El tránsito de una cultura burguesa a una cultura revolucionaria

Para que se produzca y se consolide una auténtica revolución política, social, económica y cultural que desplace y sustituya el orden vigente es preciso crear y expandir -hasta en sus mínimos detalles- las condiciones objetivas y subjetivas que la harán factible. Sin embargo, todo esto no será producto del azar, de una simple evolución "natural" de los acontecimientos o de la voluntad única de algún líder carismático sino de una nueva cultura que tienda a diferenciarse radicalmente de aquella que ha estado en vigencia desde muchos siglos, la cultura burguesa, la cual legitima el derecho "sagrado" e incuestionable de las clases dominantes a usufructuar el poder, del que se deriva la división jerárquica entre gobernantes y gobernados, así como también entre explotados y explotadores. Gracias a tal cultura, una gran porción de personas aceptan sin chistar la subordinación neocolonial de muchas naciones respecto a las potencias hegemónicas del mundo (particularmente, de Estados Unidos), la discriminación en todas sus expresiones y el fatalismo inculcado entre la gente oprimida que le hace ver todo cambio posible como algo nocivo para sus vidas e imposible de lograr, llegando incluso a combatirlo fanáticamente, respaldando la posición de sus opresores.

En palabras de Marta Harnecker, "se requiere de una nueva cultura de izquierda: una cultura pluralista y tolerante, que ponga por encima lo que une y deje en segundo plano lo que divide; que promueva la unidad en torno a valores como la solidaridad, el humanismo, el respeto a las diferencias, la defensa de la naturaleza, rechazando el afán de lucro y las leyes del mercado como principios rectores de la actividad humana". En consecuencia, la revolución -siendo humanista, solidaria, anticapitalista, antiburguesa y antiimperialista- tendrá que ser una realidad en construcción diametralmente opuesta al orden establecido. Según Antonio Gramsci, el filósofo italiano, se trata de sustituir una cultura capitalista por otra de izquierdas con el fin de mantener cohesionada a la nueva sociedad que habrá de surgir, una vez eliminado el capitalismo, lo que supone entablar una batalla cultural que permita a los sectores tradicionalmente explotados, excluidos y oprimidos adquirir conciencia de sí mismos (como clase social) y del papel determinante que le tocará cumplir en la nueva época.

Sin embargo, hay que reconocer que, aun cuando muchos lo piensen y lo quieran de un modo distinto, este proceso de construcción de una cultura revolucionaria de izquierdas no podrá circunscribirse únicamente al país en que ésta se geste. Debería orientarse al logro y enriquecimiento de una visión incluyente e internacionalista, de aceptación de otras manifestaciones de la cultura humana en un sentido general, en pie de igualdad, sin discriminación alguna, todo en función de asegurar el respeto y la comprensión que merecen todos los pueblos del planeta; lo que supondrá, por consiguiente, un cambio profundo en relación a lo que es y ha sido el derecho internacional, ahora gravemente vulnerado por las apetencias e injerencismo imperialistas de Estados Unidos y sus aliados europeos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (ahora en confrontación indirecta con Rusia y China, sin dejar de amagar, de vez en cuando, a nuestro país).

Esto exigirá adelantar acciones pedagógicas y formulaciones teóricas puntuales que contribuyan a ver en su verdadero contexto la realidad edificada según los patrones eurocentristas y cómo se nutrió el capitalismo desarrollado por Europa y Estados Unidos gracias a la dominación colonial y neocolonial, la explotación de recursos naturales y de mano de obra barata (esclavizada y/o semi esclavizada) y la complicidad cínica de grupos minoritarios de los países periféricos. Por ello, esta cultura de izquierda tiene que trascender lo meramente reivindicativo y local, convirtiéndose en uno de los ejes de la resistencia y de la formación de una conciencia revolucionaria con que contarán nuestros pueblos para defender y preservar su identidad y su derecho a la autodeterminación. De ella deberán surgir los paradigmas nuevos que caracterizarían en lo adelante el modelo civilizatorio que propiciará la emancipación integral de las personas, sin que esto pueda descalificarse desdeñosamente como utopía, ignorando la carga subversiva que ella lleva consigo.

Por demás, sería redundante aclarar que esta cultura de la izquierda revolucionaria abarca algo más que el ámbito intelectual, privilegiándose -en muchos casos- lo que otros mal señalarían de cultura popular como expresión visible de la lucha de resistencia sostenida a través del tiempo por nuestros pueblos frente a la uniformidad implícita que trae consigo la imposición de una única forma de actuar y pensar, en función de los objetivos perseguidos por los grandes centros de poder hegemónicos, a los cuales es necesario oponer un amplio frente de lucha, unido en su diversidad.-



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Homar Garcés


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