Prieto Figueroa y Uslar Pietri: dubita entre universidad y comunidad

Luís Beltrán Prieto Figueroa, en un ensayo escrito en la década del setenta, titulado El Estado y la Educación en América Latina (1977), resume la experiencia de la educación superior venezolana y la relaciona con sus postulados del educador como líder, destacando el papel de las universidades en el futuro del país. Es uno de los primeros en avizorar que el vínculo universidad-comunidad tenía que estar inmerso en un proyecto de país, no de Gobierno; el Estado pertenece, parafraseando sus palabras, a todos y debe tener una orientación que todos compartamos. Los Gobiernos son personalizaciones de cómo guiar la orientación del Estado, pero no son el Estado: el Estado somos todos.

En cuanto al papel de las universidades ante los cambios y desarrollos tecnológicos de vanguardia, Prieto Figueroa expresaba: “La Universidad para ser moderna, debe ponerse a tono con la época, debe mudar, cambiar de modo de ser…” Y esa universidad que asumió una conducta conservadora durante la colonia se convirtió en el siglo XX, en una instancia crítica de la sociedad. Si bien es cierto que Prieto Figueroa tuvo grandes obstáculos (Gobiernos de Juan Vicente Gómez. 1908-1935; y de Marcos Pérez Jiménez, 1952-1958), pudo resguardar su capital crítico y generar, desde él, movimientos políticos y sociales que le dieron un nuevo sentido a las relaciones humanas y de poder en Venezuela.

La universidad asumió para sí los problemas del desarrollo; expresó a través de sus académicos que se requerían técnicos especializados, personas científicamente capaz para intervenir en los procesos de producción, distribución y consumo de riqueza. La investigación, expresó Prieto Figueroa, tomó importancia y la vía expedita para dar a conocer los resultados del avance científico y técnico, era a través de la programación de actividades de extensión. Así comenzó, a finales de la década del sesenta, una revisión del papel de las universidades en su aporte técnico a las políticas de desarrollo del país. Al principio con pasos tenues, pequeñas incursiones en la maraña burocrática, pero hubo la intención clara de prestar un apoyo sostenido a las intenciones del Estado por involucrarse en la dinámica mundial.

Esta visión de Prieto Figueroa trajo una desfiguración del verdadero sentido del para qué estaban las universidades; la preocupación no debería estar circunscrita a graduar doctores o altos especialistas para contribuir con la política de desarrollo nacional, sino crear en el estudiante una conciencia social, “…que lo lleve a estudiar los problemas de la nación y a poner su voluntad entera en la mejor manera de resolverlos…”

Es decir, las universidades están para modelar un ciudadano (a) consciente de su responsabilidad social, en el dominio de un conocimiento especializado o técnico; pero las universidades en este sentido han descuidado su papel fundamental y han desviado sus intereses hacia la mercantilización educativa, donde se pasa del “socio de aprendizaje” al “socio de capital”. Prevalece lo económico-administrativo sobre lo político-social.

En este sentido Arturo Uslar Pietri es más crítico. Asumió un cuestionamiento agudo a la Universidad venezolana a comienzos de los ochenta. A su juicio la Universidad venezolana carece de disciplina suficiente, tiene un bajo nivel de enseñanza y los docentes no están comprometidos con su academia; se han creado centros de formación universitaria improvisados, en donde la mercantilización de la educación tiene mayor importancia que la formación de un profesional crítico y reflexivo. Así mismo, aprecia que el papel de las universidades debería estar enmarcado en una revisión de los saberes existentes para desde allí proponer nuevos saberes; en este asunto radica el desarrollo. Un país que repite lo mismo de otro, queda para imitar y reproducir, por lo cual, por mucho saber que tenga, seguirá dependiente de las ideas de otros; pero un país que produzca su matriz de conocimiento y genere vanguardia en las diversas áreas del saber, por muy minúsculo que sea territorial y demográficamente, es una potencia de desarrollo incalculable. Ante esto se ha de ocupar el trabajo de las universidades, sin descuidar los asuntos prioritarios que desde el conocimiento de la técnica puedan dar respuesta inmediata al colectivo. Las universidades están para prestar un servicio técnico de primera porque no sólo cuentan con la pertinencia del saber, sino con la pedagogía para darse a entender y transferir efectivamente los saberes.

Pero esos saberes han de estar coordinados, orientados por un proyecto de país que tome los insumos de conocimiento y los transforme en beneficios, confort, mejor calidad de vida para el colectivo.


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Ramón E. Azócar A.

Doctor en Ciencias de la Educación/Politólogo/ Planificador. Docente Universitario, Conferencista y Asesor en Políticas Públicas y Planificación (Consejo Legislativo del Estado Portuguesa, Alcaldías de Guanare, Ospino y San Genaro de Boconoito).

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