Sobre el síndrome de la homogeneización identitaria

Existe en nuestro proceso, en nuestras instituciones y los lideres de él, una intencionalidad de buenos propósitos, y es de por distintas vías, uniformar a nuestro pueblo en nombre de la refundación como V República, reforzando la "identidad" colectiva. Sano proyecto que podría presentar ciertos riesgos.

Existen palabras y categorías que se ponen de moda y donde todos hablan de ellas. Hace un tiempo se puso en boga la globalización como concepto esgrimido en todo discurso y reflexión, como si la Guipuzcoana no hubiera practicado en tiempos coloniales la mundialización del capital. Le siguieron modas y muletillas como "lo epistemológico", la "identidad", de factura gringa, cuya génesis fue medir gustos para el mercado. Ahora la "novedad" es la "descolonización" como un concepto obvio de todo proceso emancipatorio. Tendríamos que empezar a precisar que la identidad como tal, filosófica y dialécticamente, no existe. Nada es idéntico. Se podría ser parecido, pero exactamente igual, nada lo es.

Podríamos hablar, buscando un mejor acierto, de idiosincrasia, autenticidad, o en mejor decir, de identidades de nuestro pueblo diverso y multiétnico. En el diagnostico para guiar un viraje hacia una cohesión colectiva que abrace proyectos futuristas de largo plazo, han precisado que somos un pueblo sin homogeneidad histórica, donde las orientaciones de tipo patriótico podrían no tener la fuerza y solidez necesaria para afincar un proyecto nacionalista de largo aliento. Existen indudablemente debilidades de pertenencia y cohesión social en nuestro pueblo.

Esos vacíos históricos tienen antecedentes como lo fueron la derrota de la guerra federal donde en posteriores épocas la palabra revolución era despreciada, así como el socialismo en Europa post murista suena a fastidio y recelo. Vacíos que impiden el avance hacia mejores sociedades. La "modernidad" de Guzmán Blanco dio la sensación de un país joven que olvidaba a nuestros pueblos originarios y su cultura milenaria, sucediéndose generaciones que olvidaban todo pasado heroico, como fue, por ejemplo, la llamada "generación boba" de los 80, que en su visión parcial sólo veía la perspectiva yuppie y tecnocrática sin ser relevo de las generaciones que en recientes épocas aspiraron al cielo por asalto.

Entre las causales de este desmoronamiento memorial está la sensación de ser apenas una Venezuela de unos 150 años, cuando pasamos de los 15.000 años. Desde una reciente esclavitud, apenas hasta 1857, hasta sucederse en los últimos 70 años, guerras, éxodos, dictaduras, explosiones urbanísticas, ecocidios y democracias formales. Súbitas modernidades con características pos industriales, sin haber pasado por la industrialización y ni siquiera por una revolución burguesa, en su amplia acepción.

Todos estos cambios aluvionales crearon una personalidad trastocada, un anonadamiento por la rapidez de cambios no interiorizados del todo, con lo cual se instalan en nuestras psiquis rasgos de una personalidad agresiva, de derrotismo, incredulidad, desorden y contradicción. La incoherencia y la falta de perseverancia son rayanas con la anomia social y en lo que Briceño Guerrero, denominó "el discurso salvaje", comportamiento este que no acepta normas, rebeldía no encausada que es materia prima para la Guerra de IV generación cuyo objetivo es instalar en nuestras mentes el odio y el caos necesarios para su intervención ante un "Estado fallido" para el orden y el "progreso".

Otra de las tantas causales de este desdibujamiento de nuestro ser colectivo fue la construcción artificial de un Estado nacional diseñado desde arriba por las élites oligárquicas, negador de nuestra Nación con sus códigos afectivos y memoriales, se buscó que ignoráramos nuestras esencias de pueblo milenario. Como caricaturas andantes hemos sido guiados por intelectuales cuyo paradigma fue el positivismo eurocentrista, desde nuestras primeras Constituciones que fueron moldeando un ser inconcluso que ante ese alud de ideas y cambios rápidos, no vividos en su imaginario, se refugió en el dogmatismo, en la tradición reaccionaria y en la resistencia al cambio. Por suerte hemos sido negados, más no borrados en nuestra esencia indoamericana.

