Crónicas cotidianas

No tengo corazón para llamarlo

"Ni siquiera tengo idea de qué decirle a Juan cuando regrese. Son de esas cosas que nadie quiere creer y que todavía me hago a la ilusión de que nunca ocurrió. Pero es que tampoco suena lógico. Si estaba allá con su papá, a qué carajo se vino para acá".

Son las divagaciones que acosan a Margot desde que su sobrino Juancho, como le decían, abandonó al padre allá en Santander (Colombia) para regresar a Venezuela. Su padre es un mecánico diésel que arreglaba camiones para el ejército, hasta que le dejaron de pagar, "o a algún generalote se le ocurría pagarle menos para quedarse con la plata de su trabajo. Por eso decidió irse a Caracas y trabajar con un amigo para algunas empresas que todavía funcionan y que necesitan ese servicio. Siempre a su lado estaba Juancho, un chamo muy flojo para estudiar, pero muy inteligente y muy hábil. Por ello aceptaba las reglas estrictas del padre mientras lo enseñaba, Incluso, pocas veces se escapaba para salir con la novia o alguna carajita que le hubiera coqueteado.

Como las cosas estaban saliendo bien, alquilaron una habitación grande con dos camas por la Laguna de Catia, por la que pagaban 100 dólares, y cerca del taller donde trabajaban junto al amigo de Juan, había una señora que les hacía el almuerzo. Desayunaban dos empanadas cada uno y cenaban arepas que la misma señora les hacía. Margot cuenta que Juan se dedicó a Juancho desde que la mamá se fue con otro hombre, y que siempre hizo dinero, "porque según dicen él es muy buen mecánico de esos motores. Yo siempre lo vi con dinero y siempre Juancho estuvo en escuelas privadas. Cuando la mujer se le fue, me traía al niño que tenía como 8 años y se crio con los primos. Era muy pana de Angélica que es un año mayor que él. Pero también se llevaba bien con Pablo y Luis. Su papá le daba todo. Y ahí, a empujones, por fin sacó el bachillerato, porque Angélica lo impulsaba mucho. Le pidió al papá una moto y se la compró. Es que Juan, que es mi hermano menor, nunca se quiso volver a juntar con una mujer porque decía que lo iban a volver a voltear. Ahora vive con una merideña allá en Colombia. Las cosas iban bien entre padre e hijo hasta que Juancho se estrelló con la moto y le cumplió la promesa al padre de que, si chocaba, dejaba de montar motos. El accidente le quebró una pata y Juancho vendió la moto sin reparar. Después de recuperarse, se puso a trabajar con el padre y cuando Juan tuvo ese problema con los militares, se fue a Caracas. Como en seis meses habían comprado una camioneta picó (pick up) y se iban a mudar para un anexo en La Pastora, hasta que a Juancho se le ocurrió, emocionado por unos amigos nuevos, irse a Colombia. Su papá no quería y el muchacho lo convenció de que en Colombia pagaban mejor ese trabajo, que se fueran por un tiempo y regresarían con dinero para montar un negocio por la Aranzázu. Tanto dio que lo convenció. No tenían propiedades, y Juan le negocio la camioneta que había acomodado y estaba perfecto estado, al amigo. Cuando llegaron a Cúcuta no les fue bien porque la paga era muy baja, pero un mecánico colombiano diésel que había estado en Venezuela, le dijo que se fueran a Santander donde había mucho equipo diésel, incluyendo bombas, motores industriales, compresores, etc. Para allá se fueron y en una semana estaban trabajando, juntos. Habían hecho igual, alquilaron una habitación grande y allí estaban los dos. Compraron una nevera, colchones nuevos, un televisor y una lavadora. Juancho salía con amigas y amigos, pero regresaba. Juan conoció en la empresa donde hacía mantenimiento a una gocha que era obrera y terminaron juntos. Todavía están juntos. Se llevaba bien con Juancho".

Margot cuenta que una vez Juancho le dijo al padre que vendría a Caracas a ver a una amiga. A él no le gustó la idea, pero ya no lo podía detener. "Por lo que sabemos, tenía amores con una chama de la parte alta de La Pastora que llaman Puerta de Caracas, y ella resultó ser la mujer de un pran que estaba en La Planta; y el tipo planeó mandarlo a buscar para matarlo. Lo encontraron en una quebrada. Lo torturaron. Todavía Angélica, su prima, va caminando por la calle y se pone a llorar. Yo lo lloro todos los días. Y todavía el pobre padre no lo sabe. No tengo corazón para llamarlo y darle esa mala noticia".



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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

 [email protected]      @aureliano2327

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