La importancia de ser octogenario

La primera condición que debe darse para escribir sobre el octogenario, con independencia de los estudios e investigaciones sociológicas, geriátricas, etc que envuelven al "ser" octogenario es, ser octogenario. Pues el mero hecho de entrar por la puerta de esa edad, aunque ya sabemos que la edad, numéricamente hablando, en sí misma es en numerosos aspectos un concepto que, como todo concepto, es convencional, te hace sentir de un modo diferente al que estabas acostumbrado hasta entonces. A partir de los ochenta, ves con mucha más viveza el futuro, tu futuro, que el pasado y el presente.

Ese carpe diem, ese vivir el ahora está muy bien y nunca hasta ese momento se ha hecho tan necesario tenerlo en cuenta. Porque tus planes ya no se prestan a trocearlos por años. Si acaso por meses, y lo más frecuente, por semanas o días. Esto, contando con una salud "normal" que nunca ya es normal en la mayoría de los casos, pues "lo normal" es que al menos algo del organismo dé señales de cierta anomalía…

En cualquier caso, lo primero que ha de hacer, no ya el jubilado sino también más tarde, quizá con mayor necesidad, el octogenario es, organizarse. Es indudable que eso y todo dependen del carácter y circunstancias, aparte del nivel cultural de cada cual. No porque ser más culto o más erudito tenga ahora más mérito o sea más digno de alabanza, si no porque los recursos para escapar del aburrimiento, del tedio y de la depresión nerviosa patológica por ser difícil ocuparse o entretenerse, son mucho más abundantes. Por supuesto la lectura es indispensable. Creo que con la televisión o la radio, o con ambas, no basta. Tampoco basta estar acompañado, pues ni las personas de menos edad están interesadas en los puntos de vista del octogenario, ni el octogenario está interesado en los puntos de vista de los de menos edad, salvo, en ambos casos, de una manera ocasional. Lo que desde luego el octogenario no puede ni debe intentar es basar su entretenimiento en el trato con otras personas que no sean aproximadamente de su edad y sobre todo, de su sensibilidad…

La idea de la muerte, eso que hemos espantado en nuestro consciente y subconsciente toda nuestra vida pasada y lo hemos visto como algo que debemos "pasar por alto", irrumpe con más intensidad y frecuencia a ambos, sin necesidad de que ello nos haga pesimistas, ni tampoco significa que hemos de luchar contra la propensión a acordarnos que hemos de morir. Es más, ahora lo aceptamos y además vemos en ello ventajas, principalmente la de la liberación de las pesadumbres que acompañan a la vida. Sobre todo en tiempos de edadismo, en tiempos de síntomas acusados de descomposición social, en tiempos en que la Naturaleza se ha cansado de soportar al ser humanos convertido en el más nocivo virus para ella de los que puedan existir… Lo único que le importa es lo que no depende tanto de él y de su suerte, como de la Medicina y de los médicos, que son los que administran los recursos para una muerte dulce: no tener dolores ni sufrimiento y evitar una agonía que no sea prácticamente instantánea.



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

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