En San Agustín, vi la salvación de la humanidad

Ayer domingo de San José, fui con mi prima Valentina Rodríguez a San Agustín (Caracas). Ella es artesana y había sido invitada a exponer su stand en un evento organizado por la comunidad, y de la mano también de Manzanoarte Festival, un proyecto de artes escénicas increíble, que recorre el país y nutre de arte los confines más vulnerables y aislados, y asimismo, se nutre de pueblo también.

Yo iba de ayudante y curiosa. De lo que no tenía la menor idea es que iba a experimentar con todos los sentidos de mi cuerpo y alma, una profunda revelación mágica. Llegamos temprano, a eso de las 10 de la mañana, arropadas ya por una candente pepa de sol que nos bañaría de su gracia y color. De entrada, la alegría y receptividad de la gente, se percibía sin muchos miramientos, así espontáneamente, por que les sale natural. Saqué mi arepita rellena con queso, envuelta en papel aluminio, y no hubo quien pasara por mi lado y no me bendijera con un "buen provecho" sonriente. Nos dedicamos a montar el stand, y de repente, una presencia solemne se impuso ante nosotras. Una figurita morena, de negros cabellos largos y mirada profunda, comenzó a toquetear y mirar las cositas que íbamos poniendo sobre la mesa.

Me gustan los niños y me rodeo de sus formas sinceras y libres, siempre que me es posible. Son la mejor compañía. Le pregunté su nombre. Luisana. Me dijo que vivía "ahí mismo" con su mamá y su abuelo, Pedro. Me dediqué a hacerle algunas preguntas de todo tipo, algo triviales tal vez, pero con ánimos de socializar; el color favorito -el rosado-, la comida preferida -la pasta-, en fin, pero cuando me enfoqué en la escuela, la cosa se fue haciendo intensa. Me dijo que le gustaba mucho. No obstante, la sorpresa vino con la siguiente respuesta. Me enfoqué entonces en sus intereses particulares, si le gustaba más matemáticas o de repente deportes, ciencias. Me miró a los ojos y arrugó un poco la cara, y me respondió sin más, como una flecha salvaje y firme directo a lo más profundo: "a mí lo que me gusta es leer". Yo casi me caigo al suelo de la contundencia de su afirmación. "Ajá, muy bueno eso", le dije yo, casi con la voz quebrada ¿Y qué edad tienes?". "8 años y ¿tú?". "32 años", le digo. A lo que responde con un vocabulario que casi termina por descalabrarme del todo, "ah, entonces eres contemporánea con mi mamá". ¿Contemporánea? Me quedé loca. Uno no oye que la gente normalmente se exprese de esta manera ¿Quién es esta niñita y de dónde salió? ¿Se trata acaso de un milagro?

Nos convidamos o mejor dicho, nos fuimos fusionando la una a la otra durante la jornada, acompañadas de una hermanita menor –de cuatro años– que seguía a Luisana a todos lados, pero que iba y venía realenga de aquí para allá. Me sorprendía ver cómo se manejaban solas por los alrededores como si nada. Protegidas de todo. Y por todos.

Cuando mi prima –Valentina– y yo, conseguimos dos banquitos para sentarnos, nos ocultamos en la sombra del inclemente sol, pegadas a la pared opuesta al stand y acompañadas por Luisana. Aparecieron de la nada, como dos rayos, lanzándose por una bajada de una de las veredas internas, y montados en una patinetica pequeñita y verde, dos chamos bien alegres. Uno de ellos, de unos 12 años, y el otro de unos 6 años. Primos según nos refirieron. El grande nos dijo que al de seis le decían "limón llorón". Quedó claro porqué, aunque el chiquito refunfuñó al respecto. Me puse a grabarlos en video cuando se lanzaban una y otra vez. Al llegar al final de la ruta, en medio de la plazoleta del evento, venían corriendo a mí, para verse reflejados en la imagen. Estaban emocionados, y yo me remontaba a los años en que hacía lo mismo con mi hermana y mis vecinitos, en una carrucha en Mérida.

A eso del mediodía –tal vez a eso de la una–, vino Luisana de nuevo gritando, "ahí vienen los rusos". Desde hace unos seis años, San Agustín se ha convertido en una ruta turística en Caracas ¿Y cómo no? "Ven, vamos a ver", me dijo Luisana y me llevó con ella, tomada de la mano. Como si de una fiesta se tratara, por en medio de la calle, se oía el repicar de tambores que se hacía venir jocoso y colorido, acompañado de "La burriquita", y de las negritas preciosas en faldas, bailando como si mañana el mundo se fuera a acabar. En medio, y con ellos, un grupo de rusos que no paraban de echar sonrisas de oreja a oreja –pese a estar rojos de pies a cabezas, quemados por el sol–, subían por San Agustín, como viendo por vez primera, cómo es eso de estar en el paraíso. El paraíso de lo humano. En la plazoleta, los rusos bailaron tambores y todos los recibieron jocosamente.