Necesario es buscar las claves para interpretarnos como pueblo libertario. Conspiran contra esa tarea muchas referencias para reconstruirnos. Documentos quemados en cien años de guerras civiles, cementerios, genealogías referenciales de nuestros ancestros, fueron borrados. La relación con extranjeros con fuerte forma de vida nos permeó. La interdependencia mundial y los éxodos por sobrevivencia han creado un desarraigo regional que hizo olvidar nuestras cotidianidades afectivas. Nuestra personalidad colectiva es el no lugar.

Como victimas hemos caído en una identidad vergonzante. Individuos y dirigentes con una doble moral que esgrimen sin tapujos en su disgregación ética. Una mentalidad nómada anfibia que nos hace trashumantes estando felizmente mal en cualquier lugar escogido, sea rural o urbano, en la creencia que irnos es la solución. Las puestas parciales del éter neoliberal y las miserias vividas nos generaron la angustia de no tener. A su vez, su otro resultado fue la miseria de pensar y obrar que se instala plácidamente en nuestros comportamientos cuando exteriorizamos el "man que sea fallo", el tan siquiera, lo chiquito: un poquito de tierra, una comidita, un besito… una mano abierta que pide y que no parece cerrarse mas en el puño digno de la lucha. Estas causales han hecho esgrimir a algunos que no hay materia prima para construir sociedades superiores.

Recomponer el tejido social atrofiado es tarea urgente. Sin embargo, pese a lo expuesto, nuestro pueblo ha dado muestras inequívocas de superación cuando ve perspectivas. El reformismo en términos no peyorativos pudiera ser visto como instrumento para resolver necesidades mínimas que el capitalismo niega, y pese a su techo hecho con remiendos, pudiera hacer pasar de un escalón economicista a uno ideológico que de visión de conjunto y recupere la dignidad y el sueño de un buen vivir.

A la identidad hay que cambiarle el sentido de medir mercados y gustos, y mucho menos uniformar una formación social heterogénea. En ese sentido, la identidad pudiera ser vista como la comprensión del ser de su propio valor. Buscar minuciosamente, evadiendo las trampas que nos ha puesto la dependencia y el endoracismo, las reservas de autenticidad de nuestro pueblo. En este afán debemos imaginarnos cómo éramos. Escudriñar parte de las culturas del pasado cuando resolvíamos lo fundamental concertadamente. No temerle a nuestras identidades híbridas, pues la diversidad es riqueza y complementariedad.

Nuestro arquetipo sociológico depende de nuestro ser social, del medio donde nos desempeñamos, de la región en nuestros mosaicos de vida, del grupo social, de la edad, de la familia que nos educó, de nuestra exposición a los medios de comunicación. Bajo estas premisas existen mas de 2000 caracterizaciones, como tarea a lograr para un autentico plan de lucha que ubique intereses identificatorios por sus necesidades reales. Aún cuando de manera natural en nuestra venezolaneidad hay una homogeneidad democrática, una igualdad en el trato, una valoración intrínseca de la diversidad étnica, una patria libertaria latinoamericanista, una nación continente que no ve extranjeros de tierras vecinas, donde la vivacidad, lo confianzudo y la alegría han sido reseñadas hasta por el record Guines.

Superado las lógicas del Estado burgués que uniforma y crea virtualmente una "normalización integradora", podríamos descollar el síndrome de la homogeneidad identitaria y entendernos como una unidad de identidades colectivas, donde somos iguales pero diferentes, donde identidad sea inclusión como igualdad republicana. Iguales a los demás es Democracia social, donde no existan ciudadanos de primera, sino el reconocimiento de nuestras subjetividades, es decir, no ciudadanos diferentes, sino: "Ciudadanos con sus diferencias" por tener prácticas que la dominación no reconoce: brujerías, grupos gays, prostitutas e infinidad de subculturas de resistencia, que en el fondo son sentimientos colectivos frente al individualismo capitalista y su ser exitoso. Pero para ello queda la gran tarea de tejer nuevas subjetividades, otra racionalidad unida al corazón. Otro modelo civilizatoria que supere los fracasos que imitan y compiten con el capital. Si no es así, luego de un gran tiempo de distracción y terapia, volveríamos a lo mismo.



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Rafael Pompilio Santeliz

Doctor en Historia. Profesor de la UBV. Trovador, compositor y conferencista. Militante de la izquierda insurreccional desde el año 1963. Presidente de Proyecto Sueños Venezuela en el estado Miranda y Vicepresidente de la Fundación Gulima, Radio comunitaria en San Antonio de los Altos.

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