¿Cómo se le ocurre morirse?

Ni siquiera sé qué le voy a decir a Rosalba cuando la vea allá en su casa en Barrio Central. El mismo martes, hablamos a las 11 de la mañana y me dijo que estaba muy angustiada "porque no sé cómo reaccionar si algo le pasa a mi Presidente… y si lo voy a resistir". Ella sufre de hipertensión y aún no he podido hablarle.

Tampoco sé qué decirle a Miguelina, que vive en lo más recóndito del sur de Valencia, quien me aseguró que Chávez no se moriría porque no tenía permiso de los dioses. Quiero preguntarle por qué los dioses le dieron ese permiso. Pero no sabré qué decirle cuando la vea. Ella es más fuerte que yo para las lágrimas. Tiene 75 años y camina con andadera. Su hijo me dijo por teléfono que han debido sedarla varias veces porque desde la muerte de Hugo, ella quiere ir a Caracas. "Mamá, no estás en condiciones para ir a Caracas", le dijo una de las hijas. "si mi Presidente dio la vida por nosotros, pues yo quiero que él sepa que estuve allí y que lo amé más que nadie, aunque me muera".

¿Y qué le puedo explicar a Gladys, allí en Cañaveral? Un solo huesito forrado de pellejo, de 50 kilos y 78 años. Apenas cuatro días antes del fatídico episodio me dijo "si el Presidente se muere, ya no hay razón para vivir". Terrible sentencia. Desde la cinco de la tarde del martes se metió en su cuarto y no la han podido sacar. La depresión se la está tragando. ¿Y cómo la puedo ayudar si la tristeza también me está tragando? A mí, un marxista que cree en las ideas y no en los hombres.

Cómo se controla Susana quien una vez dijo que se había prometido no querer a ningún hombre "porque todos se mueren". Susana que no teme a decir que apenas tiene sexto grado y que jamás le interesó saber quién era el Che hasta que escuchó a Hugo hablar de él. Susana no ha parado de llorar, y tampoco le importa que le vean los ojos hinchados. Ya botó a un vecino escuálido de su casa, sin ningún miramiento, pero eso no le detiene las lágrimas, ni los analgésicos que ha tomado para poder mantenerse en pie.

"Mi Presidente es un guerrero, y si yo que soy un cobarde me pude superar al cáncer de próstata que me dio, qué no hace un hombre como mi Presidente, con esa fuerza, con ese ánimo de vivir, con ese amor por su pueblo". Eso me dijo Dionisio, un campesino de un barrio llamado Lagunita, que a sus 72 años me decía que había perdido la vergüenza de llorar por un hombre. "Con las lágrimas en el corazón se lo digo, periodista –así me llama- si ese hombre me pide la vida, yo se la doy". Qué estará pasando por la cabeza de Dionisio ahora.

Cuántos millones de expresiones que he recogido quisiera comentar en esta crónica. Cuántos millones habrá en cada uno de los venezolanos. En los pescadores de mi pueblo, en los campesinos de las montañas, en los obreros de las fábricas, en las mujeres de los barrios, en los maestros de las escuelas, en los jóvenes que aprendieron a quererlo, en los niños que le decían Chávez. "Tremenda vaina nos echó el Presidente" escuché decir a alguien en la Plaza Bolívar de Valencia el miércoles en la noche, como a las doce. Y sí, me quedé pensando. Él, que tantas cosas buenas se le ocurrían, se le ocurre morir, en el peor de los momentos, en el que más lo necesitamos. ¿Cómo se le ocurre morir? Es verdad, tremenda vaina nos echó.

