España

Contra los pedagogos y contra los digitalizadores

Uno de los mayores fracasos –o estafas- de un Estado y de una sociedad es una Escuela que incumple con la misión para la cual ha sido creada y ordenada. La Escuela en España incumple. En relación con el mandato constitucional de ofrecer una Escuela universal, gratuita, de calidad, el Estado español está dando gato por liebre. Lleva haciéndolo así desde 1990, fecha de promulgación de la L.O.G.S.E. , esa ley nefasta que inició el declive de la Educación en España. Todas las leyes que siguieron a ésta no han hecho más que profundizar en ideas extravagantes y en principios erróneos. La L.O.M.L.O.E, de 2020, es la ley en vigor actualmente y como refrito mal traducido de ideas llovidas desde la OCDE, la UNESCO, y otros cuarteles generales de la tecnocracia, no hace otra cosa que consagrar los errores de una Escuela que degenera, sin sentido común ni rigor científico.
Una gran parte del despropósito de nuestras leyes educativas, todavía muy limitado en la llamada "Ley de Villar Palasí" (1970), tiene relación con la entronización de la Pedagogía. Cuando yo terminaba mis estudios de Pedagogía, y la reforma educativa de los socialistas –L.O.G.S.E.- no hacía más que empezar, la figura del pedagogo era todavía muy modesta y razonable. El pedagogo, y especialmente la Facultad de Ciencias de Educación, justificaba su razón de ser, su papel en el mundo, como mero auxiliar del docente, no su amo y señor. El pedagogo podía "proponer" métodos didácticos nuevos, ofrecer consejos, elaborar estudios (organizativos, psicosociales, culturales) que apoyaran al docente. Pero la labor del pedagogo, en la línea de un creciente poder y autoritarismo, fue cambiando drásticamente desde entonces. Hoy en día, aupado por las autoridades educativas y los cambios legislativos, el pedagogo se ha convertido –muchas veces- en un déspota que enmienda la plana al maestro. Hoy en día, el docente medio, a no ser aquel que se convierta en un reptil que acata servilmente las directrices de la superioridad, es un trabajador indefenso. Ya puede contar con solvencia académica acreditada (y especializada, si es docente de Secundaria). Ya puede llevar tres décadas dando clases, enfrentándose a todo tipo de realidades cambiantes y complejas. Da lo mismo: un "científico de la educación", le corrige y amonesta. Lo hace un "experto" que no ha agarrado una tiza en su vida, o a lo sumo ha dado charlas en la Universidad o en las "acciones formativas" de las que son víctimas profesores (y nunca niños o adolescentes).

La arrogancia de los pedagogos, así como sus socios recientemente incorporados, los tecnólogos que pretenden digitalizar la Educación, ha ido en aumento. Sus baluartes, desde donde obtienen pasto para engorde a cargo del Presupuesto Público, pueden ser los servicios de Inspección, los Departamentos de Orientación, los Centros de Formación del Profesorado, la Universidad, las Consejerías, y los propios equipos directivos de los centros. Me consta que la propia relación de estos "expertos" con la docencia es .a menudo- nula, parcial, lejana y oblicua. Por poner un ejemplo: a lo largo de su carrera profesional, apenas hay un docente de Secundaria que no haya recibido instrucciones, consejos, enmiendas y hasta broncas por parte de un inspector, orientador o directivo procedente de un área completamente ajena: por ejemplo, de Primaria o de Formación Profesional. En este país vivimos: el país del esperpento. Pronto, los enfermos impondrán el tratamiento a los médicos, y los niños le dirán al maestro cómo tienen que dar clase…Aunque bien mirado, no hablo de futuros hipotéticos. Me parece que estas cosas están pasando.

Un grave problema aqueja a España y el problema cabe denominarlo así: "Pedagogismo". Entiendo que se deben hacer estudios de innovación educativa, debidamente contrastados, aunque soy de la opinión de que los métodos tradicionales poseen un aval de siglos y, en Educación, hace falta en buen maestro y el buen alumno, todo lo demás ya suele estar inventado. Entiendo, igualmente, que se deben hacer estudios sociológicos, normativos, organizativos, etc. , que ayuden al docente en su labor, una labor que es –al tiempo- muy personalizada y artesanal. Lo que me parece intolerable en el pedagogismo es su excesivo énfasis metodológico. Una vez que se considera la Educación como una tecnología, el "científico de la educación" se percibe, a sí mismo, como un tecnólogo, es decir, un experto que posee un conjunto bien definido y exhaustivo de reglas correctas de actuación, reglas y procedimientos con los cuales se logra un objetivo. El fracaso en el logro de dicho objetivo no está en el conjunto de reglas, el cual se impone autoritariamente, ni en quien diseña los procedimientos, sino en el docente, rebajado ahora a la condición de mero ejecutor de ese gran ingeniero de proyectos que es el pedagogo –acompañado últimamente por "dinamizadores digitales". En este artículo se niega la mayor. La enseñanza es artesanía: la noble labor artesana de un maestro que, si bien debe seguir un temario fijado por ley (temario, pues odio la palabra "currículum"), goza de libertad de cátedra, y ama el conocimiento. No sólo debe amar el conocimiento sino también amar su transmisión. Al buen maestro-artesano, con libertad de cátedra y con verdaderos conocimientos, le sobran todos los pedagogos del mundo.