Luisana me preguntó, cómo podía decirles "hola, ¿cómo están?", a los rusos. Pensé que les dijera en inglés y entonces fue con su hermanita. Una rusa que le huía al sol como yo, algo dijo en español y entonces le hablé, y se sentó a mi lado en un banquito que le acerqué. En un español casi perfecto, me dijo estar maravillada de este país. Yo, que hasta hace nada estaba en Austria, también me siento desbordada en espíritu e infinitamente agradecida de estar aquí. Los rusos dieron sus vueltas y terminaron por irse, llevando con ellos, las artesanías, creaciones espléndidas y comidas, que nuestros artesanos y nuestro pueblo, exponían allí, sumergidos en la más pura sencillez y candidez.

Yo pensé que la cosa estaba por terminar ¡Qué equivocada! Un poco de muchachos y muchachas, empezaron a traer y a armar una enorme estructura. Manzanoarte Festival se iba a presentar en la tarde-noche. Desde que se fueron los rusos, se dedicaron a montar todo. Yo esperaba impaciente el espectáculo, y en la espera, Luisana me sorprendió de nuevo. Me dijo, "quiero que me vengas a visitar. Guarda el número de teléfono de mi mamá". Yo saqué mi celular, y ella escribió nombre y número y lo guardó. Después me miró y me dijo, "ven conmigo para que sepas dónde está mi casa. Así conoces a mi mamá". A mí me apenaba porque era domingo y la gente a veces descansa o se ocupa. Ella insistió. Me tomó de la mano y me llevó a la vereda principal. Llegamos a una casa de vecindad humilde, subimos unas escaleras enormes y en un segundo piso, en la primera puerta marrón a la izquierda, Luisana se adentró, pidiéndome que esperara unos segundos afuera. Abrió de nuevo la puerta y me pidió que pasara. Una mujer joven salió de una de las habitaciones y me recibió fraternalmente. Yo le dije, "su hija es brillante, me dijo que le gusta leer. Quiero escribir una historia sobre ella". A ella se le aguaron los ojos y comenzó a limpiarse unas lagrimitas que se asomaban indetenibles. "¿Por qué lloras, mamá?", le preguntó Luisana. "Es que me conmueve, hija". La mamá de Luisana me dijo que no tenían libros para que ella leyera. Me comprometí a volver y llevárselos yo misma. Me despedí de la madre de Luisana y la niña, aunque quería venirse de nuevo conmigo, se fue a regañadientes a almorzar. Yo bajé y volví al evento. Antes, en la plazoleta, ya Luisana y yo habíamos hecho una promesa con "dedito". De esas promesas que nada puede quebrantar. Me prometió que no iba a dejar de estudiar. Más le vale, porque este país necesita de su inteligencia.

Manzanoarte Festival dio inicio a uno de los mejores y más variados espectáculos de artes escénicas que jamás haya tenido la fortuna de ver en mi vida. Me monté en uno de las banquitos para poder ver, porque el lugar no se daba abasto y además soy chiquita. Niños, adultos, ancianos, perros y gatos. Todo el mundo estaba allí. Atentos, disfrutando y apoyando el arte. Se me erizaba y se me eriza la piel, con sólo recordarlo. Horas y horas de presentaciones, excelentes todas. Qué ganas de vivir, crear y compartir tiene este pueblo maravilloso en el que vivimos. Domingo de San José, a las seis de la tarde, y esto estaba abarrotado de alegría. Manzanoarte Festival es una experiencia que hay que replicar y apoyar. El arte debe tocar todas las fibras para sensibilizar y hacernos más humanos a todos en el proceso.

Mi prima Valentina y yo, a eso casi de las ocho de la noche, tuvimos que recoger las cositas, cuando nos fueron a buscar, aunque nos hubiésemos quedado hasta el amanecer y por siempre. Gracias totales a todos esos artistas que se avocan a su pueblo y se hacen cada día más pueblo. Y gracias a ese pueblo que los recibe con los brazos abiertos y el corazón en llamas.



 



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Adriana Rodríguez


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