Los enemigos invisibles de la Revolución



Con una oposición reducida a su mínima expresión –aunque con un gran poder económico y una influencia mediática que no pueden desdeñarse aún- ahora le toca al proceso bolivariano librar una importante como ineludible batalla contra quienes, desde el plano interno y seguros de sus posiciones actuales, dificultan el camino a la revolución, imponiendo un pragmatismo electoralista que –si bien se traduce en la conquista de espacios de poder y control del Estado- no hace posible la democracia participativa en manos del pueblo.


El reformismo dominante impide que se le imprima al proyecto revolucionario bolivariano el carácter popular y democrático que éste debiera poseer. En su lugar, se privilegia la toma de decisiones por parte de una minoría, lo cual –a la larga- podría revertirse en contra del mismo procesa que comanda Hugo Chávez. De esta forma, se observa cómo una dirigencia de derecha ocupa el lugar de la vanguardia del proceso bolivariano, obstaculizando que haya un debate serio, responsable y profundo de lo que debería ser el Estado revolucionario, la democracia participativa y protagónica, la fase antiimperialista de la revolución, el nuevo orden social y económico, y el socialismo del siglo XXI, entre otros temas de interés. Asimismo, el reformismo se ha dado a la tarea de desplazar y descalificar a quienes siempre han mantenido en alto las banderas de la revolución. Para ello se vale del ventajismo que le otorga el ejercicio del poder institucional.


Para muchos, el desencanto que esto les produce, los induce a adoptar posiciones de completo aislamiento o de radicalismo extremo, a veces, sin base, lo que no es compartido por las mismas bases populares. Algunos se plantean la conformación de grupos guerrilleros, lo cual confunde a la opinión pública y refuerza los argumentos de la reacción, tanto interna como externa. Tales posiciones benefician ampliamente al reformismo contrarrevolucionario porque uno y otra obvian la participación, organización y formación del pueblo, de modo que pueda convertirse en sujeto social del cambio estructural que contiene el proyecto bolivariano. Así, se le brinda un amplio espectro de posibilidades al ala reformista de la revolución bolivariana para ir trepando todas y cada una de las instancias que integran el Estado al no activarse los diferentes mecanismos legales de control popular existentes, los cuales prefiguran, en cierto modo, ese poder popular del cual tanto se habla, esperando que una providencia del Presidente Chávez cambie el panorama; además de no trabajar por erradicar esa perniciosa dependencia económica de los sectores populares en relación a la dirigencia reformista, lo que le da continuidad a la demagogia y al clientelismo que caracterizaron la era puntofijista.


A todo ello se aúna la dispersión, la desorganización y el parcelamiento que evidencian los sectores revolucionarios populares, lo cual incide en una falta de unidad programática e ideológica de dichos sectores y retarda aún más el avance revolucionario y la toma del poder. En cierta forma, actúan como los verdaderos enemigos de la revolución, cegados por sus propias ilusiones y medias verdades, haciendo que se mantengan incólumes los esquemas de subordinación inculcados por la derecha por más de cuarenta años. Se requiere, por consiguiente, un examen objetivo y exhaustivo de tal realidad, lográndose que los revolucionarios auténticos precisen la estrategia y las tácticas a seguir, de manera que los reformistas sean vencidos y desplazados mediante propuestas viables y realmente revolucionarias. La tarea es ardua y urgente. Mientras la reacción sufre de desorientación y carece de fuerza e iniciativas que hagan tambalear al gobierno chapista, los enemigos invisibles de la revolución prosiguen su labor de zapa. Una vez que sientan amenazados sus intereses y privilegios no dudarán en desconocer el liderazgo y legitimidad del Presidente Chávez, convencidos del poder que detentan; a menos que los revolucionarios auténticos asuman la conducción del proceso bolivariano y lo encaminen a buen puerto.-



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Homar Garcés


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