Creo que, con otras palabras, Miguel Ángel Tirado dice lo mismo que yo en su libro fundamental "Escuelas que Enseñan. El conocimiento sí importa" (Círculo Rojo, 2021, p. 17):

"La escuela incumple cuando espera que florezca naturalmente en el niño el gusto por esforzarse y adquirir conocimientos relevantes. Incumple cuando asume de forma acrítica las modas pedagógicas de turno y sube a los altares los métodos pedagógicos convirtiéndolos en fines en sí mismos. Incumple cuando no reflexiona sobre el papel de lo digital en la escuela y la pantalla sustituye al maestro. Incumple cuando obvia cuanto científicamente se sabe acerca de cómo aprendemos, al tiempo que enarbola la bandera de la neurociencia para justificar sus métodos, aunque edulcore sus hallazgos. Incumple cuando innovación e investigación no van de la mano, y cuando presupone superpoderes digitales a las nuevas generaciones que se utilizan como excusa para no enseñarles habilidades fundamentales. La Escuela incumple cuando el pensamiento crítico está desnudo de conocimiento. Definitivamente, la escuela incumple cuando confunde equidad con mediocridad, y el conocimiento se deja para quien se lo pueda pagar. La escuela daña cuando olvida que su principal misión es enseñar".

No puede quedar más claro. Cuando Miguel A. Tirado reitera "La Escuela incumple…", varias veces en un mismo párrafo, yo creo que se podría parafrasear: "La Escuela es una estafa". En España, la Escuela (desde la Primaria hasta el Bachillerato) es una enorme, una monumental estafa. Resulta una estafa recibir niños en un Instituto, con 12 años y a punto de iniciar su Secundaria Obligatoria, sin que en el colegio les hayan logrado enseñar a escribir con un mínimo de corrección. Han atravesado toda la etapa de Primaria (¡seis cursos!) quizá manejando tabletas, enganchados a pantallas y "kahoots", pero muchos niños son incapaces de estar sentados en su silla más de quince minutos seguidos, y no soportan leer un texto que sobrepase las diez líneas, eso en el caso de comprendan el sentido del texto, aunque se trate del cuento de Caperucita. Niños sin hábitos sociales, sin capacidades para la lectoescritura, con las capacidades atencionales dispersas, sin "aseo" en el manejo de cuadernos y libros… y con notas académicas buenas, son enviados todos los años a los Institutos de Secundaria. Este tipo de situaciones son propias de una "estafa", con todas sus letras. Es un mal que nace en la Escuela Primaria, con la pérdida de la autoridad y el rol tradicional asociado al "buen maestro", convertido ahora en un simple mediador entre los niños y las aplicaciones digitales, así como en un dinamizador de juegos. No en vano, las administraciones educativas han comprado la estafa anglosajona de la "gamificación" de la enseñanza. El origen de esta necia palabra no puede ser más obvio: la palabra se ha inventado a partir del vocablo inglés "game" (juego), dando por sentado –al parecer- que la lengua de Cervantes es una lengua de "segunda división", incapaz de crear términos propios a partir de su propio acervo. Pero, señores pedagogos y señores políticos: en la vida de un niño, el tiempo de juego es para jugar, y el tiempo de estudio es para estudiar. Las mezclas no siempre resultan bien.

El énfasis "metodológico" de la Enseñanza actual refleja claramente la pérdida del sentido tradicional y artesanal de este proceso antropológicamente crucial: el proceso de transmisión del saber a las nuevas generaciones. Si la Escuela opta por rebajar el papel del docente al de comparsa de las aplicaciones digitales, al de monigote y payaso que entretiene a los niños mientras que unos grandes Metodólogos sueñan con diseñar al futuro hombre y a la futura sociedad, inmunes y refractarios a los datos desastrosos que los desacreditan, entonces vamos mal. Rematadamente mal.



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Carlos Javier Blanco

Doctor en Filosofía. Universidad de Oviedo. Profesor de Filosofía. España.

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