11-S: Orígenes y desarrollo del neoliberalismo

El neoliberalismo comenzó un 11 de septiembre. Pero no fue el 11-S de 2001, fecha en la cual se cometieron los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York, ocasionando miles de muertos en esa ciudad, y, acto seguido, centenares de miles más en el resto del mundo, con la plétora de guerras "justificadas" por el Imperio víctima de estos ataques. No: el liberalismo comenzó exactamente tres décadas antes: el 11-S de 1973. Esa terrible fecha inaugural también tuvo a América como escenario, pero en el hemisferio sur: Chile.

En una democracia consolidada, en una de las repúblicas hispánicas más adelantadas educativa y socialmente, conducida por un gobierno dispuesto a ejercer la soberanía sobre los recursos del país y en provecho de su pueblo, esa era la democracia chilena, los neoliberales de Chicago decidieron emprender un experimento.

Su primer 11-S destinado a cambiar el mundo no fue, como el segundo, ninguna sutileza. Bombardear el palacio presidencial, sacar tanques a la calle, emplear tropas y aviación para amedrentar a la población. Detener, torturar y asesinar a miles de personas. Establecer un régimen de terrorismo de Estado en el cual éste se convierte en un instrumento feroz contra su propio pueblo, y en donde las fuerzas armadas -que han jurado defender su Patria y defender a su Pueblo, al que pertenecen- se transforman en gorilas y matones contratados por una mafia extranjera de economistas yanquis. Una mafia liderada por los Friedman y los Hayek, laureados y agasajados por todo Occidente, indoctrinada en unas teorías ridículas sobre la "libertad" que, en la propia economía ortodoxa del mundo capitalista burgués, eran minoría. Pero ya saben ustedes que las teorías antropológicamente más absurdas, si vienen apoyadas por la CIA, el Pentágono y millones de euros destinados a armas y sobornos, son doctrinas que muchas veces se imponen.

La dictadura militar, tal como he leído por aquí a muchos liberales anglófilos, dicen formar parte del "morbo hispánico". Se miraba hacia España, la de 1973, y también se veía en ella a un general gobernando por violencia originaria y sin democracia en el país desde 1939, o incluso antes, si consideramos el golpe ("levantamiento") de 1936. Se miraba hacia atrás, por lo menos desde la guerra de la Independencia contra Napoleón, y todo el siglo XIX español, así como el hispanoamericano, era un rosario de "golpes" y "asonadas" de militares (los llamados "espadones"). Parecía que el golpismo y la alergia a la democracia la llevábamos en la sangre los españoles de ambos hemisferios.

Siempre me ha parecido irónico que los amigos de la Leyenda Negra anti-hispánica denuncien con tal regularidad el "morbo hispánico" de las dictaduras militares y se callen a la vez las maquinaciones británicas y yanquis que con harta frecuencia los pueden explicar. El supuesto "morbo" de la raza hispánica debería ser, en todo caso, visto como un morbo doble: el morbo de los anglosajones, desde que se convirtieron en pueblo pirata, esto es, el siglo XVI, un pueblo y reino pirático consistente en destrozar naciones y esclavizar pueblos. La idiotez hispana, estoy dispuesto a admitirlo, consiste en dejarse hacer. Pero la saña pirática y depredadora de los dos imperios anglosajones no creo que pueda vincularse seriamente con ningún ideal de "libertad". Nuestros liberales y neoliberales, incluso maltratando la lengua de Cervantes, lo hacen.

Ese primer 11-S fue terrible. A su alrededor, el continente americano se llenó de dictaduras militares. A la altura de 1976, apenas subsistía la democracia argentina, pero un golpe en esa fecha acabó con ella e instauró un régimen de terror, hermano del chileno en cuanto a ferocidad. La estrategia neoliberal de los norteamericanos era implacable: la libertad de los mercados exigía la máxima cosificación y degradación de los pueblos. Tortura, muerte, desaparición, extinción del Derecho, robo de niños, técnicas de terror psicológico... Exactamente lo mismo que estamos viendo estos días en el "jardín" ucraniano de Zelensky y Borrell, pero experimentado varias décadas atrás en Hispanoamérica.

