-credo turbocapitalista, es algo que Fusaro sostiene una y otra vez en sus artículos y libros. La élite mundialista no desea barreras. Los modos familiares de crianza de niños, la formación de parejas heterosexuales con vocación reproductora, el apego a tradiciones que suponen un arraigo en la tierra, una inmersión en la comunidad local y una relación precisa de vínculo con la vecindad y con la naturaleza, el respeto a las normas heredadas de los antepasados… todo ello va incluido en una determinada cosmovisión religiosa. Mientras que la gente tenga así dónde agarrarse, la elites que programan la "gobernanza mundial" tendrán ante sí muros donde estrellarse y fracasos en sus tentativas. La dialéctica nos enseña el papel cambiante de los elementos de una totalidad social. No siempre la religión y la familia, la tradición o el nacionalismo son "reaccionarios". Marx lo sabía muy bien. Fusaro señala con indignación y finura de análisis el papel desgraciado que desempeñan ciertas izquierdas cosmopolitas. Éstas, adoptando la pose post-ilustrada, pretenden decir que la Religión, así, en mayúscula, y sin distinguir una de otra, de manera cosificada, es siempre y por esencia un nido de reacción.

Pero la Ilustración misma, y su lejana descendencia post-ilustrada que hoy se llama "progresismo" ha llegado a ser la que puede reclamar todos los títulos de reaccionarismo. Esta es la "Dialéctica de la Ilustración" cuyo despliegue no cesa muchos años después de publicarse el libro de Adorno y Horkheimer. Las luces que pretendieron emancipar al hombre por medio de la razón, la ciencia, el progreso, ahora son las tinieblas de una mazmorra planetaria, en la que se ha encerrado al hombre, sobre todo el occidental. El hombre de Occidente cree ser libre porque sus carceleros no han cesado de repetírselo, pero libre dentro de un gran supermercado donde la libertad se redefine como la elección entre mercancías expuestas y prefabricadas, aptas para su consumo.

La izquierda cosmopolita y posmoderna se ha apropiado de la Ilustración, de una versión muy recortada y torcida de la Ilustración según la cual el Progreso es un dogma de fe, un destino inexorable, y dentro de una única dialéctica universal de amigo y enemigo, es calificado como enemigo absoluto quien se oponga a los planes universales de gobernanza.

Quienes critican a esa izquierda cosmopolita y posmoderna en términos conspiratorios, aludiendo a una programada convergencia entre liberalismo y comunismo (discursos sobre el "marxismo cultural", la masonería, la conspiración sionista, etc.) emplean la misma mentalidad paranoide con la que los progresistas enemigos de Fusaro le califican de "rojipardo". Tienden a ver toda convergencia funcional en términos conspiratorios o en términos de mezcla engañosa, de astucia emanada de alguna Logia que engaña a diestra y siniestra. Tanto el Progresismo como el Conservadurismo, en sus versiones estándar, se han incapacitado a sí mismos, queriendo ofrecer taxonomías por colores, y deseando hacer uso de la "hemiplejia" de la izquierda y la derecha, posiciones espaciales sustantivadas.

No son capaces de entender lo que significa un paralelogramo de fuerzas: que hay un movimiento social e ideológico resultante de impulsos aparentemente contradictorios y contrarrestantes entre sí, pero que responden en realidad a vectores que, al menos parcialmente, suman y provocan grandes transformaciones. Así vistas las cosas, la convergencia de Fusaro con posiciones tales como las de Alain de Benoist o Alexander Dugin en lo que respecta a su crítica al liberalismo como proyecto progresista tendente a una gobernanza totalitaria del mundo, responde al "movimiento objetivo de las cosas", como diríamos en el viejo lenguaje hegeliano-marxista.

Aunque muchos miembros de colectivos pro-inmigracionistas, arcoíris, anti-fascistas, o ecologistas sean sinceros críticos del capitalismo y entiendan que sus reivindicaciones forman parte de una resistencia popular general contra el Imperio del Capital, lo cierto es que la especificidad de sus discursos y actuaciones, la manera en que se integran y se dejan subvencionar, los métodos de adoctrinamiento y propaganda que emplean, su forma de monopolizar las protestas, etc. los convierte en funcionarios y esbirros del neoliberalismo.

Artículo publicado originalmente en la revista El Viejo Topo.



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Carlos Javier Blanco

Doctor en Filosofía. Universidad de Oviedo. Profesor de Filosofía. España.

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