El agotamiento de la democracia y las soluciones alternativas

Llevada al extremo, la democracia supondría -al igual que lo proclaman los ácratas o, como se les conoce comúnmente, los anarquistas- la instauración de una sociedad sin Estado y sin autoridad establecida (sea cual sea su origen, niveles y naturaleza) que reglamente y controle las libres determinaciones de los hombres y de las mujeres en su diaria coexistencia en sociedad. Este ha sido un dilema permanente en la historia humana, lo que ha suscitado una amplia diversidad de opiniones, estudios y proyectos socio-políticos que buscan armonizar las aspiraciones individuales y las aspiraciones colectivas en un todo, alcanzando un consenso que apunte al bien de todos, por igual; lo que motivó a Antonio Gramsci a emitir la interrogante: "¿Se quiere que existan siempre gobernantes y gobernados o se quieren crear las condiciones para que desaparezca la necesidad de la existencia de esta división?".

Frente a la construcción en marcha de una democracia elitista, autoritaria y jerarquizada, bajo la cual los sectores populares estarían en una condición de subalternidad mayor a la que se hallan actualmente, se impone la necesidad de conformar espacios de discusión política, ideológico-teórica y de convergencia que tiendan a impedir todo tipo de exclusión o de discriminación y dogmatismo y que, en vez de ello, sirvan para producir mecanismos que doten al pueblo (la gran mayoría) de poder, sin que exista dependencia alguna respecto al Estado, las organizaciones político-partidistas y cualquier otro factor que pretenda imponerla. Se debe, por ende, aspirar a crear y a expandir las condiciones en que se manifieste toda la potencialidad contenida en la autodeterminación del pueblo, como sujeto consciente y organizado, lográndose una distribución democrática de la autoridad. En medio de tales condiciones, no habrá que olvidar impulsar la democracia económica y la equidad, incluyendo el desarrollo de las economías locales y el control y la protección de la naturaleza, vista esta última como un bien común en alto riesgo de desaparecer a costa de los intereses "supremos" del mercado neoliberal capitalista. De ese modo, podría garantizarse el cumplimiento, la protección y la promoción de los derechos humanos en todos los ámbitos, manteniendo un optimismo militante y una pasión ético-política como características fundamentales en la construcción de estas condiciones.

Bajo la apariencia de garantía de la libertad, la democracia ha servido de trampolín para que se impongan líderes políticos carismáticos (Benito Mussolini y Adolfo Hitler), camarillas militares (como ocurriera con alta frecuencia en nuestra América) o sistemas representativos (tipo Colombia, México o Venezuela) que tienden a eliminar la práctica de la democracia, reduciendo el papel de las masas al de simples espectadoras y engranajes de la maquinaria del Estado, recurriendo muchas veces a métodos que las intimiden e inculquen en ellas un sentimiento de inutilidad y de resignación ante la demostración de poder por parte de quienes gobiernan, sometiéndose a sus intereses e ideología dominante. En tal sentido, se podrá recurrir a las palabras del Libertador Simón Bolívar cuando expresa que "no puede haber República donde el pueblo no tenga conocimiento de sus propias facultades". Lo que se puede complementar con lo escrito por el líder bolchevique Wladimir Ilich Uliánov cuando señaló que "los hombres han sido siempre en política víctimas necias del engaño de los demás y del engaño propio y lo seguirán siendo mientras no aprendan a discernir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase".

Los recursos político-ideológicos utilizados por largo tiempo para legitimar la vigencia de la democracia tendrán que ser renovados frente al empuje de unas minorías que hacen gala de una irracionalidad y una ortodoxia derechista que se asienta en el descontento general de las masas; por lo que resultan inadecuados para frenar la descomposición que sufre este sistema político en el mundo contemporáneo. Se impone, por tanto, entender y extender la democracia más allá del marco liberal burgués que le ha dado forma y consistencia (incluso con elementos provenientes del ideario revolucionario socialista). Hará falta para ello la insurgencia de nuevos factores de organización popular de carácter instituyente, variados, descentralizados y, por ende, ajenos a la influencia y al control de quienes estén al frente de las diversas instituciones que conforman el Estado, aún cuando tengan que relacionarse con éstos para alcanzar algunos de sus fines. Los hombres y las mujeres actuales viven en sociedades multiculturales que exigen explicaciones y demandas mayores a las que pudieron producirse en el pasado, incluso hace treinta o cincuenta años; por lo que la búsqueda de un modo de estabilidad de la sociedad se hace más complicado y requiere la participación de todos, independientemente de cuál sea el rango o la condición de cada individuo. En este sentido, la tarea de unificar y reconciliar lo múltiple requiere de un conjunto consensuado de ideas rectoras concretas que permitan un mayor y efectivo ejercicio de la democracia, sin menoscabo de la individualidad ni de la autonomía de los factores que se comprometan a su logro. Todo ello impone trascender (aunque parezca utópico) la racionalidad burguesa que ha regido la historia, por lo menos, la que ha tenido lugar en los últimos doscientos años, de manera que existan las condiciones que propicien, realmente, una libertad individual y colectiva, sin las coacciones gubernamentales habituales, en un mundo que sea mejor que el existente.



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Homar Garcés


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