Como dicen filósofos italianos de primer orden (Preve, Lazzarato, Fusaro) el neoliberalismo no es exactamente una fase o un adorno ideológico del capitalismo. El neoliberalismo, en realidad, es el método de "gobernanza" del Imperio yanqui, con la ayuda de los restos agonizantes del británico (no menos peligrosos) para conservar sus tasas de ganancia y sus actividades extractivas depredadoras, aun a costa de mantener el caos. Su "orden" no es otra cosa que la producción creciente del caos. Ese caos crece y lo invade todo incluso dentro de las propias poblaciones de los imperios piráticos.

Los norteamericanos "medios" no entienden por qué tantas guerras en el extranjero, por qué tanto imperio y tanto saqueo no implica para ellos una mejora. Esa situación, que podría interpretarse como la habitual en la historia de los imperios (los beneficios de un imperio depredador llegan principalmente a una élite y el pueblo se queda a dos velas) sin embargo es diversa y única en la historia: nunca un Imperio había generado tanto caos a su alrededor y en sus propias entrañas, y ello no en provecho de sí mismo, sino de las élites privadas, anónimas y ocultas que lo manejan. Nunca el Estado imperial había sido en tal grado instrumentalizado. El Imperio yanqui es hoy un caballo desbocado que parece obedecer únicamente a un jinete loco, que corre pisando cabezas hacia el abismo. El caballo destroza todo a su paso, y es eficaz exclusivamente a efectos destructivos, nunca a efectos generadores.
Cuando Naomi Klein, a principios del siglo desarrolló su Doctrina del Shock (2007), tuvo el acierto de incluir las técnicas psicológicas de adoctrinamiento, terrorismo y vaciamiento de conciencia entre las armas más eficaces de los norteamericanos (y anglos) para complementar la acción de sus militares -nacionales o extranjeros-, de las contraguerrillas y de los políticos nativos traidores. La propia Escuela de Frankfurt llevaba gran parte del siglo anterior ofreciendo resultados psicosociales en este mismo sentido. Unos resultados sobre técnicas mentales y mediáticas que podrían verse ambiguamente: como denuncia de lo que el Capitalismo pretende hacer con nosotros, o como herramientas al servicio del propio Capitalismo que, sospechosamente, financiaba a una Escuela "crítica" , sí, muy crítica, pero que anidaba cómodamente en la academia occidental, y resultaba funcional a los E.E.U.U._ era abiertamente anti-soviética, y sustituía la "ciencia revolucionaria" por un planteamiento "crítico" que en realidad no era sino un nuevo conformismo, nada incómodo con respecto al dólar que lo sufragaba.

Veinte años después de la caída de las Torres Gemelas y de la Cruzada yanqui contra el "Eje del Mal", y medio siglo después del golpe de los neoliberales encomendado a Pinochet y a su Junta Militar, conviene hacer balance y trazar muy fina y rigurosamente el paisaje conceptual del neoliberalismo. El pensador franco-italiano (muy contaminado por la jerigonza filosófico-psicoanalista de los franceses de los años 70), Maurizio Lazzarato (1955), es en la actualidad uno de los mejores analistas del "Imperio del dólar". A través del sometimiento a esta moneda, gran parte de las naciones del mundo financian el caos que es consustancial al modo de "gobernanza" que el imperio yanqui está ejerciendo en el planeta. Ninguna de las potencias existentes en 1898 le paró los pies al monstruo yanqui, antes bien, ellas creyeron que alcanzarían un modus vivendi con el engendro pseudonacional que entonces era un poder emergente que había dado la puñalada final al Imperio Español, en una guerra ilegal contra la momia que aún retenía prolongaciones ultramarinas en Asia y en el Caribe.

El mundo cerró los ojos a finales del siglo XIX y no quiso entender lo que venía: llegaba la combinación de las técnicas periodísticas más trapaceras (verdadera "ingeniería social" de la época) unidas a la práctica del genocidio en masa: campos de exterminio, terrorismo colonial por medio de matanzas sistemáticas, como el millón de filipinos ex españoles ejecutados en cuanto el archipiélago fue "liberado".

