Ante todo he de
decir que cuando me muestro tan severo siempre con la marca “España” es
porque este país se pasa su historia regida por incompetentes o
mediocres; nunca aparece esa España lúcida y asombrosa que permanece
ordinariamente en la sombra y que sólo una vez, y perdió, estuvo
dispuesta a disputar su destino contra batallones de necios...
Hace muchos años, durante la dictadura, mantuve una estrecha
relación con un alto funcionario de la embajada de la Unión Soviética. A
lo largo del tiempo fuimos intercambiando impresiones y filosofía
acerca de su sociedad socialista, y la mía capitalista. Eran tiempos en
que los estragos de la desigualdad social eran imputables todavía al
capitalismo industrial. No sé qué hubiera dicho ahora al presenciar los
del capitalismo financiero...
Naturalmente su visión del mundo, como la del pueblo ruso y
países del entonces llamado telón de acero, eran las propias de una
filosofía o doctrina muy meditadas y conformes a una conciencia social
muy evolucionada. Nada que ver con la irracionalidad brutal economicista
del capitalismo asentada en una mentalidad infundida a Europa
principalmente por el pragmatismo anglosajón y potenciada por las
favorables condiciones de conquista del continente norteamericano y
posterior expansión de la estadounidense tras la segunda guerra mundial.
Desde los tiempos de la primera ministra británica Margaret Thatcher,
que no creía en la existencia en la sociedad y sí sólo en la de los
individuos (luego reforzada su doctrina por los ensayistas mediáticos
estadounidenses con los hermnaos Kaplan a la cabeza), se viene fraguando
a ojos vista el proceso del desarbolamiento del Estado que terminará
siendo Estado S.A.; proceso que ahora se está concretando, en el virtual
desmembramiento de las sociedades "rescatadas"...
Una de las cosas más resonantes de aquellas conversaciones que
recuerdo es la idea que los soviéticos tenían precisamente de la
sociedad yanqui. Para ellos la sociedad estadounidense era una sociedad
"enferma". Ellos, tampoco es que creyesen estar en posesión de toda la
razón -me decía-, pero tenían por valor incanjeable el esfuerzo de
todos por lograr una sociedad menos desigual en todo aquello que es
posible evitar. Entendían que salvo en cuanto a las diferencias físicas,
todo lo demás es corregible, subsanable y compensable. La iniciativa
privada no debía dejarse a la voluntad o el capricho del individuo
aislado. Debía ser encauzada hacia el bien colectivo y vigilada por el
Estado. El ajuste entre la producción de lo básico y el consumo era la
piedra angular del socialismo real. Esta sociedad, la occidental, por el
contrario, ese ajuste lo confía al resultado del choque de las fuerzas
económicas o, por mejor decir, de la conjunción de la astucia y de la
fuerza prácticamente descontrolada de los individuos económicos
ordinariamente consorciados.
Ambas maneras de entender el mundo marcaban la distancia entre una
sociedad verdaderamente avanzada y otra empecinadamente inmadura. En
ese sentido la sociedad estadounidense era, en efecto, una sociedad
enferma de desigualdad, enferma de incultura, enferma de deshumanidad…
Pues bien, España, después de 40 años de dictadura real, ha
seguido ciegamente la misma senda de la veleidad, el mismo camino de
informes y abstractas fórmulas del mercado que no son si no luchas entre
predadores y depredados, entre los organizados y sus víctimas, entre la
idiosincrasia de los pueblos de potente inteligencia colectiva y los
pueblos de débil inteligencia organizativa.
Las leyes del mercado, esas a la que se fía todo y parecen
arreglarlo todo, ceden ante la idosincrasia de los pueblos. Cada
idiosincrasia, al margen de las leyes económicas y de las leyes
positivas correctoras, produce resultados sumamente diferentes. La
economía de un pueblo que vive la mayor parte del tiempo de su vida
entre el trabajo y su casa, que combina lo viejo y lo nuevo, la
tradición y el progreso, el consumo y el ahorro, tiene poco o nada que
ver con otro que sólo busca el modernismo en lo nuevo y en el
despilfarro del dinero prestado... Las conductas económicas de uno y
otro Estado, de unos y otros ciudadanos han de producir resultados
económicos sumamente diferentes. Y las de la sociedad hispana es lo que
ha provocado ruina y gravísimos desequilibrios; una sociedad poco
preparada y peor organizada que, como nuevo y ridículo rico, no ha
sabido asimilar el dinero prestado por los países de la Europa Vieja.
Durante estas tres últimas décadas, en este país que parece enloquecer,
ni los gobernantes ni los bancos ni las clases sociales poderosas han
sabido relacionar causas y efectos, ni calcular las consecuencias del
consumo excesivo. Han ignorado los estragos que a la larga o a la corta
causa la ambición desmedida propiciada ya de por sí por el propio
sistema. Todo eso es lo que ha ocasionado el desbarajuste económico y
social que ha vivido este país tanto en la época de gasto manirroto como
en la de las presentes y futuras restricciones que hacen retroceder a
la sociedad de nuevo tres décadas. Esta sociedad, la española, estuvo
primero enferma de miedo y de cobardía durante la dictadura, luego, ya
en la democracia, enferma de frenesí hipotecándose y comprando a plazos,
y luego, hoy, después de un periodo de perplejidad y otro de
indignación, enferma de depresión profunda porque el Estado y las
Autonomías y los ciudadanos empujados por ellos, se han gastado todo y
no puede pagar a quien le prestó....
A salvo extraordinaras personalidades, casi todas anónimas, España
en su conjunto es una sociedad enferma en el sentido a que mi amigo
ruso se refería al hablar de la estadounidense.
La curación no
existe. Mejor dicho, la curación sólo puede llegar a través de la
implantación de otra columna vertebral que se llama socialismo real.
Mientras éste no llegue, el país seguirá descomponiéndose, la economía
irá dando tumbos, y no sólo aquel bienestar ficticio y pasajero vivido
durante al menos dos déadas se habrá acabado, si no que no habrá atisbos
de una sociedad razonablemente feliz: el fin último de toda política,
de toda economía y de toda filosofía social; fin que aquí primero han
prostituido los políticos, los asesores económicos, los magnates de la
banca y de la empresa y prácticamente toda la sociedad institucional,
para acabar absolutamente corrompido. En definitiva, una sociedad
enferma del viejo mal combinación de la codicia y el cretinismo...
Salir al paso del socialismo real afirmando que fracasó con la
caída del muro de Berlín es pueril. Ahí está China que ha desarrollado
el plan entero del comunismo, y a la cabeza de la economía mundial con
libertad progresiva de mercado y social impensables en los tiempos de su
fundación.