El progreso como fin

Si algún concepto es antiguo, es precisamente el de progreso. Revísese cualquier texto de teoría del pensamiento social y se constatará que el mismo está presente desde la antigüedad hasta nuestros días; se constatará, asimismo, que dicho concepto forma parte del léxico común de todas las corrientes e ideologías del pensamiento social.

Ahora bien, cuando los veneradores del progreso hablan de él, colocan el progreso técnico-económico como un progreso infinito hacia el futuro. Es por ello que, el capitalismo al totalizar la racionalidad medio-fin para legitimar el mercado, hace del progreso un concepto del cual excluye cualquier referencia a la racionalidad reproductiva; la que, "no es un invento del pensamiento, sino una exigencia real". El progreso capitalista desecha al ser humano, como el sujeto fundamental de la sociedad; "excluye la discusión del producto de la acción medio-fin como valor de uso", sobre todo en su versión neoclásica, neoliberal; el mercado se convierte en "el ambiente de la racionalidad medio-fin, … desde Adam Smith se llama a esta autoconstitución del mercado ´la mano invisible´, la cual lleva al orden del mercado".

Es por ello que, para el capitalismo, el progreso no es más que una progresión, a través de la cual se quiere hacer resaltar las diferencias existentes entre los diversos tipos de sociedad, que tiene su base de sustentación fundamental en la racionalidad científico técnica, que hace del crecimiento económico su razón de ser, su valor supremo.

En ese sentido, el neoliberalismo al totalizar el mercado y estigmatizar la utopía, se plantea como fin, "que la antiutopía aparezca merced al desarrollo de la utopía de una sociedad sin utopías. La sociedad, que pretende ser una sociedad sin mitos, se mitologiza sin percibir que su pretendido realismo es un simple misticismo". Y, ese es, precisamente, el objetivo del progreso neoliberal.

Uno se pregunta: ¿por qué recurrir a un concepto tan demodé como el progreso, como fórmula salvadora de nuestras naciones?, sobre todo, cuándo dicho concepto ha sido presentado -a lo largo de estos más de 500 años de modernización capitalista-, como el pilar fundamental para su desarrollo.

Inagotable ha sido la fraseología a partir de la cual se ha intentado demostrar, como una verdad inobjetable, que el progreso constituye la base fundamental a partir de la cual pueda explicarse la "evolución humana"; se ha hecho creer, a través de una visión utilitaria de la historia, que esta "representa el pasado como una progresión inevitable hacia cada vez más libertad y más ilustración".

Así tenemos por caso que, como lo ha dicho el escritor español Josep Fontana, con "la producción de bienes y riquezas la humanidad había avanzado hasta la abundancia de los tiempos modernos a través de las etapas de la revolución neolítica y la revolución industrial. Después había venido la lucha por las libertades y por los derechos sociales, desde la Revolución francesa hasta la victoria sobre el fascismo en la Segunda guerra mundial, que permitió el asentamiento del estado de bienestar".

Pues bien, el "progreso", como categoría sociohistórica, es un invento que no tuvo otra intención que hacernos creer en la posibilidad de alcanzar la modernidad capitalista, colocándonos un espejo en el cual mirarnos y contemplar su proceso de estructuración. Conduciendo a que, aquellas sociedades sujetas a dicha modernización, en función de alcanzar el progreso, sustituyeran sus valores y tradiciones culturales ancestrales y más sentidas, se haya producido –incluso- profundas manifestaciones de desarraigo, con la consabida pérdida de identidad y sentido de pertenencia; condenándolas, de tal manera, a la dependencia cultural en su más amplio sentido.

Sin embargo, la realidad que hoy viven los pueblos del mundo es otra. La modernización capitalista, sustentada en el dominio "científico-tecnológico", como base del progreso in finitum, ha entrado en su ocaso. Ya no puede seguir dominando la naturaleza a su antojo. Y, lo que es más grave, la población mundial ha alcanzado niveles de empobrecimiento inimaginables: el hambre la azota diariamente, de manera inclemente.

Ante el fracaso del progreso capitalista, los pueblos del mundo comienzan a entender que lo planteado es salvar la existencia misma de la humanidad. La Historia, que al decir de Fernad Braudel es el juez más inclemente, juzga el progreso capitalista neoliberal, como la negación del desarrollo humano integral. Es por ello que, el progreso es una vuelta al pasado.

Y, podríamos preguntarnos: ¿es qué 500 años no bastan para haber alcanzado el progreso, en los términos planteados por la modernidad capitalista?



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Nelson Pineda Prada

*Profesor Titular de la Universidad de Los Andes. Historiador. Dr. en Estudios del Desarrollo. Ex-Embajador en Paraguay, la OEA y Costa Rica.

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