El mundo se complació en el ascenso de la "joven nación americana", y en la ramificación de sus tentáculos, primero a costa de España, después a costa de todos los demás. La eficacísima ingeniería social y el terrorismo psicológico de los norteamericanos ganarían las batallas más difíciles, aquellas que unos siempre discutibles -en cuanto a hombría y calidad militar profesional- marines no podían por sí solos conseguir. Europa cayó a los pies del imperio del dólar cuando estalló la guerra de 1914. Lazzarato acierta plenamente al llamar a esa catástrofe: "guerra civil". Las guerras del dólar son todas ellas guerras civiles, aunque las carnicerías precisen de banderas "nacionalistas". Los obreros alemanes disparaban desde sus trincheras a los obreros franceses o ingleses, y viceversa: es fue el fin del Internacionalismo. No hay más historia que contar. El socialismo siempre ha sido, y será un socialismo nacional. Otra cosa es que un día la moral de los pueblos llegue a cotas más altas y se establezca una verdadera solidaridad entre los pueblos por encima de los manejos de sus respectivas élites, que es como decir por encima de los designios y maquinaciones del Capital. Pero ¿de qué sirve hacer una "historia del futuro"? ¿De qué nos sirve desear una bola de cristal para ver allí dentro, en el fondo, nuestros más cándidos deseos y no el verdadero futuro?

Lazzarato detecta en la deuda el mecanismo de dominación principal de nuestro tiempo. Tanto el individuo como los pueblos caen atrapados en un dispositivo infernal, una verdadera esclavitud. Las "ayudas", en caso de ser aceptadas, suponen una pérdida de soberanía, la merma de decisión sobre las cuestiones últimas y trascendentales. La economía del mundo, tan desorbitadamente financiarizada, es una inmensa trampa que atrae, como las redes de una araña mortífera, a unidades aptas para endeudarse a través de mecanismos financieros que son independientes del grado de riqueza o miseria del individuo corporación o pueblo endeudado. Esto quiere decir que no se endeuda necesariamente quien "no tiene" dinero para pagar, sino que se endeudan muchas veces aquellos que ya tienen, pero "necesitan más". Muchas empresas, particulares y Estados llegan a esa catástrofe del endeudamiento sin retorno aquejados precisamente de un "desarrollismo", de un "crecimiento". Aumentando sus necesidades por acumulación de riqueza y necesidad de "crecimiento sostenido", se someten a las reglas ajenas de la financiarización de la economía y pierden toda su soberanía.

Con la soberanía económica va asociada la soberanía educativa, cultural, diplomática. Los países y pueblos destinados a desaparecer (España es uno de ellos, no se llamen a engaño) son aquellos que se empeñan en entregar lotes inmensos de soberanía en todo tipo de capítulos so capa de "financiar" un desarrollo que no es tal. Todos los sectores directamente productivos son destruidos: agrícola, industrial. Apenas queda un exangüe sector servicios donde anidan las peores larvas de la sobre-explotación y el "precariado". El neoliberalismo no es, pues Capitalismo. El neoliberalismo consiste, más bien, en una determinada combinación sinérgica de manipulación social, psicológica y violencia con el fin de que unas élites muy determinadas consigan imponer su imperio del caos y así mantener su dominación a escala mundial sobre el mayor número de individuos, corporaciones, pueblos y Estados de que sea capaz. Es evidente que el análisis marxista clásico que nos habla de una dialéctica bipolar entre Capital y

Trabajo es un análisis demasiado abstracto, que en modo alguno conduce a una "lucha final", tal y como canta el verso de La Internacional. Es evidente, tras ese primer 11-S que supuso el golpe de Chile, que el capitalismo podría (y de hecho puede) tomar varios cursos de evolución. Lo veremos próximamente al calor de los movimientos que van realizando los rusos, los chinos, los indios, el conjunto de los países BRICS. El Capitalismo siempre es capitalismo, y ello incluye explotación de la fuerza de trabajo. Hasta ahí llega el análisis marxista clásico. Pero en lo que se debe profundizar, y hasta poner del revés nuestra visión, es en el estudio capitalismo neoliberal. Esta subespecie es un conglomerado en el que, como dicen Fusaro, Lazzarato, Dugin y otros, no hay líneas de fractura entre guerra, explotación económica, violencia psicosocial. Es una unidad enteriza, granítica, que extiende sus garras sobre el globo y sobre los hombres, cualquiera que sea su condición. El Capital así mutado en neoliberalismo "odia a todo el mundo" y es una hiperbomba atómica: es la amenaza permanente y definitiva sobre la vida -no sólo la vida humana- en este planeta.



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Carlos Javier Blanco

Doctor en Filosofía. Universidad de Oviedo. Profesor de Filosofía. España.

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