"Él representó todo para nosotros. Sobre todo para las nuevas generaciones, la vida. Se preocupó porque los jóvenes tuviéramos un futuro, nos formáramos, fuéramos la gente de la patria nueva", explicaba una joven de unos veinte años cuando le pusieron el micrófono en la eterna cola que se inició el miércoles a las cinco de la tarde, luego de la infinita caminata de siete horas, en el recuadro izquierdo de la pantalla de la televisión; del lado derecho, el otro recuadro mostraba a Pepe Mujica llorando frente al féretro. ¿Quién lo diría? Uno de los grandes jefes Tupamaros del Uruguay de los 70. ¿Cuánto debió valorar el gran Pepe a un hombre como Hugo? Y Rafael Correa que le dijo el "necio incontrolable". Solo alguien como él podía decirlo. Tenía la moral para ello. También dijo "seguiremos luchando por tus sueños Hugo, la liberación de nuestros pueblos con igualdad de derechos y oportunidades". Cómo puede uno sentirse después de ver al presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, llorando, besando la urna de su amigo. Quién diría, Ahmadineyad, el aparente y frío hombre de Estado sentir el dolor de la partida de alguien que significó tanto para su país en coyunturas tan difíciles.

Cómo explicar el dolor de su madre Elena, del viejo Hugo de los Reyes, sus hermanos y de sus compañeras inseparables Rosa Virginia y María Gabriela, "mi gigante" como dijo ella en su twiter. La cara sonriente de Hugo cuando hablaba del "gallito" su nieto y su emoción por los 15 años de Rosa Inés. El campechano Hugo que quería vivir en las costas del Apure, donde se retiraría a escribir y a pintar.

Quién puede hablar del dolor de las masas, de esas colas infinitas que cuando las vimos en el último acto de la campaña electoral, la estólida oposición se atrevió a decir que habían sido enviados. Claro, ahora los enviaron a hacer colas de días enteros y después les pagarán. Cuánta mediocridad se puede percibir en quienes aún no entienden lo que ocurre en el país. Deberían verlos, hombres, mujeres, niños, ancianos, discapacitados, por miles, como ríos, vienen de un lado a otro de la ciudad y del país, caminan todos a su destino, el más simple de los destinos: tan solo un segundo para ver el hombre que les devolvió las ganar de vivir, el hombre que les dijo que el país les pertenecía, el hombre que les dijo que eran humanos y que sus derechos estaban por encima de todo y de todos. No piden más, tan solo un segundo para verlo, tan solo eso piden. "Yo solo quiero verlo. Me va a doler mucho, pero quiero verlo", comentó una anciana en la cola, la cola que nunca se detuvo, la cola de millones que solo quieren verse a sí mismos porque todos son Chávez.

Ahora es una leyenda, un mito, dentro de poco hasta una santidad. Es posible que en algún momento veamos a alguien declarar que el espíritu de Hugo Chávez curó a su hija. Otro dirá que su mamá estaba muy enferma, pero como ella amaba a Chávez, le prometió una misa, y ella se curó. Hasta nacerán niñas que serán bautizadas como Huga Rafaela, el país se llenará de calles, barrios, urbanizaciones, autopistas, todas llevarán el nombre de Chávez. Es el hombre que de solo mencionar su nombre, las lágrimas van al piso, el dolor no se detiene. Pasará el dolor, sin duda. Con el tiempo pasará. No lo lloraremos más, pero tampoco podremos olvidarlo. Sobre todo cuando el enemigo arremeta y nos tengamos que preguntar ¿qué hubiera hecho Hugo? ¿Qué? Y tendremos que recordar al que declaró que su espíritu le curó a su hija.

El 10 de marzo del 2013 fue publicada esta crónica en el portal Aporrea y en el semanario Kikirikí. Rosalba vive y está muy enferma. Miguelina murió diciendo que veía a Chávez. Gladys murió dos años después que Hugo, un 4 de marzo. Susana murió de un paro respiratorio hace un año, Dionisio murió tres años después de Chávez de un ACV. Es seguro que no volveremos a ver un homenaje como el que se le hizo a Hugo, no con ese río indetenible de millones de personas caminando y en completa tranquilidad, esperando tan solo esos 10 segundos para verlo por última vez. El Chávez nuestro de cada día. Una magia que muchos no quieren que vuelva a aparecer en la historia del país.



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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

 [email protected]      @aureliano2327

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